domingo, septiembre 25, 2011

Retratos de familia - Tránsitos del cine


Pues sí, ha pasado más de un año desde que nos pusimos con ello, desde la primera reunión con Aarón y desde esos periodos vacacionales en los que intentaba aprovechar todo lo posible para avanzar con la escritura, a sabiendas de que, después, compaginarlo con el trabajo iba a ser mucho más difícil. Te haces tu planificación personal, tu idea de cuándo debe de estar listo cada capítulo, cada apartado, cada detalle, y entonces llega la fecha y ves que no te da tiempo, y tienes que replanificar, y aparecen imprevistos, nuevas obligaciones, y lo único que te apetece es ponerte a fondo con el libro pero factores externos lo impiden... Y aun así, ahora que hemos terminado, podemos decir que no ha ido mal el tema de los plazos, y que las cosas han ido saliendo dentro de lo previsto. En estos momentos todavía estoy algo nervioso de pensar que, el próximo día que vaya a la Filmoteca, me asomaré a la librería y podré ver allí el libro. En realidad, no termino de creérmelo, así que habrá que ver qué películas interesantes ponen por allí esta próxima semana.

Hemos llegado al punto final del trayecto, y ahora me asalta una sonrisa al recordar los comienzos. El primero fue la reunión inicial con Aarón, el kick-off, como se dice de forma tan pedante cuando arranca uno de esos proyectos de investigación a los que me dedico en mi vida profesional y en los que te encuentras con los socios, los conoces, y te causan una impresión que te suele acompañar durante el resto del tiempo de vida del proyecto. Recuerdo que quedamos en Plaza de España, muy cerca de la librería 8 y medio en la que, ahora, también podemos encontrar el libro. Y recuerdo que yo iba un poco intimidado, porque me iba a embarcar en una ambiciosa empresa acompañando a alguien que es un profesional del tema, que se dedica de verdad a esto de la crítica y análisis cinematográfico. Me iba a encontrar con un Doctor que desarrolló su tesis sobre el cine de Ingmar Bergman, quien iba a estar muy presente en el libro a través de Liv Ullman e Infiel, mientras yo me dedico a intentar obtener algoritmos matemáticos que en principio poco tienen que ver con el mundo del cine o de la escritura. Así que llegué un poco nervioso, pero cuando conocí a Aarón me sentí relajado de inmediato, tranquilo porque desde ese momento ya vi que íbamos a poder trabajar en armonía, de forma colaborativa, sumando el uno al otro y nunca anulándonos. Y supe que me iba a venir muy bien contar con alguien con una formación académica en el tema, que pusiera la nota de rigor y me advirtiera de mis descuidos o mis deslices. Esa reunión fue la semilla, las primeras ideas, las primeras notas, y nos volvimos a citar para cuando hubiéramos refrescado las películas y hubiéramos desarrollado nuestras primeras inquietudes. La rueda echó a andar y ya no paró hasta el final.

Recuerdo también cuándo empecé yo a trabajar por mi lado, cuándo revisé las películas y fui anotando los primeros temas que me parecían interesantes y sobre los que podía desarrollar contenidos que intentaran abrir dudas o resquicios, o hacer que alguien que lo leyera se planteara alguna nueva inquietud. Recuerdo el día exacto en que volví a ver Yi Yi, años después de que me hubiera impresionado cuando la vi por primera vez en una sala de cine. Recuerdo ese día porque fue el día en que España ganó el Mundial. Busco en Google y veo que fue el 11 de julio de 2010. Una amiga me acompañó a ver la película después de comer en mi pequeño estudio de Lavapiés; ella no la había visto y el hecho de que le gustara mucho (y eso que no es ella muy expresiva, pero se podía saber descodificando sus palabras y sus gestos) fue un nuevo acicate que me motivó para intentar desentrañar algunos de sus misterios y abrirle nuevas puertas de significación. Terminó la película y yo quedé tan afectado como la primera vez que la había visto. Lo último que me apetecía era ver ese partido de fútbol que iba a paralizar el país. Estaba dispuesto a perderme ese momento histórico porque, en el fondo, me daba un poco igual, y prefería quedarme en casa asentando las imágenes de Edward Yang, recreándome en las vidas de sus personajes o en la potencia de sus imágenes. Sin embargo, afortunadamente, al final me dejé convencer, fuimos a un bar de Huertas con unos amigos y pudimos ver cómo la gente desorbitaba su alegría y se lanzaba a las calles de Madrid. El contraste después de ver la película hizo intensificar las emociones, y la pasión que la gente mostraba invadiendo la Gran Vía empezaba a resonar en mi cabeza con las imágenes de esas vidas que Edward Yang plantea en ese permanente intersticio entre la risa y el llanto, entre la ilusión por lo que está por venir, la alegría de lo que ya hemos vivido, y la música de fondo impregnada de tristeza que intenta atar nuestros pies al suelo, hacernos ver las cosas que han sido y las que hubieran podido ser de otra manera, lo que hemos hecho bien y lo que hemos errado para que así, pensando en lo que podíamos haber cambiado, sigamos avanzado y creciendo en todo aquello en lo que siempre hemos creído. Quizás las ilusiones se frustran, pero las ideas se van refinando, moldeando como las olas que moldean, poco a poco, la costa de una playa que ve atardecer todos los días.

