domingo, febrero 25, 2007

INLAND EMPIRE


En el año 1966, el grandioso sueco Ingmar Bergman exploró los límites de la representación con su radical e incuestionable Persona, que parecía abrir un camino en el mundo del cine que nadie, posteriormente, supo continuar. Bergman lanzó el testigo tras realizar su obra cumbre y, esta misma tarde, he tenido la impresión de que alguien en nuestros tiempos ha proseguido ese camino que parecía cerrado para siempre. Lo que parecía una simple pero importante influencia en Carretera perdida o Mulholland Drive, se convierte en INLAND EMPIRE en un solar donde edificar un monumento de la postmodernidad.

No voy a hablar del argumento (que sí lo hay) ni de las diferentes tramas y subtramas que pueblan la narración en los diferentes espacios -realidad, representación, sueño- y tiempos; en primer lugar, porque no lo tengo nada claro y sólo me han quedado retazos inconexos que necesitarían más visionados para ser ordenados y, después, porque me parecen más importantes las ideas que subyacen en cada escena y los sentimientos y emociones que se transmiten durante la cinta. (Para detalles del argumento dejo el enlace al blog Abandonad toda esperanza).

INLAND EMPIRE es una de las mejores, si no la mejor película de terror que nunca he visto. Durante 180 minutos te agarra sin soltarte, y te somete a una presión absorbente y opresiva, que te persigue durante varias horas después del término del film. La atmósfera creada es impresionante, perfecta para la historia metacinematográfica que se nos cuenta, poseedora de un feísmo mucho más presente que en las otras películas de Lynch, a lo que ayuda la cacareada utilización del vídeo digital. Es cierto que podemos ver esta película como una especie de continuación extrema, desesperada y bastante más críptica de Mulholland Drive (también más divertida), en la que la absoluta libertad creadora la convierte en un auténtico festín y torrente de emociones. Creo que el aumento de complejidad respecto a su predecesora estriba, principalmente, en la inclusión del tercer plano espacial, la ficción, la película dentro de la película, en los dos que ya enloquecían Mulholland Drive: realidad y sueño.

INLAND EMPIRE no se queda sólo en la atmósfera; es capaz de articular una reflexión profundísima en torno a la vampirización de la realidad por la ficción (volvemos a Persona) y, por esa razón, el papel fundamental que el arte juega en nuestras vidas. Y más allá de esta reflexión general, cada secuencia esconde auténticas joyas que nos hablan de amor y de celos, de la avidez de triunfo y la necesidad sentir un aliento próximo, de la irrealidad del paso del tiempo y de las ganas de vivir hasta en las condiciones más extremas, todo ello introduciéndonos, como nunca se había visto, en la parte más profunda de la mente de una soberbia Laura Dern. Y sobre todo angustia. Angustia, pesadilla y desesperación. Pero Lynch no se limita a hacer que lo pasemos mal, sino que se permite reírse de sí mismo, y juega al humor parodiándose sin pudor y demostrando, de ese modo, que hasta las cosas más profundas y aparentemente serias pueden y deben ser desmitificadas.

En la parte final de la película Lynch parece soltarnos una nueva idea para dar algo de luz a lo transcurrido hasta entonces. No voy a desvelar el contenido por aquellos que no han podido ver aún la película, pero anticipo que se trata de algo similar a lo que nos propone Paul Auster en su última novela. Parece que me repito pero, una vez más, creo que estos versos de Borges tienen muchas claves de la película:

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?

Pero ante todo, INLAND EMPIRE es una experiencia inenarrable, que nos hace ver el mundo de otra manera y abre posibilidades infinitas al cine del futuro. Es imprescindible presenciar esta auténtica joya en una oscura sala de cine, allá donde dice Lynch que es el único lugar donde poder degustar sus exquisiteces, allá donde estés rodeado de mucha más gente con la que compartir escalofríos y pesadillas angostas. Ya tengo, sin duda alguna, mi película favorita del 2006.

