
domingo, noviembre 20, 2011
Presentación libro. Retratos de Familia - Tránsitos del cine

lunes, noviembre 07, 2011
Bartlebooth en San Sebastián, Perec en la memoria
Pues bien, ha llegado el momento y acaba de salir la crónica final del Festival. Hemos querido hacer algo diferente, y es un gustazo contar con tanta libertad para salirnos de los caminos trillados. Y sobre todo estoy encantado de haber trabajado mano a mano con Ferdinand Jacquemort, uno de los padres de Detour, y con Francisca Pageo, cuyas imágenes le dan sentido al conjunto. Un placer y un honor.
Pero aquí lo dejo, porque en Detour ya está todo muy bien explicado.
Y aquí nuestro modesto pero sincero homenaje cinéfilo al gran Georges Perec.

viernes, noviembre 04, 2011
Barbara Stanwyck, esa mirada doble

Además, en el programa de hoy he tenido la oportunidad de participar y he pasado un rato muy agradable en el que hemos estado hablando de Barbara Stanwyck, que siempre ha sido una de mis actrices favoritas, capaz de levantar películas enteras ella sola, o de llevar a lo sublime obras maestras como las que comentamos en el programa :)
Se puede escuchar desde la página del blog del programa o desde la Web de Canarias Ahora Radio.
domingo, octubre 23, 2011
Imágenes de la revolución

http://shangrilaedicionesblog.blogspot.com/2011/10/imagenes-de-la-revolucion-intertextos.html
viernes, octubre 14, 2011
La Morte Rouge

