lunes, julio 31, 2006
Zuckerman encadenado (y IV): La orgía de Praga
sábado, julio 29, 2006
Zuckerman encadenado (III): La lección de anatomía
jueves, julio 27, 2006
Bordeando el agujero...
The hole presenta a dos seres aislados en medio de un ambiente hostil, encerrado cada uno en su apartamento, y sólo en contacto a través de un agujero en el suelo de uno de ellos (y el techo de la otra protagonista). La lluvia constante nos recuerda, como una metáfora imparable, el apocalipsis irreversible en que se hayan sumidas las emociones. Los apartamentos son cerrados y claustrofóbicos; no hay en el interior de sus paredes ni un solo atisbo de felicidad. El agujero del título es el agujero que comunica los dos pisos, pero también es el agujero en que se hayan sumidas las vidas de los dos personajes. Sus existencias son grises, apáticas, herméticas en su pertinaz aislamiento, hostiles para alguien que las perciba desde fuera. No existe un mínimo de felicidad en ellos (tampoco complicidad con el espectador, por lo tanto), pero tampoco un atisbo de esperanza, y eso no es tan malo como pueda parecer. Puede que en ellos no exista la ilusión, pero permanecen alejados del dolor, del íntimo desgarro que atraviesa los espíritus más delicados.
Cuando vi la película recurrí a lo obvio, a pensar que el director pretendía lanzar una crítica contra el aislamiento y la incomunicación de esta nueva era, algo así como una actualización de Antonioni (ahora también debería replantearme todo el cine de Antonioni, claro...), pero ahora empiezo a pensar que se trataba más bien de un elogio, una oda a aquellos que son capaces de mantenerse al margen de toda la porquería que nos rodea...
En el momento en que comienza a abrirse el agujero entre los apartamentos, las vidas de los protagonistas se convulsionan. Parece una nimiedad, pero en ciertas situaciones un liviano suspiro tira abajo vetustos edificios, como el rugir de un lobo feroz. El agujero empieza a depararles esperanzas, expectativas reales de cambio, y el hermetismo, aunque muy mínimamente, empieza a ceder. Hasta ese momento, toda la fuerza para sobrevivir la deparaban los sueños, las falsas ilusiones representadas por esos momentos musicales tan característicos del cine de Tsai. Sin embargo, las diferencias entre unas y otras ilusiones son radicales. Mientras el agujero presenta una posibilidad tangible y real, la imaginación musical sólo es una evasión consciente de su limitación y su naturaleza (de hecho, yo no lo llamaría ilusión, sería más bien un medio de evasión como también pueda serlo, en determinadas circunstancias, el cine o la literatura). El agujero es real, y como tal es susceptible de ser sublimado. Lo que se intuye al otro lado resulta un acicate mínimo, y la reacción ante esa novedad será muy diferente en los dos protagonistas. Él pretende agrandarlo y ella taparlo, a partir de lo cual tenemos suficiente material para explorar su psicología más conflictiva, algo en lo que tampoco quiero entrar. Sólo hacer ver una cosa: en un principio creí que esas actitudes delataban un espíritu inquieto, atrevido e inconformista por parte de él, y una cautela algo miedosa y conservadora en ella. Posiblemente, lo que haya en ella sea sabiduría y experiencia, y en él ingenuidad infantil. Para la ingenuidad infantil es mejor servirse de ensoñaciones musicales; la realidad puede ser muy peligrosa.
Así pues, el agujero de los medios masivos de comunicación intenta sacarnos de nuestro agujero personal, haciéndonos ver una realidad que no tiene nada que ver con lo que podemos encontrarnosotros mismos. Nos quieren manipular y hacernos salir del refugio. Intentan que seamos felices y complacientes para que descubramos el odio y la desazón. La gente, la comunicación, nos hacen creer en cosas que nos defraudarán, nos clavan agujas de juguete para que saltemos a la piscina de cuchillos. Internet es otro manantial de esperanzas. Por eso, todo adicto a la red debe saber donde están sus limitaciones, debe ver su naturaleza (en el fondo tan unidireccional como la prensa o la televisión) y no pensar más allá de una irrealidad que, sinceramente, es lo único que puede darnos un poco de calma.
Estamos tranquilamente en nuestros agujeros, a salvo de esa lluvia que lo corrompe todo, y de repente vemos abrirse otros agujeros, como ventanas, destellos, colas de estrellas fugaces que, creemos, nos llevarán al país de las maravillas. Puede que la sabiduría esté en cerrar los ojos ante esas oportunidades y evitar así acabar derretidos, evaporados como unas alas de Ícaro demasiado ambiciosas. Viva el aislamiento y la felicidad-no-felicidad controlada por nuestras emociones. La valentía está, al contrario de lo establecido por ese pensamiento único que nos persigue, en saber huir de lo que creemos que debemos huir.
