jueves, abril 15, 2010

Dublinesca. Un suicidio ejemplar

Parece que ha llegado el momento y, después de varios libros tanteando el riesgo, Vila-Matas ha decidido dar el gran salto y suicidarse a la inglesa. En este proceso se han ido quemando etapas y ha pasado el tiempo, porque ya hace unos años que el autor barcelonés enfermó de El mal de Montano, para después desaparecer metamorfoseado en el Doctor Pasavento, y caminar al borde del precipicio de sus Exploradores del abismo antes de dar el salto definitivo, el gran salto al vacío que supone Dublinesca.

Porque Dublinesca, con su milimétrica estructura y sus juegos resonantes de personajes, sus referencias y construcciones metaficcionales, utiliza la historia de la literatura, y especialmente el Ulises de Joyce, de una forma que va más allá del postmodernismo que tan bien ha empleado Vila-Matas en otras ocasiones; esta vez, la esencia del Ulises se infiltra en la realidad de la ficción dándole cuerpo, de tal modo que se puede ver en el funeral del alter ego del señor Macintosh el funeral del propio Vila-Matas. El señor Macintosh era, en Ulises, un personaje misterioso que aparece por primera vez en el capítulo 6 de la novela, dejándose ver siempre con un halo de misterio en capítulos sucesivos. Como se recoge en la propia Dublinesca, según la teoría de Nabokov, ese personaje misterioso correspondería con el autor, el propio Joyce, creador del protagonista Leopold Bloom, a quien observa desde la distancia. Así pues, ese hombre misterioso, que puede vestir una chaqueta Nehru o parecerse a un joven Samuel Beckett, sería según Nabokov el propio Vila-Matas, y de esta forma la novela concluiría con su funeral. ¿Y qué es el funeral de un autor en su propio sino un suicidio? (Algo parecido planteó hace algunas décadas Philip Roth en una de sus novelas). Además, el suicidio del señor Macintosh a la hora del nacimiento de la era digital y la muerte de la galaxia Gutenberg es otra gran ironía del texto, otro gran juego de palabras joyceano de los muchos que habitan (en efecto, habitan, como entes vivos) la novela, aunque no sepamos qué tipo de ordenador tiene Vila-Matas.

Pero en ese caso, si el autor es ese observador externo que siempre está, mira y pasa desapercibido, como esos autores de nuestras propias vidas en quienes rara vez reparamos, ¿quién es el extraño narrador de la novela? ¿Quién es esa voz interior del protagonista, Samuel Riba? Acostumbrados a la primera persona y la voz absolutamente subjetiva de los libros de Vila-Matas, puede provocar extrañeza en un principio encontrarse con un falso narrador omnisciente, porque esa voz objetiva no es en realidad más que una visión externa del yo interno. Como si el protagonista hubiera decidido salir de sí mismo para narrar su historia. Y sobre esto puede parecer una pista la mención que en el libro aparece a El hombre que duerme, de Georges Perec, en el que una voz externa, como de autómata, va dictando al protagonista cuáles son sus acciones. Hay algo de preciso y mecánico en este narrador de Dublinesca, de fusión perfecta entre lo objetivo y lo subjetivo, la tercera persona y la primera. Y algo así pasaba con el protagonista de El hombre que duerme; su narrador provoca la misma extrañeza, aunque en ese caso sí queda clara la diferencia con la normalidad de un narrador omnisciente. Vila-Matas se esconde, juega sin parar con las máscaras del equívoco y la ambigüedad.

Pero, probablemente, la más importante idea (transformada en cosmogonía estructural) de la obra esté en la transición que lleva ese espíritu lúdico, juguetón, complejo y arrogante de James Joyce, hacia el sentimiento de insignificancia, angustia existencial y densidad moral del otro gran escritor irlandés del siglo XX, Samuel Beckett, quien, como se dice en la novela, marca una conmoción de pérdida, crepúsculo y sed que se corresponden perfectamente con esa especie de sentimiento colectivo con que ha nacido el siglo XXI, coda del XX y prólogo del vacío. Porque Samuel Riba se siente a menudo como si gritara al vacío en la cápsula sin aire de un mal sueño, y esta angustia beckettiana impregna una obra que, en contraste, está cargada de un hálito de tristeza poética enraizado con el otro gran artista del ascendencia irlandesa del siglo XX: John Ford.

Se evoca a Ford es distintas ocasiones a lo largo de la novela, ya sea por sí mismo, a través de otros (Yeats, Innisfree...), o mediante la invocación de la lírica de ese paisaje natural que él supo plasmar tan bien en sus películas. Y vemos que el sólido armazón narrativo de la novela de Vila-Matas (que quizás la convierta en su novela más clásica desde El viaje vertical o, mejor dicho, la que permite sobre ella una segunda mirada más clásica, paralela a la ya supuesta experimentación estructural y formal) esconde un profundo y melancólico aroma poético de una manera análoga a como funcionaban las películas de Ford. Resulta inevitable evocar ¡Qué verde era mi valle!, El delator o El hombre tranquilo, aunque en espíritu esté muy cerca de una película que vive en las antípodas contextuales: El hombre que mató a Liberty Valance. Porque un abrazo de desesperación en una acera lluviosa frente a un bar de perdición es capaz de evocar sensaciones parecidas a las de una flor de cactus sobre un ataud de madera. En realidad, la mirada que Vila-Matas dirige sobre Irlanda es, como la de John Ford, puramente emocional, nada realista, y aspira a través de sus referencias y sentimientos evocados a captar su auténtica naturaleza. Porque esa es la única manera de llegar a comprender la esencia de un lugar, de una ciudad (como ya hiciera en el pasado con la mitificada y difícilmente abordable París, por ejemplo).