domingo, septiembre 25, 2011
Retratos de familia - Tránsitos del cine

Hemos llegado al punto final del trayecto, y ahora me asalta una sonrisa al recordar los comienzos. El primero fue la reunión inicial con Aarón, el kick-off, como se dice de forma tan pedante cuando arranca uno de esos proyectos de investigación a los que me dedico en mi vida profesional y en los que te encuentras con los socios, los conoces, y te causan una impresión que te suele acompañar durante el resto del tiempo de vida del proyecto. Recuerdo que quedamos en Plaza de España, muy cerca de la librería 8 y medio en la que, ahora, también podemos encontrar el libro. Y recuerdo que yo iba un poco intimidado, porque me iba a embarcar en una ambiciosa empresa acompañando a alguien que es un profesional del tema, que se dedica de verdad a esto de la crítica y análisis cinematográfico. Me iba a encontrar con un Doctor que desarrolló su tesis sobre el cine de Ingmar Bergman, quien iba a estar muy presente en el libro a través de Liv Ullman e Infiel, mientras yo me dedico a intentar obtener algoritmos matemáticos que en principio poco tienen que ver con el mundo del cine o de la escritura. Así que llegué un poco nervioso, pero cuando conocí a Aarón me sentí relajado de inmediato, tranquilo porque desde ese momento ya vi que íbamos a poder trabajar en armonía, de forma colaborativa, sumando el uno al otro y nunca anulándonos. Y supe que me iba a venir muy bien contar con alguien con una formación académica en el tema, que pusiera la nota de rigor y me advirtiera de mis descuidos o mis deslices. Esa reunión fue la semilla, las primeras ideas, las primeras notas, y nos volvimos a citar para cuando hubiéramos refrescado las películas y hubiéramos desarrollado nuestras primeras inquietudes. La rueda echó a andar y ya no paró hasta el final.
Recuerdo también cuándo empecé yo a trabajar por mi lado, cuándo revisé las películas y fui anotando los primeros temas que me parecían interesantes y sobre los que podía desarrollar contenidos que intentaran abrir dudas o resquicios, o hacer que alguien que lo leyera se planteara alguna nueva inquietud. Recuerdo el día exacto en que volví a ver Yi Yi, años después de que me hubiera impresionado cuando la vi por primera vez en una sala de cine. Recuerdo ese día porque fue el día en que España ganó el Mundial. Busco en Google y veo que fue el 11 de julio de 2010. Una amiga me acompañó a ver la película después de comer en mi pequeño estudio de Lavapiés; ella no la había visto y el hecho de que le gustara mucho (y eso que no es ella muy expresiva, pero se podía saber descodificando sus palabras y sus gestos) fue un nuevo acicate que me motivó para intentar desentrañar algunos de sus misterios y abrirle nuevas puertas de significación. Terminó la película y yo quedé tan afectado como la primera vez que la había visto. Lo último que me apetecía era ver ese partido de fútbol que iba a paralizar el país. Estaba dispuesto a perderme ese momento histórico porque, en el fondo, me daba un poco igual, y prefería