Me viene a la cabeza el Ignatius Really de La conjura de los necios. Parece un caso totalmente distinto, pero en el fondo quizás haya más puntos de contacto de los que parecen, y de aquí podemos dar perfectamente el salto a otros estamentos sociales. Pero, como diría Moustache, eso es otra historia.
Gracias al cine, a los libros, a Internet, a los agujeros que no se pueden atravesar.
Desde el agujero, buscando un agujero que rechazar, Daniel Quinn. El dormitorio de Maud.
miércoles, julio 26, 2006
La extraña pasajera, cortesía de Red Stovall
lunes, julio 24, 2006
Al anochecer, de Claude Chabrol
Es cierto que su carrera tiene altibajos, pero yo señalaría, aun sin conocerla en su totalidad, dos etapas en absoluto estado de gracia. La primera se circunscribe a los últimos sesenta, con obras del calibre de La mujer infiel (1969), Accidente sin huella (1969), El carnicero (1970) (la que está considerada su obra maestra pero a mí me parece algo sobrevalorada, inferior al resto), y la que ahora nos ocupa, Al anochecer (1971). La segunda gran época chabroliana se desarrolla en plena madurez, en los años noventa, donde nos regaló joyas como El infierno (1994), La ceremonia (1995), No va más (1997) (ésta en clave ligera), En el corazón de la mentira (1999) y Gracias por el chocolate (2000), todas ellas de manera consecutiva.
En Al anochecer, Chabrol disecciona la burguesía francesa (como en casi todas sus obras) a través de un crimen que se nos muestra en el mismo arranque del film. Pero esto no es más que una excusa (sí, un mcguffin, aquí acudir a Hitchcock está más justificado que nunca) para adentrarnos en la compleja psicología de unos personajes que se mueven en una situación límite. Es inevitable pensar en Dostoyevski y en Crimen y castigo porque, a pesar de que las motivaciones y personalidad del asesino sean muy distintas en ambas obras, durante toda la película asistimos a su desmoronamiento moral, al no verse capaz de cargar con la culpa. Y a partir de aquí se nos plantean diferentes dilemas tremendamente inquietantes, que nos hacen comprobar los débiles cimientos en que se sustenta nuestra querida sociedad contemporánea (y comprobamos la validez universal de una obra de hace 35 años): la mentira, la persistencia de la amistad, el mitificado valor de la valentía y la cobardía, los límites inciertos de la responsabilidad individual, el egoísmo como atadura moral o, más bien, como laberinto al que llegamos por uno u otro camino... Mucho se podría debatir sobre estos conceptos, que la película nos plantea sin situarse en un plano superior como suelen hacer las producciones de este género, con la sabiduría de no dictar sentencia ni juicio moral alguno (para mí, ahí está su grandeza), y con la consciencia de saber que hay algo importante detrás de cada persona.
¡¡ATENCIÓN SPOILER!! El protagonista afirma que sería egoísta no entregarse a la policía. ¿No sería más bien lo contrario? ¿No es más egoísta entregarse para sobrellevar el peso de la conciencia y hacer recaer de ese modo las consecuencias de su acto sobre su esposa y sus hijos? ¿No es más valiente arriesgarse a seguir viviendo asumiendo íntimamente la culpa, sin buscar una condena expiatoria? Hay que tener en cuenta que todos los afectados conocen su culpabilidad y le han comprendido otorgándole mucho más que un perdón frío y despechado.
domingo, julio 23, 2006
Reyes y reina, de Arnaud Desplechin
Reyes y reina es una película sobre la soledad y la necesidad de comunicarse. Está poblada de fantasmas, de verdades y mentiras sinceras, donde la comedia y el drama se engarzan de manera invisible, donde se nos muestra la vida en su más pura esencia, donde parecen confluir todas las virtudes del cine francés surgido tras la Nouvelle vague, y donde podemos atisbar la auténtica emoción como único elemento narrativo.
Como dice Ismael en el fabuloso epílogo que cierra las dos horas y media de metraje, "el pasado no desaparece, nos pertenece", con lo que la única salida es alegrarnos de lo que ese pasado nos ha hecho crecer como personas. De nada sirve intentar quemar los incómodos residuos del pasado, porque su esencia y su sabor seguirán siempre presentes.
sábado, julio 22, 2006
Recuperando a Woody Allen (y III: última etapa)
-Balas sobre Broadway (1994): sentido homenaje de Allen al mundo del teatro en una reconstrucción mágnífica de los años 20. Interesantes reflexiones sobre la creación, que queda desmitificada por un personaje secundario inolvidable interpretado por Chazz Palminteri.
-Poderosa Afrodita (1995): vemos como poco a poco Allen se va despojando de otras pretensiones elevadas de antaño y busca un tono moderado entre la comedia ácida y el ternurismo capriano. Ésta es una comedia simpática, con buenas ocurrencias, donde quizás la freudiana búsqueda de la madre simbolice la búsqueda de la inocencia fílmica por parte del director, que parece cada vez más decidido a hacer productos de mero entretenimiento.
