domingo, marzo 09, 2008

La emperatriz Yang Kwei-fei, Mizoguchi en color


En un momento en que la descontextualización histórica está cobrando fuerza gracias a las últimas obras de directores como Eric Rohmer (El romance de Astrea y Celadón), Sofia Coppola (María Antonieta), Paul Thomas Anderson (Pozos de ambición), o Hirokazu Kore-Eda (Hana), puede resultar muy interesante recuperar algunas de las películas históricas del maestro Kenji Mizoguchi. Está claro que Sofia Coppola no quería hacer una película histórica en su María Antonieta, sino utilizar las herramientas del pasado para dibujar con mayor precisión sus inquietudes personales respecto al presente; del mismo modo, no hay una diferencia de fondo entre las películas "contemporáneas" y las películas históricas de Mizoguchi.

A diferencia, por ejemplo, de Kurosawa, que exportaba tragedias shakespearianas más allá del tiempo y del espacio para dotar a su cine de un carácter universal, que hablara de la condición humana a través de una concienzuda contextualización, el cine histórico de Mizoguchi habla del presente, de las verdaderas inquietudes de su director, de la necesidad de dar voz a la mujer en una sociedad que se empeñaba en silenciarlas. Así, la reivindicación social de sus películas contemporáneas como Los músicos de Gion, La mujer crucificada o La calle de la vergüenza se extiende a los melodramas históricos que denuncian la situación de la mujer a través de la aproximación intimista, totalmente alejada de efectismos o trucos demagógicos.


Dentro de esta serie de películas históricas, Mizoguchi también saca en ocasiones un pie del melodrama para coquetear con otros géneros, como el fantástico en Cuentos de la luna pálida de agosto o la fábula, el cuento tradicional, en La emperatriz Yang Kwei-Fei, película embebida de un aire de ensoñación que la emparenta directamente con la tradición oriental de Las mil y una noches.

En La emperatriz Yang Kwei-Fei una serie de personajes utilizan en propio beneficio a una criada de cocina de gran belleza (Machiko Kyo) y parecido con la fallecida esposa del emperador, acercándola a éste (que ve en ella la perfecta sustituta de su amada) de manera que puedan conseguir su favor. De este modo, una pobre chica, maltratada por su familia, llega a lo más alto de la corte sin tan siquiera proponérselo. Suena conocido, pero las sutiles diferencias con el clásico cuento de la Cenicienta abren un abismo que convierten la película en una personalísima obra de Mizoguchi. En primer lugar, hay que tener en cuenta que los orígenes de esta fábula no están en Walt Disney, y ni tan siquiera en Charles Perrault, sino en unos escritos chinos que datan del año 200 de nuestra era.

Si el cuento clásico llama la atención por una latente y edulcorada misoginia, Mizoguchi convierte a la sumisa e ingenua Cenicienta en un personaje lleno de entereza, víctima (consciente de ello en todo momento) de los prejuicios y convencionalismos sociales, que son tan válidos para el Japón del siglo VIII como para el de 1955. En esta arriesgada comparación se mueve una película que no hace concesión alguna al espectador ávido de buenas intenciones, concluyendo con un dramático final que Mizoguchi solventa con una elipsis maravillosa.

Está claro que la mujer es el tema básico del film, pero se articula sobre otro muy interesante y que ha dado mucho juego a lo largo de la historia del cine: la obsesión por la muerta y las ansias de resurrección. Desde clásicos de Hollywood como Rebeca, Laura, Jennie o, sobre todo, Vértigo, y hasta películas como Ordet, Solaris, casi todo de Palma (herencia directa de Vértigo) o los últimos Lynch, la duplicidad y la sustitución, la muerte y la resurreción, forman dípticos de inabarcable sugestión, capaces de evocar los fantasmas personales de cada espectador y enfrentarlo contra su propio miedo a la soledad.


Además de las cuestiones de fondo, ésta fue la primera obra de Mizoguchi en color, lo que le permitió experimentar y rememorar sus comienzos como pintor y artista gráfico. Cada plano está compuesto como un perfecto retablo que, sin embargo no chirría dentro de sus característicos planos secuencia, tan exquisitos como siempre pero, quizá en esta ocasión, más contenidos y ajustados a las necesidades narrativas. Esto no implica que disminuya la inquietud formalista de Mizoguchi, que, en todo caso, estaría más depurada de lo habitual, manteniendo su gusto por el plano general y reservando para los momentos de mayor intimidad un par de fugaces primeros planos. Primeros planos de soledad y de una felicidad que sólo puede ser ilusoria, que se tornará inevitablemente trágica.