quedarme en casa asentando las imágenes de Edward Yang, recreándome en las vidas de sus personajes o en la potencia de sus imágenes. Sin embargo, afortunadamente, al final me dejé convencer, fuimos a un bar de Huertas con unos amigos y pudimos ver cómo la gente desorbitaba su alegría y se lanzaba a las calles de Madrid. El contraste después de ver la película hizo intensificar las emociones, y la pasión que la gente mostraba invadiendo la Gran Vía empezaba a resonar en mi cabeza con las imágenes de esas vidas que Edward Yang plantea en ese permanente intersticio entre la risa y el llanto, entre la ilusión por lo que está por venir, la alegría de lo que ya hemos vivido, y la música de fondo impregnada de tristeza que intenta atar nuestros pies al suelo, hacernos ver las cosas que han sido y las que hubieran podido ser de otra manera, lo que hemos hecho bien y lo que hemos errado para que así, pensando en lo que podíamos haber cambiado, sigamos avanzado y creciendo en todo aquello en lo que siempre hemos creído. Quizás las ilusiones se frustran, pero las ideas se van refinando, moldeando como las olas que moldean, poco a poco, la costa de una playa que ve atardecer todos los días.
Ese fue el principio y este es el final. Se lo debemos a Shangrila y solo podemos descubrirnos. Se lo debemos no solo a su confianza, sino también a su gran trabajo, al magnífico trato y al apoyo que hemos tenido en todo momento. Lo debemos a demasiadas cosas y a demasiada gente, ya sea de forma directa o indirecta y, como dijo el poeta, quien lo probó, lo supo.
Retratos de familia-Tránsitos del cine
Crónica de un libro
sábado, septiembre 24, 2011
San Sebastián 2011. Quinielas
Como nos gustan tanto las quinielas y las apuestas, y ya que he visto todas las películas a competición (mañana Intocable, Drive y a casa), me atrevo a lanzar una lista doble el día antes de que se concedan los premios.
En primer lugar, una lista personal de deseos, de lo que me gustaría que saliera premiado de San Sebastián.
Concha de oro: Sangre de mi sangre (Joao Canijo)
Premio del jurado: The deep blue sea (Terence Davies)
Director: Arturo Ripstein (Las razones del corazón)
Guión: Kiseki (H. Kore-Eda)
Actor: Woody Harrelson (Rampart)
Actriz: Arcelia Ramírez (Las razones del corazón)
Y a continuación, la lista de lo que la intuición me dice que el jurado puede premiar
Concha de oro: Las razones del corazón (Arturo Ripstein) (aunque sería la 3ª...)
Premio del jurado: No habrá paz para los malvados (E. Urbizu)
Director: Isaki Lacuesta (Los pasos dobles)
Guión: The Skylab (Julie Delpy)
Actor: José Coronado (No habrá paz para los malvados)
Actriz: Arcelia Ramírez (Las razones del corazón)
Veremos cuál de las dos se aleja más de la realidad…
Y bueno, no digo nada de las demás secciones de las que he visto películas, pero eso ya habrá tiempo de comentarlo a la vuelta, para lo que estará Detour
viernes, septiembre 16, 2011
Jornadas donostiarras
http://twitter.com/tdetour

domingo, septiembre 04, 2011
La piel que habito. El juego se transforma en aventura

