domingo, noviembre 22, 2009

Comunión, de Eloy M. Cebrián. Ficción multidimensional


Resulta difícil encontrar un punto del que partir para retratar literariamente los miedos que los ciudadanos de un país han heredado de su propia historia. Los resortes que reactivan esos miedos pueden saltar en cualquier momento y perseguir a cualquiera en determinados momentos, y esa sensación transmite Eloy M. Cebrián de la mejor manera posible a través de una versátil colección de relatos que presentan un sustrato común, aquél que marca el miedo, la soledad y la inseguridad como patrimonios del ciudadano moderno.

Estos relatos conforman una crónica general de la devastación emocional, reflejando la manera en que esto se trasluce en la vida cotidiana. Para este collage, Eloy se vale de una tradición literaria multidimensional, que bebe de los clásicos para transmitir una óptica contemporánea y libre de ataduras formales o temáticas. Para explicar esta naturaleza multidimensional de la obra puede servir de ejemplo el relato "Anamorfosis", piedra angular del libro y, desde ya, auténtico clásico de la literatura breve.

Funcionando a las vez en varios niveles significativos, "Anamorfosis" es un desesperado grito de ayuda de su narrador, que es esclavo de sus propios miedos y de una ambigüedad de la sociedad actual que fluctúa entre lo que es preferible considerar real y lo que resulta más cómodo tomar como ficción. Porque el dolor que no se ve no existe, o no existe para el que no lo sufre. Pero incluso para quien lo sufre puede resultar más llevadera su propia negación, mantenerlo oculto como una piedra preciosa que regenerara al acariciar pero que en realidad fuera carcomiendo las entrañas.

Es el profundo realismo de este relato, perfectamente anclado en los cánones de la literatura fantástica, lo que lo convierte en una pieza maestra que articula el resto del libro. Porque el McGuffin de "Anamorfosis" está en un individuo que vive atormentado por ser diferente al resto de personas que lo rodean, o al menos a lo que él ve del resto de personas que están frente a él: tiene una cuarta dimensión invisible que lo convierte en un monstruo. Y a fin de cuentas, el conjunto de relatos de "Comunión" juega con unas coordenadas multidimensionales tienen entre sus ejes a Borges, Bioy, Cortázar, Poe, Wilde, Lovecraft, Chejov, Cheever o Carver, pero también conceptos como el pastiche postmoderno, la iconografía pop, la nostalgia autoirónica, o el diálogo introspectivo (contradicción posibilitada por esa multiplicidad de cada persona, cada uno con sus fantasmas).

Entre el costumbrismo, la crítica social, la herencia del pasado, la alegoría, y la literatura fanstástica, Eloy M. Cebrián se salva tanto de caer, por una parte, en el realismo tímido que tanto daño ha hecho a la creación nacional en los últimos tiempos, como del exceso fantástico y la pérdida de identidad que pueden ser propiciados por un exceso de imaginación. En el primer caso, el autor evita cualquier dogmatismo y nunca cae en la complacencia consigo mismo o con los personajes, no regala compasión ni cae en subterfugios psicologistas: podríamos decir que, moralmente, es casi bressoniano. En cuanto a los relatos de corte más fantástico, es destacable el ejercicio de depuración y contención presente en cada momento. Cada relato del libro es irreprochable y, si alguien puede echar algo en falta quizás sea, en algún momento puntual, que el autor decida saltar finalmente al vacío y omita alguna apostilla explicativa que da el tono más clásico a ciertos relatos. Esto, sin embargo, nunca hace perder al conjunto el necesario toque de anfibología.

Los personajes de este conjunto de relatos son hijos de su tiempo, de Internet, de los teléfonos móviles, del estrés y del pastiche postmoderno, pero también son hijos del catolicismo más rancio, de décadas y décadas de dictadura, del resentimiento, del resquemor, de una libertad nunca del todo autoconsciente, y del vacío de no poder afrontar la propia identidad.