sábado, febrero 24, 2007

Cartas desde Iwo Jima, el Clint que más nos gusta




Para empezar, tengo que decir que defendí “Banderas de nuestros padres” (con algunas reservas, es cierto) desde el momento de su estreno. Esto escribí sobre ella en El séptimo cielo, mi blog de cabecera, de Robgordon:


Yo creo que es una película muy interesante, valiente, y que ganará con los años, aunque reconozco que me termina resultando algo fallida, más por detalles concretos que por su conjunto. Me molesta especialmente esa voz en off que nos endosa Eastwood justo al final subrayando algo que ya estaba más que claro a lo largo de la evolución del film. (No hay más que comparar el cambio de ciertas opiniones de los soldados según su edad). Tampoco me gusta alguna escena demasiado lacrimógena (todo sabemos cuáles) o efectista (lo de los flashes de los fotógrafos evocando disparos me parece algo un tanto burdo).Pero en general me parece una gran película, muy arriesgada, con casi todas sus difíciles decisiones totalmente justificadas. Para empezar, la alambicada estructura nos intenta mostrar la manipulación de la memoria, ideal para una película que trata de la manipulación de los símbolos y la frágil barrera entre verdad y mentira. Se ha hablado mucho de las resonancias de El hombre que mató a Liberty Valance, y creo que está bastante claro; la actualización de la idea necesita una puesta en escena que nos haga ver el cambio de los tiempos, la necesidad de crear héroes, dioses o asideros a que agarrarnos... El espectador queda desorientado porque nos están contando algo turbio, empañado por las mentiras oficiales y las mentiras del recuerdo, que se funden creando una confusión que creo necesaria. Por otra parte es cierto que la película es muy fría en su tratamiento de los personajes (es imposible identificarse con ninguno de ellos, y ahí radica la valentía de Eastwood y, problablemente, la causa del fracaso comercial de la cinta). Pero..., es que estamos en una guerra que acaba con la individualidad machacándola con símbolos absurdos; estamos en una maquinaria de Estado que dice defender las libertades individuales cuando lo que hace es aplacar toda conciencia propia, buscando una finalidad moralmente discutible por unos medios claramente reprobables. Guerra y Estado no permiten el desarrollo del hombre, ven las situaciones desde fuera, cuantificando estadísticas en vez de víctimas y haciendo lo imposible por perpetuarse en el tiempo a costa de lo que sea. Así que jugar con unos actores inexpresivos, sin carisma, que representen sombras anónimas, y alejar conscientemente la cámara de ellos, como si no quisiéramos empatizar con sus sentimientos, quizás sea la decisión más coherente, válida y valiente.



Pues bien, siendo Cartas desde Iwo Jima una película más clásica y normal, menos arriesgada, más cercana en forma a lo que Eastwood había venido haciendo últimamente, queda bastante claro que el director estadounidense se mueve mucho más cómodo en estos terrenos. Eastwood ha ido sobre seguro, reflexiona sobre grandes temas a través de historias mínimas, juega con los tópicos para ver su reverso, nos muestra el doblez moral de los personajes y nos hace empatizar con ellos. Si Banderas de nuestros padres podía acercarse más a un film ensayo, Cartas desde Iwo Jima es todo lo contrario, una película de emociones, de sentimientos puros, donde Clint nos demuestra el gran humanista que es.




La película va adentrándose en la ambigüedad moral de los personajes al tiempo que se acrecienta su angustia, y los tonos y la iluminación se vuelven poco a poco más sombríos, recurriendo a los claroscuros que tan buen resultado dieron en Million Dollar Baby. Eastwood demuestra que sabe cómo mostrarnos emociones puras a través de técnicas únicamente cinematográficas. El tema de la familia vuelve a estar presente como trasfondo de lo narrado, y la desmitificación de las leyes y los Estados (tradiciones japonesas de honor y disciplina) impregna todo el metraje, promulgando una moralidad individual y responsable, encarnada en el inolvidable personaje de Ken Watanabe.

Son muchos los momentos mágicos, como esas conversaciones a media luz bajo el ruido de las bombas, en que los rudos soldados se desnudan y demuestran darse cuenta de la sinrazón de sus propias convicciones.