Anoche, cuando salí de la proyección del cine Callao, comprendí por qué la última película de Almodóvar había provocado tanta controversia desde su estreno mundial en el pasado festival de Cannes. De La piel que habito surgen numerosas paradojas, pero una de ellas parece dibujar una explicación: es una película que no puede entenderse desde la perspectiva del cine clásico y, sin embargo, tampoco puede entenderse sin considerar toda la historia del cine. La historia del cine y la historia de Almodóvar. Como buena película postmoderna que se precie.
Almodóvar siempre ha jugado con los géneros clásicos, como jugó Godard, como juega Brian de Palma. Y desde hace unos años (probablemente, desde La mala educación), también ha venido jugando con las estructuras narrativas clásicas, con el tiempo, el discurso y su relación. Esta vez, los juegos se hacen adultos y se han convertido en una fascinante aventura. Los elementos se combinan y se subvierten. No tiene sentido seguir pensando los géneros de Hollywood como en los años 40, Almodóvar lo sabe, y por eso pone al espectador en la encrucijada de plantearse hasta qué punto es más realista un suceso tratado de manera clásica que cualquier de las grotescas paradojas que acertadamente plantea en la película. El cine es adulto y no se puede renegar de su historia ni se puede seguir forzando la ingenuidad del espectador. Hay que hacerle despertar, y Almodóvar lo hace con una sacudida brutal, que tiene su máxima expresión en la escena final de la película, absolutamente coherente con estas ideas que Almodóvar expande a lo largo del film, en la que la comedia se recubre con la piel del melodrama y el golpe de efecto que se plantea ya no es clásico, sino moderno, directamente heredero del neorrealismo. Decía Deleuze que la principal característica del neorrealismo no está en el retrato fiel de una realidad social, sino en el interés por la manera en que los personajes observan y asimilan esa realidad. Lo importante ya no es el objeto, sino la mirada sobre el objeto. Del mismo modo, el golpe de efecto que Almodóvar plantea en esa escena no recae sobre el espectador, sino sobre otros personajes de la película. De este modo, el melodrama, disfrazado de comedia para romper esa dictadura clásica de los géneros, se vuelve neorrealista y se preocupa por la mirada, por cómo afrontar cosas de las que el espectador, por fin adulto, ya es plenamente consciente.
La película crece durante todo el metraje, y su alambicada estructura parece divertirse con la posibilidad de llegar a ser una película de Lynch, hasta que Almodóvar nos dice que a él no le interesa ese juego críptico y decide enseñarnos todo. La primera mitad de la película es una presentación de los hechos en los que se deja vía libre al espectador para que "rellene los huecos". Y la segunda mitad completa el juego estructural dando explicación a todo lo que se nos presentaba como una incógnita en la primera parte. Esos huecos que Bresson o Lynch nunca rellenarían son los que Almodóvar utiliza para ensayar nuevas sensaciones en su laboratorio emocional: efectivamente, los espectadores somos el paciente sobre los que el cirujano Almodóvar logra hallazgos insospechados.
Sin embargo, y siguiendo con el tratamiento narrativo de la estructura, parece sorprendente, al terminar la película, pararse a reflexionar y darse cuenta de que, si Almodóvar no hubiera introducido los rótulos informativos, los flashbacks explicativos, y hubiera evitado algunas aclaraciones de la segunda parte de la película, el artefacto resultante se parecería mucho a una obra de David Lynch. En ambos casos, una historia simple es deconstruida y, en ambos casos, se mezclan los tiempos, pasado y presente, y los mundos, el real, el soñado y el imaginado. Puede que hasta lo grotesco no sea más que una proyección de los deseos y las obsesiones de los personajes, siempre atormentados por algún sentimiento tan arraigado que pasa a formar parte de su naturaleza.
Son tantos los temas abordados directamente o solo sugeridos por Almodóvar, que pararse a enumerarlos y a extraer sus relaciones requeriría un segundo visionado y un análisis mucho más detallado. Más allá de la obsesión y de la caligrafía del deseo, muchos otros temas almodovarianos se cruzan a lo largo de la película, como ese fascinante mosaico de paternidades y maternidades temblorosas. Siempre es un padre o una madre, uno de los dos solo, quien se enfrenta a un hijo que desea proteger a toda costa, con tal ansia que el resultado es la destrucción o la mutación. Un exceso de energía no puede mantenerse indefinidamente, explota o se distribuye. Lo mismo ocurre con las afecciones y los sentimientos de las películas de Almodóvar. El exceso de celo por preservar lo que se teme perder puede llevar a resultados desastrosos. Y ahí la película lanza un grito desesperado contra la rigidez, contra la pesada gravedad.
Y obviamente, como buena película postmoderna que se precie, La piel que habito es riquísima en referencias, menos explícitas y más elegantes que en películas anteriores en el caso del cine, irónicas o explicativas en lo literario. El humor llega a ser tan negro que hasta se dibuja un intento de suicidio trazando meridianos de sangre con un cuchillo sobre los pechos mientras encima de la cama reposa un ejemplar del libro de Cormac McCarthy. Y las referencias (Franju, Hithcock, Tourneur, Bergman, Louis Bourgeois, etc), ya más que comentadas en todo lo que hasta ahora se ha dicho o escrito sobre la película, van más allá del reconocimiento explícito de una deuda estilística y, en el caso de Hitchcock, por ejemplo, Almodóvar llega incluso a plantear variaciones estructurales sobre la manera en que el genio inglés administraba la información al espectador para controlar sus reacciones. Decía Godard que Hitchcock era el gran artista porque era el gran creador de formas del siglo XX. Y Almodóvar también consigue eso, a partir de materiales clásicos, llegar a filmar imágenes sorprendentes, completamente nuevas, con una vocación estética que nunca es gratuita, y que responde a una decisión muy personal de enfatizar ciertos sentimientos (experimentando con el melodrama, eso siempre) o de aplicar una luz especial a Elena Anaya, que brilla como nunca se hubiera podido imaginar, elevándose a unos niveles reservados a aquellos intérpretes tocados, en un momento puntual, por la varita mágica de un director que los ha comprendido especialmente bien y que es capaz de extraer lo más oculto, lo más mágico. Su auténtico rostro, su verdadera identidad, más allá de las apariencias.