Ese fue el principio y este es el final. Se lo debemos a Shangrila y solo podemos descubrirnos. Se lo debemos no solo a su confianza, sino también a su gran trabajo, al magnífico trato y al apoyo que hemos tenido en todo momento. Lo debemos a demasiadas cosas y a demasiada gente, ya sea de forma directa o indirecta y, como dijo el poeta, quien lo probó, lo supo.

Retratos de familia-Tránsitos del cine

Crónica de un libro

sábado, septiembre 24, 2011

San Sebastián 2011. Quinielas

Como nos gustan tanto las quinielas y las apuestas, y ya que he visto todas las películas a competición (mañana Intocable, Drive y a casa), me atrevo a lanzar una lista doble el día antes de que se concedan los premios.

En primer lugar, una lista personal de deseos, de lo que me gustaría que saliera premiado de San Sebastián.

Concha de oro: Sangre de mi sangre (Joao Canijo)

Premio del jurado: The deep blue sea (Terence Davies)

Director: Arturo Ripstein (Las razones del corazón)

Guión: Kiseki (H. Kore-Eda)

Actor: Woody Harrelson (Rampart)

Actriz: Arcelia Ramírez (Las razones del corazón)


Y a continuación, la lista de lo que la intuición me dice que el jurado puede premiar

Concha de oro: Las razones del corazón (Arturo Ripstein) (aunque sería la 3ª...)

Premio del jurado: No habrá paz para los malvados (E. Urbizu)

Director: Isaki Lacuesta (Los pasos dobles)

Guión: The Skylab (Julie Delpy)

Actor: José Coronado (No habrá paz para los malvados)

Actriz: Arcelia Ramírez (Las razones del corazón)

Veremos cuál de las dos se aleja más de la realidad…

Y bueno, no digo nada de las demás secciones de las que he visto películas, pero eso ya habrá tiempo de comentarlo a la vuelta, para lo que estará Detour

viernes, septiembre 16, 2011

Jornadas donostiarras

En el último momento, pero aprovecho para informar. Mañana por la tarde pongo rumbo a San Sebastián para vivir el resto del Festival. A la vuelta será el momento de valoraciones, reflexiones pausadas y sentimientos orgánicos, siguiendo el espíritu de Bartlebooth a través de Detour. Mientras, durante el Festival, impresiones y pinceladas aquí:

http://twitter.com/tdetour

Enlace

domingo, septiembre 04, 2011

La piel que habito. El juego se transforma en aventura

Hoy he pasado toda la jornada de sábado intentando escribir un artículo que tengo comprometido con los chicos de Detour y, sin embargo, no he podido avanzar ni una sola línea. ¿El motivo? Me bombardean imágenes, conceptos, referencias, desde la capa más fresca de la memoria. Desde ayer, el recuerdo de una película me sobrevuela, me fascina y temo que pueda llegar a obsesionarme.


Anoche, cuando salí de la proyección del cine Callao, comprendí por qué la última película de Almodóvar había provocado tanta controversia desde su estreno mundial en el pasado festival de Cannes. De La piel que habito surgen numerosas paradojas, pero una de ellas parece dibujar una explicación: es una película que no puede entenderse desde la perspectiva del cine clásico y, sin embargo, tampoco puede entenderse sin considerar toda la historia del cine. La historia del cine y la historia de Almodóvar. Como buena película postmoderna que se precie.

Almodóvar siempre ha jugado con los géneros clásicos, como jugó Godard, como juega Brian de Palma. Y desde hace unos años (probablemente, desde La mala educación), también ha venido jugando con las estructuras narrativas clásicas, con el tiempo, el discurso y su relación. Esta vez, los juegos se hacen adultos y se han convertido en una fascinante aventura. Los elementos se combinan y se subvierten. No tiene sentido seguir pensando los géneros de Hollywood como en los años 40, Almodóvar lo sabe, y por eso pone al espectador en la encrucijada de plantearse hasta qué punto es más realista un suceso tratado de manera clásica que cualquier de las grotescas paradojas que acertadamente plantea en la película. El cine es adulto y no se puede renegar de su historia ni se puede seguir forzando la ingenuidad del espectador. Hay que hacerle despertar, y Almodóvar lo hace con una sacudida brutal, que tiene su máxima expresión en la escena final de la película, absolutamente coherente con estas ideas que Almodóvar expande a lo largo del film, en la que la comedia se recubre con la piel del melodrama y el golpe de efecto que se plantea ya no es clásico, sino moderno, directamente heredero del neorrealismo. Decía Deleuze que la principal característica del neorrealismo no está en el retrato fiel de una realidad social, sino en el interés por la manera en que los personajes observan y asimilan esa realidad. Lo importante ya no es el objeto, sino la mirada sobre el objeto. Del mismo modo, el golpe de efecto que Almodóvar plantea en esa escena no recae sobre el espectador, sino sobre otros personajes de la película. De este modo, el melodrama, disfrazado de comedia para romper esa dictadura clásica de los géneros, se vuelve neorrealista y se preocupa por la mirada, por cómo afrontar cosas de las que el espectador, por fin adulto, ya es plenamente consciente.