Si se le puede poner alguna objeción a la película es la impresión que deja, en algunos momentos, de situaciones prefabricadas, organizadas de tal forma que demuestren las tesis de Eastwood (totalmente encomiables, pero demasiado obvias) de que existe gente de todo tipo en todos los bandos y en todas las ideologías (éste es también uno de los problemas de la película alemana de los Oscar, La vida de los otros, aunque ésta arrastra unos cuantos más).En definitiva, Cartas desde Iwo Jima es la única ilusión que tengo de cara a los Oscar, pues me parece que se encuentra a años luz de las demás, y aunque al parecer sus opciones no están demasiado claras, debemos confiar hasta el final en que se produzca el milagro.



Iwo Jima según Eastwood, en Miradas


Crítica de Rosenrod en La Butaca


Red Stovall en blogdecine


Sergi Sánchez en Estado crítico

jueves, febrero 22, 2007

Ciclo Hong Sang-Soo (III): The Power of Kangwon Province

En esta ocasión no salgo tan emocionado de la película de Hong Sang Soo, que no sé si me ha decepcionado por su vuelta a lugares comunes, la frialdad de lo filmado o la aparente insustancialidad de los personajes. El coreano vuelve a jugar con el punto de vista, partiendo de una propuesta muy interesante que no se nos desvela hasta bien entrado el metraje: vemos una relación de pareja a través de cada uno de los dos protagonistas, observando el mundo en que cada uno se mueve por su cuenta. A partir de ahí el espectador debe reconstruir el núcleo central de la obra, la naturaleza, transcurso y ruptura de una relación amorosa, que no se nos muestra (salvo en un inciso final) para intentar evocar un misterio que, en mi opinión, se ve superado por el desinterés.



Las constantes de Hong Sang Soo siguen siendo las mismas; esta vez se limita a utilizar planos estáticos y un único fundido en negro para partir las dos mitades de la cinta; hace gala de su habitual sutileza y carácter elíptico, en esta ocasión aún más acusado que en sus otras películas comentadas (pero alejado, por ejemplo, del carácter de caleidoscópico rompecabezas que hacía fascinante The day a pig fell into the well).


Casi todos los grandes directores hacen una y otra vez la misma película, y Hong Sang Soo no es una excepción. A partir de mínimas variaciones de un mismo tema se puede ir confabulando un universo maravilloso, de manera que cada pieza resulte viva y refrescante por sí misma. Sin embargo, creo que en The Power of Kangdom Province los actores están demasiado faltos de naturalidad, muy ocupados en mostrarnos a través de su frialdad el momento de desequilibrio emocional que viven. Hay momentos de humor que intentan aligerar el peso y cambiar el tono de la historia, pero que me parecen desequilibrantes de la armonía general.


Aun así, una película muy recomendable y que, a pesar de no explotar todas sus posibilidades, representa un cine inteligente y vívido, necesario en el mundo en que vivimos. Hong Sang Soo nos tenía demasiado bien acostumbrados. La semana, todas las esperanzas puestas en Woman on the beach.


PD: Hong Sang Soo debería tener algo más de cuidado con los micrófonos, que quedan demasiado feos en pantalla. ¿O lo habrá hecho a propósito en su sempiterna obsesión metacinematográfica?

Reseña en Plunderphonics

miércoles, febrero 21, 2007

Viajes por el Scriptorium, de Paul Auster

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?

Estos ajedrecísticos versos de Borges pueden darnos las claves de la última novela de Paul Auster, un ejercicio metaliterario, juguetón, que parece devolvernos al autor existencialista de sus inicios. Si de algo sirve esta obra, desde luego, es para quitarnos la idea últimamente difundida de Auster como fenómeno comercial o mediático (que también), para recordarnos que es un autor comprometido con su propio mundo, que supedita las ventas a sus inquietudes personales en todo momento. Viajes por el Scriptorium, como ya se ha dicho en muchos medios, es una novela perturbadora, quizás narcisista, no tan experimental como se comenta, pero muy interesante porque profundiza en los temas que el autor de Brooklyn siempre ha planteado, y los retuerce extrayéndolos de pequeñas reflexiones y paradojas que van apareciendo a lo largo del texto.
Desde un principio se nos muestra a un hombre, Mr. Blank (Auster sigue utilizando los nombres alegóricos) encerrado en una habitación como si fuera uno de los protagonistas de El ángel exterminador, y recibe las visitas de los personajes de sus novelas (las de Auster), a los cuales no recuerda, desatando en su interior una reacción visceral y esclarecedora con cada uno de ellos.