PD: como ya he comentado, la película es arriesgadísima y eso ha provocado una gran controversia. Incluso algunas de las voces más fiables de la Red se han manifestado radicalmente en contra de ella. Otros, sin embargo, respaldan y certifican el enorme valor del film.
viernes, junio 24, 2011
Los malos se llaman Potter

Del cine familiar de Capra a la oscura novela negra de Chandler.

Y sin embargo, igual que el cine de Capra nunca me pareció tan familiar, tampoco creo que la literatura de Chandler sea tan oscura. Maravillosamente ambiguos.
Frank Capra, el pesimismo de un idealista
domingo, mayo 22, 2011
El fin de la incredulidad

Tengo que reconocer que yo era bastante escéptico los primeros días. Pensaba que si la concentración/acampada se expandía e intensificaba la situación se iba a descontrolar (como era lógico), con lo que los valores originales se perderían y se acabaría devaluando todo y echando por tierra las pocas esperanzas que había para el resurgimiento de las conciencias. Efectivamente, día tras día, a lo largo de la semana, he podido comprobar cómo el campamento crecía, cómo cada día había más gente pero cómo, sorprendentemente, las decenas de miles de personas que se iban congregando en el centro de Madrid mantenían el espíritu y la conciencia que nunca se hubiera debido perder. Conforme el fenómeno iba creciendo y expandiéndose, los chicos que iniciaron el movimiento improvisaban soluciones y agilizaban la organización. En un par de días, las cuatro tiendas de campaña iniciales se convirtieron en un gran campamento con sus departamentos de comunicación, legal, alimentación, enfermería, limpieza..., como una pequeña gran ciudad en la que no ha hecho falta planificación previa, solo ganas y esfuerzo de los organizadores y colaboración y buena voluntad del resto de los visitantes. A lo largo de los días han ido improvisando las soluciones y todas han salido bien. Aunque, quizás, el mayor mérito ha sido confiar en que todo el mundo iba a colaborar, ya que si no hubiera sido así, que era lo más fácil, hubiera devenido el caos absoluto. El campamento ha ido creciendo a la vez que la emoción de todos los demás.
La noche que dió comienzo a la jornada de reflexión, entre el viernes y el sábado, resultó especialmente emocionante. Ya estaba todo desbordado de gente, e increíblemente se podía comprobar que el (auto)control era completo. Un control sin control, ingenuo, como decía, ya que se basaba confiar en la conciencia individual de cada persona, pero que está funcionando como un engranaje perfecto que haría palidecer cualquier teoría de planificación y organización de empresas, grupos sociales o proyectos industriales. El momento culminante, que ya han reflejado las televisiones (sin ser capaces de transmitir un mínimo de la emoción que tuvo ese instante en la realidad), fue el de las campanadas a las 12 de la noche, con ese grito silencioso acompañado de las manos en alto, en mitad de una muchedumbre que no recuerdo haber visto nunca tan numerosa ni tan unida por unos lazos fraternales tan potentes. Después de ese momento de máxima concentración, la gente se fue dispersando y la Puerta del Sol volvió a quedar abierta a los grupitos que se sentaban en las calles para hablar de política, sociedad, cultura o cualquier tema que nos preocupa a cada uno y nos incumbe a todos. El ambiente era tan bueno que apenas se comentaban las afrentas provenientes de ciertos medios de comunicación, de organizaciones de dudosa moralidad o de personas que no son capaces de incorporarse a una vida comunitaria sana, pero saltaba a la vista que todos los mezquinos argumentos que habían dado quedaban totalmente por los suelos. Se había hablado de botellón mientras todo el mundo a nuestro alrededor, siguiendo las recomendaciones de los organizadores, bebía zumos, refrescos o un vaso de agua recogido en el campamento (salvo algún turista despistado que debía pensar que se trataba de un viernes normal en Sol); se había hablado de manifestantes violentos cuando la única norma, no escrita pero asumida, es la de la no violencia, con la que se responde a cualquier provocación o potencial conflicto; se había hablando de vagancia, dejadez y niños protestones que no quieren trabajar, y a nuestro alrededor se veía a organizadores y voluntarios barriendo las calles con una escoba, o ayudando a los basureros a acercar los contenedores a los camiones de la basura, o pasando con grandes bolsas de plástico entre la gente para tirar cualquier residuo. La situación era tan bucólica que a veces incluso se tornaba surrealista: en nuestro grupo, llegaron a pasar tres veces en diez minutos a recoger basura, como si la calle se hubiera convertido en uno de esos restaurantes de lujo en los que no dejan la copa de vino vacía durante más que unos segundos. La organización espontánea era perfecta y la voluntad de todos irreprochable. No se podía dar ningún argumento a los destructores que intentaban acabar con la conciencia del movimiento, y así pasó, y así sigue ocurriendo a estas horas del domingo. Porque esta noche sigue todo igual que ayer, ningún problema, todo armonía, confraternización y una impagable sensación de irrealidad cargada de ilusión, como una pistola cargada de propuestas.