La estructura de los relatos, consecuentemente con la multidimensionalidad mencionada, también varía, yendo desde el clásicismo decimonónico más pulcro hasta el mosaico coral heredado de Dos Passos o Faulkner, la alegoría borgiana o la estética del vacío llevada por Raymond Carver hasta sus últimas consecuencias. Esto salva al libro de poder ser demasiado plano o no parecer formalmente consecuente con su planteamiento teórico. Así pues, todas estas influencias se articulan en una estructura arbórea que parte (por poner un artificioso comienzo, que en realidad no existe y podría remontarse mucho más atrás) de Poe y de Chejov, cabezas fundacionales del relato breve como género literario, y se va abriendo, respectivamente, por un lado a través de Wilde y Cortázar y por otro de Jorge Luis Borges y John Cheever. Pero no sólo estas influencias planean sobre el libro de Eloy Cebrián, porque no se puede olvidar al omnipresente Kafka, sombra que planea con fuerza a través del propio Borges o de Raymond Carver (y opino, no sin riesgo, que Kafka está presente, directa o indirectamente, en cualquier cosa interesante que se escriba actualmente).

Y aprovechando esta mirada atrás no podemos olvidar que los relatos de "Comunión" cumplen perfectamente los preceptos que ya establecía el infante Don Juan Manuel en el siglo XIV como fundamentales para sus creaciones literarias: precisión, claridad y brevedad. La diferencia está en que quizás en aquella época era posible e incluso práctico reducir ideas, conceptos y emociones a una moraleja final que funcionara como catalizador de doctrinas. Eloy Cebrián es consciente de que hace tiempo que eso dejó de ser posible, y la respuesta a una sociedad compleja tiene que ser una literatura abierta, sin cortapisas morales o estéticas, y que pueda dialogar cara a cara con el material de su propio ser: la individualidad de cada uno de los lectores.



Reseña de la editorial

Web de Eloy M. Cebrián

Y aprovecho para comentar que el libro se presentará el próximo 3 de diciembre en Madrid, en la carveriana librería Tres rosas amarillas

martes, noviembre 17, 2009

25 años sin Truffaut. Una encuesta

Me da la impresión de que, desde hace algún tiempo, la figura de François Truffaut corre el riesgo de sumergirse en una especie de limbo cinéfilo que lo va dejando en un segundo plano. Parece que el que fue más importante crítico, teórico y cineasta de la Nouvelle Vague, el más popular y mediático de los directores franceses, va viendo como su aura se desvanece, veinticinco años después de su muerte, a causa de una incómoda posición en tierra de nadie, sin pertenecer ni a los que aman el cine más comercial ni a los devotos de las películas más arriesgadas.

Resulta paradigmático que hace unos años, Quentin Tarantino, después de rodar Kill Bill, para la cual no sólo obtuvo la idea, el argumento e incluso detalles formales de la película de Truffaut La novia vestía de negro, se acordara de toda una retahíla de cineastas y actores fallecidos y no hiciera mención al director francés. Eso mismo no le ocurre con Godard, cuyo nombre no sale de su boca en ningún momento, sin que por eso sea menos merecido. Porque estamos de acuerdo en que Godard es, probablemente, el director más influyente e importante de la historia del cine, pero al final se le recuerda más por la pose, el gesto, el icono, que por la hondura y profundidad del pensamiento que se esconde tras sus películas o la ruptura fundamental de sus continuas innovaciones formales. Y por eso, casi siempre, suena más prestigioso, más "cool", hablar de Godard que hablar de Truffaut; sin embargo, no deberíamos olvidar que uno no sería posible sin el otro, las dos cabezas de la Nouvelle Vague.

Porque se empezó a tachar a Truffaut injustamente de academicista y domésticado, cuando su cine siempre fue profundamente personal, y su paulatino acercamiento al clasicismo de Hollywood debe entenderse más como una declaración teórica de intenciones que una concesión o una debilidad. Y por esa razón es posible que se necesite una revisión crítica profunda y sosegada de toda su obra, libre de prejuicios políticos o resentimientos estéticos.