Así pues, el aroma otoñal irradiado por el paisaje irlandés impregna toda la novela, y de esta manera el continente vuelca sus esencias sobre el contenido, modificando el sentimiento y las emociones de una manera que han captado en otros contextos otros artistas como Michelangelo Antonioni o David Cronenberg, no por casualidad presentes en Dublinesca. Porque el propio autor, con sus filias y obsesiones está más presente que nunca en esta novela, y el juego realidad-ficción alcanza una de sus cotas más insospechadas, retorcidas y divertidas, incorporando historias, características y detalles del propio autor a la figura de un editor literario. Como si todo fuera un sueño de Vila-Matas transfigurado en una vida paralela que compartiera la obsesión por los hikkikomoris, las extrañas estancias hoteleras en el extranjero o las visitas a conocidos escritores neoyorquinos, y como si todo virara a través de una serie de pesadillas que habitaran un humor finísimo y constante, parodia de todo pero chanza de nada, capaz de explorar los rincones más intrincados del alma humana de una manera cálida, a través de una ironía nada ofensiva. Siempre he mantenido la opinión de que esa manera de modular la ironía es una de las grandes virtudes de la literatura de Vila-Matas, derivada de su capacidad de comprensión del ser humano y el respeto a partes iguales por sus debilidades más profundas, sus pensamientos más ligeros y el contraste entre su soledad y su necesidad de comunicación.

Pero también resulta sorprendente cómo la mirada melancólica de Vila-Matas es capaz de crear un personaje entrañable y absolutamente hermanado con el lector a partir de unos ingredientes que podrían indicar todo lo contrario. ¿Alguien querría compartir algún rato de su tiempo con Samuel Riba si solo conociera su retrato robot? La mirada del autor lo humaniza, lo acerca, y hace trascender su mirada irónica sobre todo y sobre todos haciéndonos partícipes de una compasión que también sentimos continuamente, aunque intentemos negarlo, sobre nosotros mismos.

Aunque la sugestión de la obra no se termina, porque cada detalle, cada idea, se vuelve a doblar sobre ella misma encontrando una nueva vuelta de tuerca. El análisis sería inabarcable, pero una de las incógnitas más visibles y llamativas sería averiguar quién es el misterioso escritor Vilem Vok que tan fascinante resulta en la novela, y preguntarnos si solo son reales los personajes que existen y si no es verdad que todos hemos soñado alguna noche con Rita Malú, aunque mude de piel de una novela a otra. ¿Todos son Vila-Matas? ¿Todos somos Vila-Matas?

¿Cuál es la gran riqueza de Dublinesca? No se puede responder, pero una posibilidad estaría en algo que, a pesar de empezar a convertise en tópico, puede ser uno de los más importantes paradigmas actuales de la literatura: la gran riqueza está en la diversidad de lecturas, en la posibilidad de cada lector de hacer suya la novela, llevarla al terreno personal y establecer las teorías más afines a sí mismo. La multiplicidad de lecturas, interpretaciones y conceptos redivivos. La validez de todo ello. La misma riqueza que convierte el Ulises de Joyce y todos los grandes clásicos del siglo XX en libros imprescindibles para comprender el caleidoscópico mundo actual. Así pues, esta teoría, esta interpretación de Dublinesca, solo es otra más de la infinita gama combinatoria. Como una obra de Perec, como un juego matemático, como la lluvia y el mar.

Ha llegado el día del finde la era Gutenberg, pero eso no es motivo de oprobio para los que hemos amado esa era gloriosa del pensamiento humano. Al contrario, podemos vanagloriarnos del éxito de esa etapa (de ficción, como todas las etapas) y de la riqueza que viene con la próxima, que no debe servir, y no va a servir para perder cosas, perder teorías, perder países, sino para ganar nuevas visiones, nuevas maneras y nuevas reformulaciones de nuestra realidad. Nuestra realidad, la ficción de todos.



martes, abril 06, 2010

Transit y Shangri La


Como colofón al tema de Rohmer, y en cierto modo pasar página, traigo un par de enlaces de dos revistas digitales extraordinarias, cuyos últimos números acaban de salir y en los que he tenido la suerte de participar con alguna colaboración.

En primer lugar, ha salido el número 4 de la revista Transit, que se puede consultar online y en la que, entre otros temas, se comentan diversos estrenos, visibles o invisibles (Bellocchio, Haynes, Scorsese, Bigelow, Lav Diaz...), se trazan las rutas que unen películas como Breve encuentro, Una pareja perfecta y Antes del amanecer, y se homenajea, por supuesto al maestro Rohmer con un par de artículos. Yo me he encargado de escribirle una carta pensando en que pueda escucharla póstumamente, esté donde esté.


Y la otra gran noticia es la publicación del último número de la revista Shangri-La, que además es muy especial, al ser un monográfico muy exhaustivo sobre el lenguaje de la memoria. Yo he colaborado con el artículo "El lenguaje de los espacios, la memoria de la ciudades". Podéis descargar las dos partes de la revista desde esta página. Hay tantas cosas en este número que me parece imposible sacar unas pocas o destacar algo, lo mejor es ir al original. Aunque claro, en este tema, si existe a quien no podemos olvidar, ese es Marcel Proust.


Disfrutadlo :)