-Todos dice I love you (1996): otra ligereza, ahora para desmitificar el musical hollywoodiense. Allen rueda por primera vez algunas escenas fuera de Nueva York y empieza a contar con planteles impresionantes de estrellas de Hollywood para papeles secundarios.
-Desmontando a Harry (1997): posiblemente la mejor película de este periodo. Allen vuelve a Bergman para hacer una muy personal versión de Fresas salvajes, en la que experimenta con el lenguaje para meternos de lleno en la conciencia íntima de un escritor al borde del crepúsculo. No resulta todo lo redonda que pudiera ser, presenta algunas irregularidades y fuerza alguna situación, pero el conjunto se presenta muy atractivo y ciretamente brillante.
-Celebrity (1998): otra película irregular, donde Allen da vueltas alrededor del mundo de la fama. Al igual que la anterior, se muestra algo más ambiciosa que las demás de este periodo, lo que es de agradecer. Algunas escenas y personajes valen más que muchas películas enteras de otros directores. Sin embargo, algo falla en el conjunto, y las reflexiones terminan quedándose en la superficie, sin ahondar en el fondo del asunto como habría hecho Allen en otras épocas.
-Acordes y desacuerdos (1999): de nuevo un falso biopic, ésta vez como excusa para homenajear el mundo del jazz tan amado por el director. La primera mitad de la cinta resulta fantástica, digna de sus mejores películas, mostrándonos una relación maravillosa entre el protagonista y una chica muda, y retratando a la perfección el absorbente ego de un genio. Sin embargo, después parece que Allen se queda sin ideas y la película avanza a trompicones, improvisando personajes banales y redundando continuamente en lo mismo. No obstante, película muy interesante.
-Granujas de medio pelo (2000): para mi gusto, una de las peores películas de toda su carrera. En su primera mitad intenta retomar el espíritu absurdo de sus primeras obras, y en la segunda pretende retratar con sarcasmo la pretenciosidad de las altas clases sociales. Descompensada, irregular, vacía, sin gracia. Puede interesar algún gag del principio, pero a mí ni siquiera eso. Para olvidar.
-La maldición del escorpión de Jade (2001): más intrascendencia, ahora homenajeando la screwball comedy y el cine de detectives de época. Buena ambientación e interpretaciones discutibles para una película simpática, agradable de principio a fin. Sin más. Posee algunos diálogos brillantes y un tono conseguido, pero falta la esencia del gran Allen.
-Un final made in Hollywood (2002): otra película floja, con una buena idea de partida que se alarga hasta la extenuación pero se viene abajo al poco rato. El humor resulta obvio y algo primitivo, sin el refinamiento de otras ocasiones, y las tesis presentadas acaban resultando absurdas y contradictorias con su propia carrera. Tiene algún momento salvable, pero la ingenuidad de toda la película es alarmante.
-Todo lo demás (2003): aquí Allen intenta recuperar el beneplácito de la crítica, perdido con sus últimas obras, retomando el mundo de Annie Hall y Manhattan. El resultado suena a ya visto, repetitivo, con mucha menos fuerza y sin ninguna magia. Christina Ricci está inverosímil en un papel que parece destinado a la Diane Keaton de los buenos tiempos. El apunte de crítica social queda muy vago y superficial, pero algo parece repuntar en la carrera de Allen, como si se hubiera cansado de comedias intrascendentes.
-Melinda y Melinda (2004): y eso lo vemos en ésta, su siguiente obra, donde nos plantea una interesantísima reflexión entre la dualidad comedia-drama que impregna nuestras vidas. El casting me parece inapropiado una vez más y la película irregular, quizá algo obvia. De todas formas, Allen parece volver por sus fueros al experimentar al servicio de una idea y un sentimiento de fondo. El problema puede que sea que la acumulación de personajes no le permite más que hacer un bosquejo de cada uno de ellos.
-Match point (2005): por fin ratificamos que Allen no está muerto, para lo que nos propone un giro en su carrera y un retorno al drama sobrevolando los territorios dostoyevskianos de su imprescindible Delitos y faltas. Parece ser la película que abre una nueva etapa y, aunque en el fondo trate los temas de siempre de un modo parecido, hay un cambio fundamental. Mucho se ha hablado del cambio de Londres por Nueva York, de la ópera por el jazz, del drama por la comedia (olvidando que Allen ha hecho grandes dramas en su carrera), pero, para mí, la diferencia principal está en el punto de vista y el grado de desengaño. En Match point Allen no intenta comprender a los personajes en ningún momento, los crucifica de principio a fin con una frialdad escalofriante, y nos hace ver que no hay esperanza en el futuro. Película a analizar, ambiciosa, con muchos conceptos interesantes y discutibles. Los diálogos no son tan ingeniosos como en otras ocasiones y el clima resulta enrarecido, como corresponde a una trama de esas características. Al final queda una grata sensación, pero también vemos que la película presenta algunos altibajos que Allen no termina de redondear. La comparación con Delitos y faltas hace demasiado daño y no creo que sea justa, pues ambas tienes objetivos muy diferentes.