Bien sabido es que Godard, Rohmer y Rivette son los directores fetiche de este blog, pero no conviene olvidar que todos sus logros y hallazgos deben mucho a Truffaut, que en su corta carrera realizó unas aportaciones teóricas decisivas, además de un buen puñado de películas extraordinarias y algunas obras maestras. Así que me parecería muy sano que los seguidores de Godard y Truffaut decidieran ir de la mano y no dejaran que ciertas miradas contaminaran esa tortuosa relación del cine francés. Porque el nombre de Truffaut suele ser utilizado con mucha frecuencia por los seguidores del cine clásico y comercial estadounidense para denostar a Godard y otros franceses experimentales, para decir que el de Truffaut, por su cercanía a las maneras clásicas, es el único cine francés que vale la pena, cuando el malogrado cineasta nunca pretendió algo así. Y esto provoca una lógica reacción de rechazo por parte de los godardianos, que son los que, en el fondo, más podrían apreciar sus películas. Porque los seguidores del cine clásico americano, al fin y al cabo, siempre preferirán a los tótems Ford, Hawks o Hitchcock, o a los más discutibles Wilder, Walsh o Wyler. En cierto modo, podríamos decir que Truffaut es el enganche al cine europeo equivalente a Kurosawa para el cine japonés, lo que no es necesariamente malo (todo lo contrario), pero que puede suponer un arma de doble filo: el peligro de quedarse en tierra de nadie.

Y centrándonos ya en la encuesta que ha permanecido abierta estas últimas semanas en el blog, y viendo los resultados, me parecen totalmente coherentes, a la par que previsibles. La clasificación es la siguiente:

1.- Jules y Jim---5 votos
2.- Los cuatrocientos golpes---3 votos
3.- Tirad sobre el pianista---2 votos
4.- Fahrenheit 451---2 votos
5.- Las dos inglesas y el amor---2 votos
6.- La habitación verde---2 votos

Con un voto: La piel suave, El pequeño salvaje, La noche americana, El último metro, Vivamente el domingo.


Tengo que decir que estoy plenamente de acuerdo con la clasificación, aunque me hubiera gustado ver más arriba La piel suave, esa gran crónica del adulterio y el "amor fou" filmada con una sensibilidad y una capacidad para el detalle soberbias, o haber dejado que La mujer de al lado, su continuación en la madurez, se llevara algún voto. Jules y Jim y Los cuatrocientos golpes son indiscutibles, fundamentales en la historia del cine y auténticos iconos estéticos (y por eso constituyen lo más perdurable de Truffaut en la memoria colectiva, aunque en este caso, a mi parecer, el detalle coincide con la excelencia). Quizás era más previsible ver por encima Los cuatrocientos golpes, por el impacto que provocó en su día y su carácter fundacional, pero hoy día, olvidados aquellos momentos, el triángulo que vertebró Jeanne Moreau entre la comedia, el drama y la ausencia de género en beneficio de una de las películas más vitales de la historia, resulta ciertamente reconfortante. De entre las de dos votos, esperaba ver por encima la exquisita Las dos inglesas y el amor, que se ha convertido, junto con La habitación verde, en la película de culto del director francés. No comparto el entusiasmo por La habitación verde (Hitchcock se me hace demasiado presente), pero es una película muy personal y peculiar de Truffaut, y entiendo que provoque grandes adhesiones.