Durante todo el libro planea la sombra de Beckett y Kafka, como ocurría especialmente en sus primeras obras: La trilogía de Nueva York, El país de las últimas cosas, La música del azar..., y trata la relación artista-criatura como si se tratara de una relación paterno-filial, otra de sus obsesiones perennes.

Después del optimista y luminoso Brooklyn Foolies, Auster nos sorprende por terrenos más oscuros, suscitando una reflexión metaliteraria más que interesante, angustiándonos a la espera de su Godot particular, y estimulando nuestra inteligencia, a pesar de no poder acercarse a las cotas maestras de su trilogía neoyorquina.

De lo que no hay duda es de lo que este libro nos ha hecho (y hará) disfrutar a todos los que hemos amado las obras de Auster, volviendo a encontrarnos con algunos de sus personajes más míticos (aunque he echado en falta alguno imprescindible). Sin embargo, no estamos ante un libro redondo ni mucho menos, y seguramente quede en un segundo plano de su bibliografía, especialmente para aquellos que abandonaron a Auster tras darse cuenta de que siempre escribía la misma novela. No les falta razón, pero yo sigo devorando y disfrutando sus nuevas creaciones sean cuales sean las referencias. Las mínimas variaciones con que poco a poco completa su visión del mundo me resultan más que suficiente.

sábado, febrero 17, 2007

Aquí huele a obra maestra...

El otro día se presentó en Berlín la última película del mítico Jacques Rivette, Ne touchez pas la hache, con la que el francés, de 78 años, vuelve a adaptar a Balzac después de la magnífica experiencia de La bella mentirosa. Aquí no tenemos a Emmanuelle Beart (que sí está en la última de Techiné), pero contamos con Jeanne Balibar (a la que vimos también con Rivette hace cosa de un lustro en Vete a saber) y Guillaume Depardieu. Y en la crítica española, afortunadamente, no se da el abucheo generalizado que podíamos imaginar, gracias a la crítica de Elsa Fernández-Santos en El país:

El Festival de Berlín entra en su recta final y las cábalas sobre los posibles premios empiezan a ser un entretenido juego de pasillo. De momento no hay apuestas serias, pero un periódico alemán asegura que un lector de labios infiltrado en la Berlinale tiene datos fiables sobre la película favorita del jurado. Ajena a esta bizarra red de espionaje continúa el concurso. Y ayer, la nueva película de uno de los padres de la nouvelle vague, Jacques Rivette, llenó de sentido su programación. Tenga premio o no, Ne touchez pas la hache, adaptación de la novela de Honoré de Balzac La duquesa de Langeais, es una de las mejores -o quizá la mejor- película hasta el momento
Rivette nos arrastra con su exquisita inteligencia y casi nos hace bailar con su cámara para contarnos una historia que, como dice uno de los personajes, habla de "amor, religión y música". La historia de Antoinette de Navarreins, la duquesa que con su coquetería pone del revés al general Armand de Montriveau, está narrada con un romanticismo despegado e irónico, pero a la vez terriblemente pasional. Una película fascinante, llena de guiños al espectador del siglo XXI, pero sin traicionar a los personajes que retrata.
El general Montriveau, harto de la cobardía de su amada, que le marea con su caprichosa caída de pestañas, decide vengarse. Y no hay mejor venganza que el silencio y la indiferencia. Lo que sigue son cartas sin respuesta, amor loco y desesperación por el abandono. La mimada duquesa huye de un mundo de flores y salones al suicidio de un convento. Guillaume Depardieu, atormentado, cojo y febril, busca a la mujer que él torturó hasta la locura. La actriz Jeanne Balibar borda ese personaje -espejo de una época- que paga el precio de su hipocresía. Y Rivette, con 78 años, hace un cine de una modernidad que enmudece.