Y así terminamos este repaso, a la espera de Scoop, el próximo trabajo de Allen, también en Londres y con Scarlett Johansson, con la esperanza no sólo de que mantenga, sino también de que supere el nivel de Match point para volver a regocijarnos en el esplendor de sus obras maestras.
viernes, julio 21, 2006
Recuperando a Woody Allen (II: M. Farrow)
-Recuerdos (1980): ésta es quizás la película de Woody Allen de la que guardo peor recuerdo. Intenta hacer su particular versión de 8 y medio (reconozco que no soporto al Fellini post-Cabiria, como algún día explicaré...) y obtiene un resultado muy extraño.
-La comedia sexual de una noche de verano (1982): comienza la etapa Mia Farrow, pero Allen sigue empeñado en hacer versiones personales de las películas que admira. Esta vez a costa de la obra maestra de Bergman Sonrisas de una noche de verano. No obstante, le sale una buena comedia, donde los personajes quedan muy bien definidos, y el espectador puede comprender sus motivaciones y deseos reprimidos.
-Zelig (1983): extraordinario experimento que sólo parece recordado por un pequeño sector de la crítica. Retoma la idea del falso biopic como hiciera en su ópera prima, pero aquí narrado a modo de documental, para descubrirnos al hombre camaleón, que se convierte en aquello que tiene más cerca. Con un ingenio divertidísimo y una gran disección de la mentalidad occidental de principios del siglo XX, esconde tras de sí la universal idea del hombre que desea ser aceptado por su sociedad. Muy recomendable.
-Broadway Danny Rose (1984): otra estupenda comedia muy olvidada en nuestros días. Allen crea un personaje inolvidable en la figura de ese representante de estrellas bonachón, que se mueve entre lo tierno y lo patético. Fábula desengañada de un mundo injusto, donde el poder de la nostalgia impregna cada fotograma.
-La rosa púrpura de El Cairo (1985): una de sus obras maestras más conocidas. Una de las historias de amor más conmovedoras que nos ha dado el séptimo arte. Un retrato femenino magnífico, que sólo Mia Farrow podía haber hecho. Tristeza y soledad empapadas de la esperanza de entrar en una sala de cine y vivir otras vidas. ¿Es real el cine? ¿Es real la vida? ¿Es real lo que percibimos, lo que sentimos, o lo que los demás nos dicen que existe? Una escena final inolvidable (que la productora intentó hacerle cambiar para ser más comercial) cierra esta maravilla de poco más de hora y cuarto de duración. No importa que la idea original la tuviera antes Buster Keaton. La favorita del director. Nunca el poder evasivo del cine había sido tan reivindicado desde Los viajes de Sullivan de Sturges.
-Hannah y sus hermanas (1986): otra obra maestra al saco, esta vez siguiendo la línea que empezó con Annie Hall y Manhattan, y que volvió a ser reconocida con tres Oscar (para Allen esta vez sólo el guión). Una de sus películas más equilibradas y consistentes, donde están presentes sus temas y enredos más habituales. Chéjov encubierto de Bergman y Chaplin y pasado por el "toque Allen". Viaje introspectivo a los demonios de nuestra sociedad a través de una de sus comedias más profundas.
-Septiembre (1987): una de sus películas más injustamente atacadas, supongo que por volver de lleno al drama más asfixiante y retomar no sólo los temas e inquietudes sino también el espíritu y estilo de Ingmar Bergman. Una familia desata sus pasiones más reprimidas en una casa de campo durante una noche de apagón. Clima perfecto para el universo que desarrollarán los personajes. Excelentemente rodada e interpretada, es dura pero no se atraganta. Sencillamente magnífica.
-Días de radio (1987): entrañable película que bucea entre los recuerdos de infancia del director como hiciera en su día Fellini en Amarcord (también me viene a la cabeza la truffautiana La piel dura), pero sin la exageración onírica de éste. Una familia judía en Brooklyn en los años cuarenta. Probablemente, su película más personal y nostálgica, con momentos realmente divertidos. La naturaleza del relato hace que sea algo desigual en algunas ocasiones, pero la belleza y poesía que capta en ciertos momentos hacen olvidar cualquier cosa. La infancia según Woody Allen.
-Otra mujer (1988): otra de las películas infravaloradas de Allen (como siempre que se pone serio). Para mí, la cumbre de sus obras bergmanianas. Intimista historia que nos mete en lo más profundo de la mentalidad y sentimientos de una mujer madura que se muestra insegura respecto a lo que ha hecho con su vida. Emoción pura en esta maravilla introspectiva basada en las voces que atraviesan habitaciones por los conductos de ventilación...