Pero al final, por unas cosas o por otras, toda la obra de Truffaut resulta muy recomendable, interesantísima por unas cosas o por otras, hasta las películas más habitualmente maltratadas. CUando revisé toda su filmografía me di cuenta de que hasta sus obras más pequeñas y habitualmente menospreciadas incluian pequeños tesoros inolvidables. Porque no hay que olvidar que su cine es mucho más que la crónica de la vida de Antoine Doinel, aunque si hay algo que tienen las películas de Truffaut, como siempre se ha dicho, es vida, la auténtica vida.

lunes, noviembre 02, 2009

Like You Know It All, Hong Sang Soo se desmitifica a sí mismo


Ciertos autores corren el riesgo, en cada nueva película, de caer en el abismo del narcisismo autoral y la autocomplacencia inconsciente. Podríamos encuadrar a Hong Sang Soo dentro de este grupo, pero hasta el momento ha conseguido salvarse, y vuelve a hacerlo en su última creación, la libre y desprejuiciada "Like You Know It All".


Después de "Night and day", una película algo diferente a lo que nos tenía acostumbrados hasta el momento (dentro de lo que es posible en Hong), más áspera y quizás más compleja, la última película del director coreano nos devuelve a ese universo que juega con la suspensión de la ficción introduciendo ésta, de lleno, en un juego autobiográfico auténtico o impostado, poco importa. De nuevo el protagonista es un director de cine, y de nuevo se trata de alguien arrastrado por el entorno, por las circunstancias, sin ser muy capaz de reaccionar de la manera apropiada. Entre abúlico y temperamental, el protagonista es al mismo tiempo víctima y culpable, y la mirada irónica (incluso vitriólica, algo cruel) que Hong Sang Soo vierte sobre él no se recrea en la compasión, sino que prefiere examinar sus contradicciones, que son las de todo ser humano, y extraer conclusiones que nunca son claras. Porque como se dice en algún fragmento del film, probalemente el más explícito en cuanto a teoría cinematográfico-vital de la carrera de Hong, una película no tiene por qué mostrar bellas imágenes ni claros mensajes ("No hay mensajes claros. Como mucho, ambiguos"). Hong apuesta por una libertad decidida, se llega a decir que lo más importante en la vida es la libertad, pero en la película se muestra la imposibilidad de alcanzar esa libertad. El protagonista define esta libertad como "la fortaleza de concentrar en uno los auténticos deseos", y dice que "somos innecesariamente felices, porque perseguimos falsos ideales y los deseos de los demás". Por otro lado, él, autor de películas, al parecer, bastante personales, de prestigio pero poco público, anhela secretamente conseguir un taquillazo, e incluso sueña con tener una excusa que le permita afrontar sus películas sin perder el orgullo de ceder a sus ideales y a su presunta libertad e independencia. Por lo tanto, esa ambigüedad se traduce en un desequilibrio que funciona a todos los niveles, especialmente en el emocional, siendo incapaz de enderezar cualquier mínima curva que el destino pone frente a él. No es capaz y acaba complicando las cosas. Y esos desarreglos afectivos vienen a ser el detonante de su vida, porque invade todo lo demás, y en la película se aprecia que esa utopía de separar lo personal y lo profesional suele quedarse en los manuales de los empresarios.



"Like You Know It All" parece establecer continuidad directa con "Woman on the beach" y, al igual que en esta y en otras muchas, el mar, la playa, juega un papel simbólico decisivo, como aquel lugar de calma al que quisiera acceder el protagonista sin lograr nunca llegar a él. Y entre ligereza y profundidad se mueve la película, con sus largos planos secuencia y un naturalismo que tiene mucho de rohmeriano, de disfrute del momento y de regocijo ante lo aparentemente banal. Porque Hong celebra la vida a cada instante, para bien o para mal, entre comilonas, botellas de alcohol y deslizamientos de sábanas. Hong juega con sus películas y muestra esos resortes escondidos de cada ser humano que se mueven en una aparente aleatoriedad, saltando de la calma a la furia y de la suspicacia a la necesidad de comunicación y afecto. Porque, al fin y al cabo, por mucho que intentemos negarlo y muy fuertes que nos creamos, todos estamos necesitados y somos vulnerables en cuanto entornamos un párpado.