La película crece durante todo el metraje, y su alambicada estructura parece divertirse con la posibilidad de llegar a ser una película de Lynch, hasta que Almodóvar nos dice que a él no le interesa ese juego críptico y decide enseñarnos todo. La primera mitad de la película es una presentación de los hechos en los que se deja vía libre al espectador para que "rellene los huecos". Y la segunda mitad completa el juego estructural dando explicación a todo lo que se nos presentaba como una incógnita en la primera parte. Esos huecos que Bresson o Lynch nunca rellenarían son los que Almodóvar utiliza para ensayar nuevas sensaciones en su laboratorio emocional: efectivamente, los espectadores somos el paciente sobre los que el cirujano Almodóvar logra hallazgos insospechados.

Sin embargo, y siguiendo con el tratamiento narrativo de la estructura, parece sorprendente, al terminar la película, pararse a reflexionar y darse cuenta de que, si Almodóvar no hubiera introducido los rótulos informativos, los flashbacks explicativos, y hubiera evitado algunas aclaraciones de la segunda parte de la película, el artefacto resultante se parecería mucho a una obra de David Lynch. En ambos casos, una historia simple es deconstruida y, en ambos casos, se mezclan los tiempos, pasado y presente, y los mundos, el real, el soñado y el imaginado. Puede que hasta lo grotesco no sea más que una proyección de los deseos y las obsesiones de los personajes, siempre atormentados por algún sentimiento tan arraigado que pasa a formar parte de su naturaleza.

Son tantos los temas abordados directamente o solo sugeridos por Almodóvar, que pararse a enumerarlos y a extraer sus relaciones requeriría un segundo visionado y un análisis mucho más detallado. Más allá de la obsesión y de la caligrafía del deseo, muchos otros temas almodovarianos se cruzan a lo largo de la película, como ese fascinante mosaico de paternidades y maternidades temblorosas. Siempre es un padre o una madre, uno de los dos solo, quien se enfrenta a un hijo que desea proteger a toda costa, con tal ansia que el resultado es la destrucción o la mutación. Un exceso de energía no puede mantenerse indefinidamente, explota o se distribuye. Lo mismo ocurre con las afecciones y los sentimientos de las películas de Almodóvar. El exceso de celo por preservar lo que se teme perder puede llevar a resultados desastrosos. Y ahí la película lanza un grito desesperado contra la rigidez, contra la pesada gravedad.

Y obviamente, como buena película postmoderna que se precie, La piel que habito es riquísima en referencias, menos explícitas y más elegantes que en películas anteriores en el caso del cine, irónicas o explicativas en lo literario. El humor llega a ser tan negro que hasta se dibuja un intento de suicidio trazando meridianos de sangre con un cuchillo sobre los pechos mientras encima de la cama reposa un ejemplar del libro de Cormac McCarthy. Y las referencias (Franju, Hithcock, Tourneur, Bergman, Louis Bourgeois, etc), ya más que comentadas en todo lo que hasta ahora se ha dicho o escrito sobre la película, van más allá del reconocimiento explícito de una deuda estilística y, en el caso de Hitchcock, por ejemplo, Almodóvar llega incluso a plantear variaciones estructurales sobre la manera en que el genio inglés administraba la información al espectador para controlar sus reacciones. Decía Godard que Hitchcock era el gran artista porque era el gran creador de formas del siglo XX. Y Almodóvar también consigue eso, a partir de materiales clásicos, llegar a filmar imágenes sorprendentes, completamente nuevas, con una vocación estética que nunca es gratuita, y que responde a una decisión muy personal de enfatizar ciertos sentimientos (experimentando con el melodrama, eso siempre) o de aplicar una luz especial a Elena Anaya, que brilla como nunca se hubiera podido imaginar, elevándose a unos niveles reservados a aquellos intérpretes tocados, en un momento puntual, por la varita mágica de un director que los ha comprendido especialmente bien y que es capaz de extraer lo más oculto, lo más mágico. Su auténtico rostro, su verdadera identidad, más allá de las apariencias.


PD: como ya he comentado, la película es arriesgadísima y eso ha provocado una gran controversia. Incluso algunas de las voces más fiables de la Red se han manifestado radicalmente en contra de ella. Otros, sin embargo, respaldan y certifican el enorme valor del film.