domingo, agosto 17, 2008

Batman, ¿caballero oscuro o caballero oxidado?

Decía Chejov en su famosa teoría que si aparece una pistola en el primer acto de una obra, ésta debía ser disparada en el tercero. En El caballero oscuro se repite esta fórmula hasta la saciedad, incluso de una manera grotescamente obvia en el clímax final de la película. Igualmente obvia es la estructura sobre la que se construye la película, con su espectacular atraco inicial al banco homenajeando un clásico del cine negro como Atraco perfecto, con su anticlímax escoltado por ruidosas persecuciones, y con una traca final cargada de tics melodramáticos y rocambolescas acciones. En la línea de los últimos blockbusters de Hollywood, todo en esta entrega de Batman funciona por acumulación, desde los omnipresentes efectos especiales hasta el montaje frenético que intenta impedir que el espectador interiorice las debilidades del film.


Exhibicionismo seguramente sea la palabra que mejor define el film, que parece que sólo busca impresionar al espectador en cada momento, desde el plano formal (por abrumación, no por composición, cadencia o calidad) hasta el contenido demagógico y moralista de determinadas situaciones. No es puro azar buscar los efectos dramáticos en los familiares de los protagonistas, en el gran amor o en los inocentes hijos de los buenos; porque al final todo se reduce a eso, buenos y malos, corrupción y honestidad, y un maniqueísmo absolutamente primario, que desemboca en una moraleja subrayada una y otra vez.

Así que los efectos especiales recubren un clasicismo absolutamente rancio, que tiene en los clichés su peor argumento y en la falta de matices y profundidad psicológica la carencia que no se echaba de menos en muchas películas puramente clásicas. Y todo esto, en una película que pretende ser moderna y alardea de ello, es imperdonable.
Pero el exhibicionismo de Nolan no se restringe únicamente a los efectos especiales, porque también las inanes secuencias de transición rellenan su vacío con innecesarios alardes en forma de travellings circulares o nerviosos movimientos de cámara que escandalizarían a auténticos virtuosos como Max Ophüls.

Resulta ciertamente triste que un director tan prometedor como Christopher Nolan, con un bagaje de excelentes películas como Memento o Insomnio, haya sido fagocitado de tal manera por la industria estadounidense. Tan sólo queda en El caballero oscuro algún resquicio de su sello personal en el realismo y la oscuridad con que se aborda la película, en un continuismo evidente con su predecesora Batman begins.

En definitiva, una decepción motivada también por las excelentes críticas que había oído y leído de la película, que en muchos medios, sorprendentemente, se calificaba alegremente como obra maestra.