-Delitos y faltas (1989): nuevamente personajes chejovianos para desarrollar una trama que sobrevuela al Dostoyevsky de Crimen y castigo. Nunca Allen había mezclado sus facetas cómica y dramática con tanta armonía. La moralidad, la culpa, el peso de nuestra propia vida a las espaldas..., y como contrapunto, la alegría del cine, de la vida, del amor, la maravillosa ligereza de Cantando bajo la lluvia, el asombro ante la posibilidad de seguir adelante, de mantener la esperanza en un mundo de semejante hostilidad. Para mí, lo mejor desde Manhattan.
-Alice (1990): pequeña joya de la que casi nadie se suele acordar (al menos para bien). Uno de sus mejores retratos femeninos, esta vez mezclando comedia, fantasía e introspección. La insatisfacción burguesa de los 90 a escena. Mia Farrow, de nuevo fundamental. La película habla en voz baja, como un susurro que intenta sobrevivir.
-Sombras y niebla (1991): homenaje de Allen al expresionismo alemán. Atmósfera muy bien conseguida y gran punto de partida. Sin emabrgo, la segunda mitad de la cinta no está bien engarzada, resulta algo grotesca y hace que la película se tambalee a ratos. No obstante, es muy interesante.
-Maridos y mujeres (1992): posiblemente, la última obra mayor de Allen, que coincidió con su traumático periodo de separación de Mia Farrow. El neoyorquino sigue experimentando, ésta vez rodando cámara en mano con un estilo que en ocasiones recuerda a John Cassavettes, y nos adentra de esta forma en unos matrimonios que están a punto de estallar. Allen demuestra que es un gran director al unir fondo y forma de la mejor manera posible, filmando con garra y desesperación la violencia que se palpa en las relaciones. Compleja, madura, reflexiva y nada complaciente. ¿Por qué los seres humanos seremos tan raros?
jueves, julio 20, 2006
Recuperando a Woody Allen (I: Inicios y D. Keaton)
Para empezar tenemos su primera etapa, de aprendizaje e iniciación como director, que, personalmente, es la que menos me gusta. Casi no existen personajes ni trama consistente. Podría englobarlas todas en una pero voy a desglosarlas un poco. No considero como primera película aquella cosa extraña de Lily la tigresa, o El número uno (se la conoce de las dos formas), que realizó partiendo de otra película ajena a él y cambiando los diálogos en el doblaje.
-Toma el dinero y corre (1969): tiene chispa y gracia, así como algunos gags memorables, pero todos aislados y deslabazados, sin ninguna coherencia. Se nota que es la primera, pero resulta recomendable no sólo para fans.
-Bananas (1971): también muy deficiente desde el punto de vista cinematográfico. Prosigue el humor absurdo pero de un modo muy irregular, esta vez a través de una sátira de las dictaduras sudamericanas.
-Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y no se atrevió a preguntar (1972): más de lo mismo. Humor muy poco sutil, pero al menos irreverente para su época. Sketchs de diferente gracia. Creo que se ha quedado un poco vieja.
-El dormilón (1973): ahora las "risas" son a costa de la ciencia ficción, pero a mí sólo me sirvió para conciliar el sueño. Dato destacable: comienzo de su colaboración con Diane Keaton.
-La última noche de Boris Grushenko (1975): Allen hace un amago de entrar aquí en terrenos más profundos, sobrevuela a Tolstoi y Dostoyevski con temas como la existencia y la muerte (homenaje al Bergman de El séptimo sello incluido), pero revestido del humor absurdo y el esquema irregular de estas primeras películas. No obtante, tiene momentos buenos y es la bisagra que nos abre la puerta a sus grandes films.
-Interiores (1978): aquí se atreve al fin a sobrevolar a su admirado Bergman con un drama cerrado en torno a tres hermanas, de un intimismo arrollador. El clima es duro como pocas veces, sin ninguna concesión al humor, incómodo, quizás demasiado frío. La película promete pero creo que no termina de llegar a buen puerto. El Allen más aséptico y desengañado hasta su última Match point. De todos modos, debería volver a verla, ya que siento el recuerdo algo distorsionado. Cuanto menos, podía decirse que era muy interesante.
-Manhattan (1979): "Adoraba Nueva York, la idolatraba desmesuradamente...". Así empieza la que para mí es su obra maestra más inalcanzable y una de las cimas de la cinematografía universal (la pondría entre mis dos o tres películas favoritas de todos los tiempos). Manhattan va mucho más allá de sus entrañables y complejos personajes, de su finísimo, exquisito y prolijo humor, de la soberbia reflexión sobre la inmadurez, la vida urbana, la intelectualidad, la inocencia, el tiempo, el amor, el desengaño, las oportunidades perdidas..., el siglo XX. Woody Allen parece aquí transformado en su faceta como director (la cual siempre se había supeditado a su labor de guionista) y consigue extraer auténtica poesía, magia en movimiento, de cada uno de sus planos. Hasta las piedras se conmueven delante de este film. Si un extraterrestre estudiara Historia universal, la película que habría que ponerle para estudiar el siglo XX en el mundo occidental sería ésta. Manhattan, paradigma de clásicos. (Dato increíble: Woody Allen odia esta película, dice que está muy alejada de la esencia que él quería captar; nunca le gustó y, de hecho, una vez terminada intentó quemarla. Lo dicho, ojos como platos).