Claro está, ha sido la única; los demás siguen a lo suyo. Esto escribió Oti en su blog:

Ayer fue, literalmente, una tortura: lo de Jacques Rivette, "Ne touchez pas le hache", es demoledor, soporífero, repetitivo, insoportable… La historia de una pasión destructiva entre una duquesa y un general (que contó Balzac en un pispás) se convierte en manos del veterano Rivette en una pastilla de dormolín.


Según veo en imdb, la película sólo dura dos horas y cuarto, con lo que será una de las más cortas de su director. Después de lo que hemos podido leer ya me estoy relamiendo. Esperemos que esta tarde se lleve algún premio de los gordos en el fallo del jurado (confío en Paul Schrader), que le permita tener una distribución decente en nuestro país (no como su anterior Historia de Marie y Julien, inédita y maravillosa).

viernes, febrero 16, 2007

Ciclo Hong Sang-Soo (II): Tale of cinema

Llegué anoche a casa encantado tras el fantástico encuentro con Hong Sang-Soo. El coreano es todo humildad, inteligencia y simpatía; viéndole nadie diría que se trata de uno de los directores más importantes del panorama internacional, totalmente alejado del sentimiento de divo de otros grandes (y no tan grandes) del mundo del celuloide.

La cita comenzó con una pequeña introducción de Hong Sang Soo (presente antes, durante y después de la película, no como suele ocurrir en este tipo de eventos), donde decía que ésta era su película favorita de entre todas las suyas, y por eso la había elegido para este día. A continuación se procedió a la proyección.


Tale of cinema es una reflexiva, inteligente y emotiva vuelta de tuerca a la dualidad realidad-ficción, donde se nos presentan dos historias situadas a ambos lados del espejo, una dentro de una pantalla de cine y otra más allá del patio de butacas; el film nos hace formularnos la truffautiana pregunta de si es el cine (o, por extrapolación, el arte) el que imita a la vida o la vida la que imita al arte. Sea cual sea la respuesta, el cine se convierte en algo que forma parte de nuestras vidas y la ficción se transforma en realidad, cruzando la estrecha franja que convierte el cine en un sencillo y natural milagro.


Hong vuelve a jugar con las estructuras narrativas y con el punto de vista,lo que parece ser el tema fundamental de su obra, preocupada por entender la naturaleza humana desde todas las perspectivas posibles. Para ello sigue utilizando las relaciones de amistad y pareja como forma de comprender los deseos (casi siempre egoístas, pero a veces algo también inocentes y puros), y nos da la sensación de una veracidad autobiográfica, como si filmando un diario personal desnudara las verdades más inaccesibles. Aunque huye de todo maniqueísmo, podemos observar en Hong una tendencia a mostrar los personajes masculinos llenos de amargura, falsedad y bajeza moral (aunque, posiblemente, todo eso sea consecuencia de una imperiosa necesidad de amar y ser amado, simbolizado por unas relaciones sexuales inconclusas o materialistas, según en qué zona del espejo nos movamos).

La película se sostiene sobre tres bastiones fundamentales (cine, autobiografía y suicidio) que nos hacen emparentarla con Philippe Garrel, el más desgarrado de los directores franceses contemporaneos; sin embargo, estilísticamente estaría más cercana a Eric Rohmero o incluso a Robert Bresson. Algunas secuencias se abren con primeros planos de objetos o partes del cuerpo (planos que sólo parecen adjudicables a Bresson), abriendo a continuación la imagen para situarnos en el contexto en que nos movemos y superar la desorientación inicial que nos muestra, de ese modo, la alienación en que viven los personajes. De esta manera se rompe la tradición clásica acercándonos a esos caminos inexplorados que ya aventuró Paul Schrader en su famoso libro. Así pues, resulta muy destacable el uso del zoom a lo largo de toda la película, empleado sabiamente para resaltar emociones, aunque pueda descolocar en un primer momento al romper con la austeridad que marca el tono del film.

