martes, febrero 26, 2008

De vuelta

Después de casi dos meses de parón, como ya pronosticaba en aquel post de enero, ha llegado la hora de volver. En este tiempo las actividades cinéfilas y literarias se han reducido al mínimo, pero era necesario para dar el empujón definitivo al proyecto y acabar la carrera. Después me he tomado algo menos de una semana para desconectar, he pasado cinco días en París con la mejor anfitriona posible (gracias Sil), y anoche aterricé de nuevo en Madrid para comenzar, desde esta mañana, una nueva época. Aunque en realidad el cambio no es tan grande como se podría pensar, porque me quedo trabajando en la universidad, en el mismo departamento, viendo cómo funciona eso del doctorado, y viendo alejarse ese ente que siempre miramos con recelo: la empresa privada. Así que creo que seguiré teniendo tiempo para estas otras cosas, que para mí es lo importante, y seguirá habiendo épocas en que tenga que parar, pero, al menos de momento, se podrá seguir con regularidad. De momento, ya hay un encargo muy interesante de los amigos de Shangri-La, con el que me pondré en breve.

Y casi sin enterarme han pasado los Oscar, de los que no he leído ni visto nada (más allá de la lista de ganadores), y de cuyas películas nominadas sólo he podido ver No es país para viejos y Pozos de ambición. La primera fue una gran sorpresa; mi confianza en los Coen no estaba demasiado alta: quedaban lejos sus grandes obras Barton Fink y Fargo, y aun considerando muy reivindicable su pastiche-screwball Crueldad intolerable, creía que su última película sería una vuelta a los lugares comunes que les aseguraran el visto bueno de la crítica. Nada de eso. Los Coen dibujan (o más bien trazan, sugieren con cortes secos y áridos a la manera de Peckinpah o Melville) una de sus películas más originales, donde la elipsis es la manera de vivir en un mundo de confrontación generacional en que se cierran los ojos y se rellenan los huecos con una imaginación que reniega del diálogo para desembocar en una falsa sabiduría autosuficiente. No es país para viejos, quizás el título sea demasiado evidente, pero me parece un subrayado necesario para una película que trata grandes temas evitando las habituales manías de dejar todo cerrado, empleando para ello un estilo narrativo impecable y sugerente, que va más allá de su historia para convertirse en una cierta manera de pensar y sentir. No profundizo más porque se ha hecho muy bien en otros sitios, como el foro Cinexilio.


En cuanto a lo último de Paul Thomas Anderson, me parece una buena película, y no digo que me haya decepcionado (sigue definiendo a su director como un autor personalísimo con un mundo muy definido), pero quizás me parece algo irregular y, especialmente, me desequilibra con un final colmado de histrionismo que parece querer hacer lo que los Coen evitan, zanjarlo todo para dictar sentencia. También digo que me maravillan muchas escenas, con movimientos de cámara que son capaces de definir un personaje y una situación por sí mismos, por demasiado evidentes que sean sus travellings o las metáforas totalizadoras de la trama. Pero para resaltar los aspectos positivos ya está la entusiasta crítica del andersoniano Manu Yáñez.

Así que me alegro del resultado de unos premios en los que nunca se confía pero que se siguen con interés, porque resulta innegable su importancia y la cantera de cinéfilos que genera (muchos hemos cimentado nuestra afición a partir de los Oscar :) ). Por eso es fantástico que premien películas como No es país para viejos o nominen otras como Pozos de ambición.

Y hasta aquí todo. No me gusta escribir post tan egocéntricos como éste, sobre todo porque muchas cosas que digo no interesan a nadie, pero después de estos dos meses creo que era necesario. Gracias a los que han seguido pasando por aquí. Volvemos a la normalidad.