domingo, marzo 02, 2008

On connaît la chanson/Coeurs: Resnais puede ser ligero


La primera idea que surge cuando se habla de Alan Resnais es la de un cineasta denso, profundo, críptico, frío, casi gélidamente intelectual. Esto es algo lógico revisando la primera parte de su filmografía, obras como Hiroshima mon amour, El año pasado en Marienbad o Muriel, sin olvidar su labor de documentalista precoz con múltiples cortos y mediometrajes tales como Noche y niebla, su impresionante retorno al desértico campo de concentración de Auschwitz. En realidad siempre he pensado que los primeros largos de ficción deben más a los precedentes literarios de sus guionistas (Marguerite Duras en Hiroshima, el recientemente fallecido Robbe-Grillet en Marienbad) que al propio trabajo de Resnais, al que nada se puede reprochar, a pesar de que siempre me pareció que Hiroshima sufría un exceso de engolamiento poético. Los experimentos espacio-temporales de estas obras resultaron fundamentales para un cierto tipo de cine posterior, particularmente en el caso de El año pasado en Marienbad, que redefine toda una manera de abordar el cripticismo y el desdoblamiento en el terreno audiovisual (¿verdad Lynch?).

Después de una larga carrera con títulos bastante variados, gustosos de experimentar con la estructura, los géneros y las formas, con mayor o menor éxito, Resnais realiza en 1997 On connaît la chanson, musical que juega con la comedia, el drama y la narración coral, anticipando la que hoy es su última obra, recientemente estrenada en España, Asuntos privados en lugares públicos (Coeurs, 2006). En estas obras, parece como si Resnais estuviera menos interesado por lograr un potente calado intelectual que una fuerte huella emocional en los espectadores, dando más importancia a la psicología de los personajes y a las anécdotas argumentales.


Existen resonancias muy evidentes entre ambos films. Por un lado las características generales ya apuntadas, así como el tono, pretendidamente amable y menor, con que se aborda la similar estructura de historias cruzadas; además, se introducen elementos distanciadores que dan consciencia de la naturaleza fílmica de lo narrado: tenemos las canciones que surgen abruptamente, como del subconsciente, en On connaît la chanson, o los planos cenitales que muestran apartamentos sin techo, como un decorado teatral, en Coeurs, evidenciando la presencia de un destino que mueve los hilos de los personajes, víctimas de un azar que no les sirve de excusa para calmar sus remordimientos. Siguiendo con elementos cinematográficos, destacan las transiciones entre escenas, tan importantes en filmes de estas características, que son casi omnipresentes en Coeurs, seguramente porque la idea clave de la película es dibujar un mosaico sentimental muy tupido, que no llegue a mostrar claramente una forma determinada, sino que esboce comportamientos, reacciones, actitudes. Son muy llamativas estas transiciones, desarrolladas siempre sobre un fondo de nieve cayendo, y que provocan curiosas y melancólicas rimas internas, de acuerdo con la variable duración de las escenas. Pero ya en On connaît la chanson (e incluso antes, en El amor ha muerto) ensayaba con fundidos sobre la imagen de una medusa en movimiento, introduciendo así más elementos distanciadores que funcionan como perfecto sello de su autor. Del mismo modo, resultan curiosas otras similitudes más concretas entre ambas películas, teniendo en cuenta que una se basa en un guión ajeno, de Agnes Jaoui, y la otra en una obra teatral de Alan Ayckbourn: por ejemplo, el personaje de André Dussollier (también coinciden cuatro de los seis actores protagonistas) es, en las dos, un agente inmobiliario, y otros personajes buscan un nuevo apartamento como manera de escapar de su soledad y dar un nuevo impulso a sus vidas.

Seguramente, la diferencia principal es que Coeurs está revestida de un tono más amargo, que ya no sólo desconfía de la propia sociedad como On connaît la chanson, y trasciende el uso de unos pocos temas contemporáneos llevando el desengaño a una trinchera más existencial, inherente a la naturaleza humana. Casi diez años las separan, y el cambio de visión podría equipararse al que ya experimentó Hawks en su díptico Río Bravo-El dorado, aunque, a mi juicio, las películas más logradas en cada caso serían Río Bravo y Coeurs.


En definitiva, hay que aprovechar el paso por la cartelera de Asuntos privados en lugares públicos para disfrutar de una película con mucho más alcance de lo que puede parecer, en la que el exquisito cuidado de la puesta en escena, las simetrías, los movimientos de cámara (algo presente desde Marienbad) y los colores convierten una película netamente teatral en una exquisita pieza cinematográfica, con un poso melancólico, casi teñido de nostalgia, que ama por encima de todo a sus personajes, cuidándolos y acercándose a ellos comprensivamente, con el calor que puede desprender la nieve intuida desde las ventanas de un apartamento confortable. ¿Que Resnais toma menos riesgos? Seguramente, pero aportándonos otras cosas a cambio.