sábado, julio 15, 2006
El muelle de las brumas, de Marcel Carné
Se intuye en el clima un existencialismo que plasmará Albert Camus cuatro años más tarde en su impresionante "El extranjero", con la diferencia de que aquí aún se intuye un resquicio de esperanza en el fondo de algunos personajes. No obstante, si existe una palabra para definir esta película, esa es el fatalismo. Estamos en el período de entreguerras, y se siente en cada plano una amargura que flota en el aire como si quisiera advertirnos de lo que se avecina sobre el mundo occidental.
Siempre se ha dicho que estas primeras películas de Marcel Carné anticipan lo que después en Hollywood sería el cine negro más clásico. Casualmente, el término film noir sería acuñado años después por un crítico francés. La noche, las brumas, el embarcadero, las tabernas, los personajes extremos..., todo eso pasaría a formar parte del cine negro, aunque sería tratado de una forma muy distinta al otro lado del océano.
Nuestra querida Nouvelle Vague hizo mucho daño a Marcel Carné. Fue uno de esos directores a los que injustamente crucificaron (quizá al que más), tachando su cine de encorsetado, acartonado, reflejo de una Francia que ya no existía. Todo eso puede ser cierto, pero también lo es que nos dejó un puñado de películas maravillosas, con un clima sugerente, profundamente romántico, que esconden mucha más verdad de lo que parece en esos diálogos que mezclan el lenguaje más puro de la calle con la artificiosidad del lirismo descarnado.
Pero hay dos nombres propios a los que destacar además del director. El primero es el director artístico, Alexander Trauner, que trabajaría posteriormente en Hollywood con Billy Wilder, y que desarrolla aquí una ambientación que Carné explota a la perfección en su acertadísima puesta en escena. Y el segundo, por supuesto, es el autor del guión, Jacques Prevért. Prevert, emblema de la vanguardia y la cultura francesa del siglo XX: poeta, guionista, autor de canciones, compañero de correrías de Picasso y los surrealistas, mítico paseante del viejo París... En "El muelle de las brumas" nos sólo nos deja algunas frases memorables, también compone unos personajes maravillosos que buscan desesperadamente, como él hizo durante toda su vida, la libertad.
jueves, julio 13, 2006
V de Vendetta, con H de Hipocresía
martes, julio 11, 2006
Waking life: en busca de la identidad contemporánea
Entre la realidad y el sueño se mueve esta película de Richard Linklater, que nos cautiva con su sugerente propuesta cinematográfica para revolucionar el cine de animación. Es sabida la técnica del rotoscopio que utilizó (algo así como filmar todo con actores reales para luego colorear los fotogramas), de manera que compagina de manera impecable la idea que transmite el film con su vehículo de exhibición al público.
La película en sí misma resulta muy dispersa: los interminables diálogos tratan los aspectos más diversos de la filosofía de la vida, sin una aparente cohesión temática en el relato. Se nos presentan escenas y disertaciones yuxtapuestas, plagando los diálogos de referencias literarias, cinematográficas o artísticas (desde Sartre a Giacometti, Truffaut o Lorca) que intentan explicarnos el concepto de realidad, en un principio desde un prisma más social, incluso político si se prefiere, para derivar después en una suerte de metafísica posmoderna algo alucinógena. Y a lo que íbamos, ¿qué mejor forma de tratar estos temas que distorsionando la imagen real con la técnica rotoscópica?
Richard Linklater adora la palabra, como ha demostrado a lo largo de su carrera en obras como Antes del amanecer, Antes del atardecer o Tape, y en este sentido podemos considerarlo heredero de esa corriente francesa de culto a la oralidad. El propio director nunca ha ocultado su admiración por el cine de Eric Rohmer, del que es claro deudor, pero creo que hay una referencia todavía más importante que ésta. Al terminar la película he acudido a una web de referencia para consultar el top ten fílmico preferido por Linklater, y ahí he encontrado la respuesta. Entre esas diez obras encontramos La mamá y la puta, que ya comenté en el primer artículo de este blog, y que nos da muchas de las claves del cine de Linklater.
Probablemente mis carencias filosóficas me hayan hecho sufrir un impacto mayor con el visionado de esta película, y la teorías no estén suficientemente desarrolladas para los entendidos en la materia, pero creo que Linklater sólo quería transmitirnos un estado de ánimo. El estado de ánimo de esta juventud desorientada, que se hace preguntas sin cesar y escanea a su alrededor respuestas sin que ninguna sea la definitiva. Pero, quizás, la búsqueda de la verdad a través de la duda sea lo único que nos salve de la inane vida que en el fondo todos llevamos.