Hong reflexiona sobre el cine, la amargura, la insatisfacción, la vida y la muerte, brindándonos una historia sencilla, despojada de ornamentos y que va a lo esencial, prescindiendo de cualquier efecto melodramático pero mostrándose rica en matices y emociones. Triste pero esperanzada en el fondo. Eso es algo sólo al alcance de los grandes maestros.

Y al final me quedo con su estilo sutil, sin subrayados, que no necesita mostrarnos un patio de butacas para decirnos que lo que estábamos viendo era una película, y que se aleja de ese modo de una forma radical del masticado cine comercial que se suele premiar últimamente por tierras hollywoodienses. Es todo un respiro, un soplo de aire fresco, una maravilla para los sentidos.



Al terminar la proyección volvió a salir el director a la palestra, listo para responder preguntas que fueron desde lo interesante hasta lo turístico o lo absurdo. Una de las cosas que destacó fue, por estar en España, la figura de Luis Buñuel, que reconoció fundamental; también le preguntaron por el obvio tema de la dualidad realidad-ficción, respondiendo que la realidad y la ficción podían ser la misma cosa, desde el momento en que la ficción de una persona es la realidad de otra. (Ésta puede ser la frase fundamental para entender su cine, y su fijación casi obsesiva por el subjetivismo y el punto de vista). Sobre el uso del zoom comentó el tema de la alienación de los personajes, además de señalar las facilidades para los actores, de los que se puede extraer de ese modo una interpretación más natural. Sobre la relación entre su vida personal y la vida plasmada en pantalla (algo de lo que trata también la película, en la figura del director de cine) destacó una anécdota: él siempre fuma Marlboros rojos al salir del cine, de la misma manera que lo hace su protagonista. (Esa concreción en los detalles le hace ganar mucha vida a la cinta).

Después de aquello salimos a la calle, él rodeado por un puñado de amigos coreanos y disertando amablemente con los espectadores, como si fuera uno más. Ya en la puerta de La casa encendida me arrepentí por no haberle preguntado por Eric Rohmer, así que me acerqué a él y me reconoció que era uno de sus directores favoritos, y que actúa como una influencia importante, lo que no quita que él lo lleve a su terreno y a su propio mundo personal. Me respondió bajito, casi susurrando al oído, con una sonrisa perenne en los labios y haciéndose entender en todo momento. Después, cuando ya nos íbamos, uno de los amigos que me acompañaban sacó la cámara y nos hicimos una foto. Al terminar Hong Sang-Soo inclinó la cabeza tres o cuatro veces y me tendió la mano cuando yo ya iba a marcharme. Seguidamente se juntó con el corrillo de coreanos y nos alejamos dejándolos atrás. Qué encanto de hombre...

domingo, febrero 11, 2007

Ciclo Hong Sang-Soo (I): The day a pig fell into the well

El coreano Hong Sang Soo debutó en la dirección hace ya más de una década con una película que parecía marcar la moda que ahora soportamos de las historias cruzadas. The day a pig fell into de well nos cuenta las vidas de cuatro personajes entrelazadas de una manera que, aunque pueda no parecerlo, nos sorprende por su originalidad y sutileza.

Las cuatro historias se van sucediendo secuencialmente, una tras otra, sin alterar el orden cronológico ni recurrir a otras estratagemas comerciales que calmen al espectador más impaciente. Hasta el tramo final de la película, cuando llega un momento en que el puzzle encaja con precisión matemática, no estamos muy seguros de que los personajes estén relacionados entre sí, y Hong Sang Soo se limita a ir dejándonos pistas que nos anticiparán el significado último de lo narrado. De esta manera se permite al espectador ir por delante, y no sorprenderse por el ensamblaje de las historias (huyendo así de cualquier efectismo) sino por las consecuencias de las mismas en los personajes.

Se tiende a decir que las películas de historias cruzadas se basan en el azar; no estoy muy de acuerdo y, desde luego, éste no es el caso. Hong Sang Soo reniega del azar y basa su cine en el perspectivismo, estableciendo una polifonía de emociones como una Virginia Woolf contemporánea. El punto de vista y el subjetivismo son los ejes alrededor de los cuales se articula el discurso de la película, consiguiendo llegar al psicologismo a través de la estructura formal y no de discursos explícitos. Aquí radica la fuerza y la novedad de la propuesta del director coreano, que monta una película interactiva, que analiza sin juzgar a través de una puesta en escena limpia y sosegada, y nos invita a un ejercicio de introspección que puede deparar resultados muy estimulantes.