Por último, sólo quería resaltar una aparente contradicción. En los sueños podemos vivir los momentos más apasionantes que imaginemos; disfrutamos y nos regocijamos dentro de ellos apurando las opciones de vivir otras vidas, pero..., cuando percibimos estar fuera de la realidad, cuando somos consciente de la falsedad de todo, sólo queremos despertar a la vida como nos indica el título del film. Como seres humanos tenemos una necesidad imperiosa de realidad, aunque no sé si esa condición vendrá de nuestra propia naturaleza o de nuestra cultura occidental, y la mera sospecha de que lo vivido no es real hace transformar el sueño en pesadilla y el deseo en angustia. Al final puede que esto se reduzca a una cuestión de perspectiva, y la realidad sea un sueño dentro de otro sueño en el que todos participamos como extras.
lunes, julio 10, 2006
Zuckerman encadenado (II): Zuckerman desencadenado
viernes, julio 07, 2006
El Doppelgänger
miércoles, julio 05, 2006
La ciénaga, de Lucrecia Martel
Pero La ciénaga no se queda sólo en el clima y el desesperado retrato generacional; es una película de profunda carga simbólica, donde la ciénaga en que los niños juegan con escopetas no es más terrible que la ciénaga de la piscina (pileta, como dicen ellos) de la casa, testigo de excepción de un mundo sin esperanza, abocado al fracaso, de una Argentina triste y abnegada, donde los niños están tuertos, cosidos a arañazos, o poseen dentaduras inverosímiles. El retrato sin piedad de esta burguesía decadente parece, desde un primer momento, más cercano a Haneke que a ningún otro de los cineastas contemporáneos.
Lucrecia Martel nos demuestra que no sólo de los acartonados Campanella y Aristarain vive el cine argentino. Existe otro cine más vivo, comprometido con su tiempo y su modernidad, libre de remilgos y ataduras, que va directo a las entrañas y deja al espectador atado a la butaca, amordazado y con un nudo inquebrantable en la garganta.
PD: ahora me toca ponerme al día con los "otros" argentinos, los Pablo Trapero, Lisandro Alonso, Adrián Caetano, Rodrigo Moreno... Poco a poco.
martes, julio 04, 2006
Zuckerman encadenado (I): La visita al maestro
Antes de nada, quiero recomendar la magnífica reseña que sobre este libro hizo hace unos meses Portnoy en su blog (aquí) y, después, comentar que siempre es un placer leer cualquier cosa de Philip Roth, sean novelas inmensas e inabarcables o pequeños apuntes de genialidad, como este caso. El americano es uno de los autores más regulares que he leído nunca: muy difícilmente decepciona.
En este caso, La visita al maestro es, como ya se ha dicho muchas veces, una obra menor. Se trata de la primera aparición de Nathan Zuckerman como tal y, comparándola con la narrativa posterior del autor, se puede concluir que parece un esquema de todos los temas y obsesiones que tratará en profundidad en la última etapa de su carrera, probablemente la mejor, que se extiende desde el principio de los noventa hasta la actualidad.
Nathan Zuckerman, aquí veinteañero, se presenta como una prolongación madura de Alex Portnoy, menos exhibicionista y más contenido, pero con los mismos problemas de fondo. Toda la novela se desarrolla en la casa de un admirado escritor del que espera el apadrinamiento literario, más a nivel moral que oficial, y poco a poco vemos cómo la relación va ahondando hasta terrenos movedizos. Aquí todo resulta algo más mesurado y maduro de la habitual, como anticipando su trilogía de la hipocresía moral en Estados Unidos. Así pues, el esquema narativo parece similar al que explotará en profundidad en Me casé con un comunista, con ese juego de dualidades maestro-alumno, vehículo para la expiación de los traumas más recónditos. Por otro lado, se nos presenta una interesante fabulación historicista, con Ana Frank como protagonista de los desvaríos de Zuckerman, en una suerte de manipulación explícita como la de La conjura contra América. Por supuesto, no puede faltar el conflicto generacional, con esa rivalidad padre-hijo que se trata en Patrimonio o Pastoral americana.
- El judaísmo, con una clara crítica a su discurso victimista y el proteccionismo desmesurado de sus miembros, en especial dentro del ámbito familiar.
- El sexo como motor de todas las pulsiones del protagonista. Aquí no resulta tan explícito como en otras ocasiones, pero todo se desarrolla a partir del deseo incontenible de Zuckerman por la jovencita que habita la casa del escritor y a quien imagina como Ana Frank.