El ritmo de la acción puede parecer lento, fundamentalmente porque la mayor parte de los acontecimientos no se nos muestran, sino que se sugieren a través de su efecto en alguna otra de las historias y mediante un maravilloso uso de la elipsis. Esto mismo le da a la película buena parte de su encanto y misterio, contando dramas íntimos como apasionantes intrigas policiacas.

La dirección es impecable, basada sobre todo en largos planos secuencia (nunca agónicos como puedan ser los de Tsai Ming Liang), pero también en un montaje más ligero, y la aparente falta de medios queda eclipsada por una composición de planos perfecta, adecuada a cada momento anímico, iluminando en momentos de tristeza callejones oscuros como si fuera Wong Kar Wai, mostrándonos mediante planos cenitales el vértigo que embarga a los protagonistas en situaciones determinadas y, lo que es más importante, haciendo gala de una sobriedad encomiable y convirtiendo la contención en la mejor arma. Si hubiera que buscar alguna influencia tendríamos que ir directos a la Nouvelle Vague, fundamentalmente a través de Eric Rohmer (y su apabullante dominio del diálogo y el espacio), pero también podemos rastrear vestigios de Godard, Truffaut o Rivette.


Y no quiero acabar estos apuntes sin resaltar la importante función del sexo en la película, que actúa como el demiurgo que lo coordina todo y sirve de motivación inconfesable de los sucesos desencadenados. Su papel es doble: tanto a nivel temático, por su función catártica y de liberación de cada personaje, como a nivel formal, por su situación en la estructura de la película, cerrando cada una de las historias como una puerta que nos lleva de un abismo a otro abismo.
En definitica, estamos ante una ópera prima que nos señala que podemos estar ante uno de los creadores más importantes de los últimos tiempos, lleno de pasión, inteligencia, y fuerza visual. Las próximas semanas lo comprobaremos viendo las otras seis películas del ciclo (todas las que hasta ahora forman su aún escueta filmografía). Ojalá que no sea un espejismo.

Ciclo Hong Sang-Soo en La casa encendida

Desde el pasado miércoles y durante las próximas semanas tendremos la ocasión de descubrir a este director coreano, hasta ahora sin distribución en España. El programa es el siguiente:

07.02.07
18:00--The power of Kangwon Province (1998)
20:00--The day a pig fell into the well (1996)

14.02.07
18:00--The day a pig fell into the well (1996)
20:00--Tale of cinema (2005)
(con la presencia del director)

21.02.07
18:00--Tale of cinema (2005)
20:00--The power of Kangwon Province (1998)

28.02.07
18:00--Turning gate (2002)
20:00--Woman on the beach (2006)

07.03.07
18:00--Woman on the beach (2006)
20:00--Turning gate (2002)

14.03.07
18:00--Woman is the future of man (2004)
20:00--Virgin stripped bare by her bachelors (00)

28.03.07
18:00--Virgin stripped bare by her bachelors (00)
20:00--Woman is the future of man (2004)

Desgraciadamente, no podremos ver las películas por orden cronológico para poder apreciar la evolución del director, pero habrá que conformarse con lo que hay.
Intentaré ir los miércoles al pase de las 20:00 y después hacer por aquí un breve comentario de cada película.
Todas las proyecciones tienen lugar en La casa encendida por un precio de 2 euros.

domingo, febrero 04, 2007

Febrero tentador...

Los exámenes están consiguiendo que me entren ganas de volver, aunque hasta el día 12 me tengan amordazado...
Los ciclos de este mes en el Cine Doré y la Casa encendida me ponen los dientes largos... El nuevo libro de Auster también... Y Cartas desde Iwo Jima... Y La conjura contra América en bolsillo... Y Lynch el 23-F...
Hasta el día 12 estoy a tiempo de arrepentirme...