En definitiva, otra gran novela de Roth, menos ambiciosa y quizás no tan desarrollada como las últimas, pero con todos los ingredientes que lo convierten en el mejor escritor judío de su generación.
lunes, julio 03, 2006
Mirada a los 60
15 FAVORITAS (y dejo tantas y tantas fuera...)
-El apartamento (B. Wilder, 1960)
-Rocco y sus hermanos (L. Visconti, 1960)
-Psicosis (A. Hitchcock, 1960)
-Jules y Jim (F. Truffaut, 1961)
-El hombre que mató a Liberty Valance (J. Ford, 1962)
-El silencio(I. Bergman, 1963)
-Gertrud (C. T. Dreyer, 1964)
-Charada (S. Donen, 1963)
-Bésame, tonto (B. Wilder, 1964)
-El coleccionista (W. Wyler, 1965)
-Persona (I. Bergman, 1966)
-Mouchette (R. Bresson, 1967)
-La semilla del diablo (R. Polanski, 1968)
-Mi noche con Maud (E. Rohmer, 1969)
-Pasión (I. Bergman, 1969)
5 SOBREVALORADAS
-El ángel exterminador (L. Buñuel, 1962)
-La pantera rosa (B. Edwards, 1963)
-El evangelio según San Mateo (P. P. Pasolini, 1964)
-El bueno, el feo y el malo (S. Leone, 1966)
-El guateque (B. Edwards, 1968)
La hierba errante: el milagro Ozu
No hay palabras que puedan describir lo que se siente ante una obra de este director japonés. Todos tendríamos que ver las películas de Ozu de rodillas y con los brazos en cruz, para intentar compensar el éxtasis casi místico que producen.
Al terminar de ver La hierba errante (y casi cualquier cosa que venga de él), sólo puedo decir que me embarga una sensación de plenitud indescriptible, como si ante mis ojos hubiera desfilado toda la sabiduría del mundo, expuesta a través de una belleza sublime, que me embota la cabeza impidiéndome razonar correctamente. Cada plano te transporta, te hace "creer". Creer en el hombre, creer en Dios, creer en las segundas oportunidades, creer en la vida, creer en la esperanza... Creer hasta en los marcianos.
La hierba errante es una de las películas más ligeras de Ozu. La contemplación es menor (sin perder en ningún momento su capacidad de fascinación) y los géneros están más remarcados, partiendo de algo parecido a la comedia, siguiendo con algo parecido al melodrama y terminando con Ozu en estado puro. El vitalismo da lugar a la tristeza, que esconde asideros de esperanza en medio del más hondo pesimismo. Pero todo esto se presenta de la forma más amable posible, menos estridente (aunque quizás aquí algo más que en otras realizaciones suyas), libre de ataduras formales. Los temas son los de siempre: la descomposición familiar y el paso del tiempo. Todo en Ozu se reduce a eso.La acción está limitada a unos pocos días, pero ves en los personajes la huella de los años, con las heridas que dejan, las responsabilidades que crecen, la conciencia que se rebela en cualquier momento. Seguramente en esta película, por tratarse de las últimas de su carrera, sea todavía más patente ese sentido de crepúsculo, de fin y de comienzo, que viene a ser lo mismo, de paso de los años (nunca en balde pues el poso es indeleble), de miedo y esperanza. Porque siempre hay una segunda oportunidad y ningún drama es definitivo, nos viene a decir Ozu.
Y en medio de semejante tesitura, con todos los elementos sobre la mesa, llega el milagro definitivo: ¿cómo es posible que en una composición tan elaborada, tan artificiosa, tan absolutamente calculada (sí, tanta belleza no es posible), se respire una naturalidad que te hace creerte tan dentro de lo que ves? ¿Cómo es posible? ¡Es un milagro!El misterio Ozu.
Gracias al centenario de su nacimiento hemos podido recuperar algunas de sus películas, y se han realizado numerosas publicaciones. Si quieres saber más cosas de la obra de Ozu pincha aquí, es un artículo bastante completo.
domingo, julio 02, 2006
Chocolat
Que nadie se asuste, no voy a hablar del pastelón que nos endosaron hace algunos años Lasse Hallstrom y Juliette Binoche, la cosa discurre por otros derroteros.
sábado, julio 01, 2006
Noche y día, de Chantal Akerman
Llevo mucho tiempo escuchando cosas de Chantal Akerman, esa directora belga a la que siempre se alude como paradigma de la modernidad cinematográfica. Hasta ahora, una extraña pereza se adueñaba de mí y me impedía descubrirla, creyendo que iba a ser algo parecido a una tortura. No sé cómo pude hacerme esa idea. Así que hoy definitivamente he salido de mi error y me he quedado fascinado ante esta película, pequeña en apariencia pero enorme en su profunidad.
La acción es prácticamente nula a lo largo de toda la película, pero no es necesaria, porque las emociones e ideas que transmite hablan por sí solas, tratando al espectador con un respeto reverencial, dejándole que entre en el film libre de cualquier atadura, que respire su aire parisino e intente comprender los sentimientos y reacciones de los personajes como si fueran propios.