La Puerta del Sol y alrededores parece un mundo paralelo. Diariamente, en las apreturas del metro o de cualquier bar de copas nocturno, una persona que te pisa o te da un codazo se vuelve con gesto hosco pidiendo explicaciones de por qué estabas en medio, ocupando un lugar que debiera ser de su propiedad. En la Puerta del Sol hay muchos menos codazos o pisotones de los que, por la densidad de personas, se debieran producir, pero, aun así, cuando eres tú el que sin querer empuja a alguien cercano, esta persona se gira inmediatamente con gesto atribulado pidiendo perdón por algo de lo que no tiene culpa, e inmediatamente un par de sonrisas eliminan cualquier posibilidad de conflicto. Además, cuando en algún momento algún infiltrado ha intentado introducir algún elemento de distorsión, todo el mundo se ha vuelto a recriminarle para acabar de raíz con cualquier posibilidad de problema.
Hoy, la toma de la calle se ha expandido más allá de Sol abarcando las calles y las plazas adyacentes. Las asambleas se han multiplicado y paseando por el centro te encontrabas auténticas reuniones de participación ciudadana en la plaza de Jacinto Benavente, de Ópera, de Tirso de Molina, de "Cortylandia", en la calle Preciados, Mayor... Un mundo paralelo, que no hubiéramos podido imaginar hace tan solo unos días, cuando desde los medios no paraba de repetirse que nuestra sociedad estaba dormida y que vivía en un conformismo consecuencia de la vagancia y la pereza. Las asambleas son generales o temáticas, y cada uno pide la palabra, habla ordenadamente e interviene en aquello en lo que cree que puede aportar algo, ya sea como profesional de algún sector o como mero ciudadano, siempre siendo consciente de las propias limitaciones. Y las asambleas también son muestra de otro milagro de estos días, una confluencia intergeneracional que resulta emocionante por conseguir salvar una brecha que normalmente separa y que, estos días, está uniendo, ya que se está consiguiendo enriquecer las ideas con las novedades de unos y la experiencia de los otros, y los jóvenes no tienen ningún prejuicio a la hora de aplaudir a rabiar a sus mayores mientras estos reconocen el trabajo y buen hacer de los primeros. Las asambleas han formado, por fin, esos espacios de debate que la política oficial no ha sabido dar y han sido capaces de encontrar puntos en común entre gente muy heterogénea. Además, como esto no puede ser un hecho aislado, ya se han convocado para la semana que viene las primeras asambleas organizadas en cada uno de los barrios de Madrid. Cada barrio tiene su plaza y su asamblea, todo se escucha y nada se infravalora por muy descabellado que parezca. Sacar lo bueno de cada idea, ese espíritu parece impregnarnos a todos estos días. ¿Por qué destruir cuando se pueden crear nuevas cosas con materiales de lo más heterogéneo, como si el espíritu de Picasso o Godard hubiera llegado a lo político y social? ¿Por qué destruir el sistema cuando se puede crear por encima uno mejor que tome las ventajas de lo ya existente y de lo nuevo?
La lista de detalles que comentar es interminable, pero estos días se está viendo que aún podemos volver a ser ingenuos sin dejarnos engañar, porque esta confianza es la única forma de avanzar al tratarse de la única forma de creer. La diferencia es confiar en el pueblo en lugar de creer a ciegas en los profesionales que han hecho del mundo su cortijo y que han acabado con la política auténtica convirtiéndola en una esclava de los intereses económicos (que no de la economía). La desconfianza ata las manos y pone mordazas, y eso estaba pasando con el desencanto provocado por las clases políticas y económicas, hasta que hemos visto que para sobrevivir es necesario creer en algo, y en nadie podemos creer mejor que en nosotros mismos, nuestra capacidad de poder cambiar las cosas juntos.
Estos días en Sol hemos comprobado lo emocionante que puede llegar a ser estar hablando tranquilamente de temas políticos con un grupo de amigos y que espontáneamente, sin saber cómo, se empiece a dialogar con el grupo de al lado o con cualquier persona que pase por allí. A veces las opiniones divergen, pero el extraño espíritu de estos días provoca que se respeten los turnos, no se levante la voz y se acabe llegando a posturas cercanas. Es una auténtica reflexión, es el diálogo político que nunca he podido ver en este país en una campaña electoral. Un diálogo del que los políticos han quedado fuera porque han sido incapaces de incorporarse. Ellos mismos se lo han negado, no han sabido integrarse. Han pecado de prepotencia, de superioridad, como esos cineastas que tratan con condescendencia al espectador y en lugar de dialogar con él sueltan sus cartas sin justificarlas porque su posición de demiurgos los coloca en un plano de superioridad moral. Creen que la mejor forma de llegar a la gente es no hacerles pensar, no "molestarlos" demasiado, y venderles posturas como se vende una moto. Claro, eso no es lo más cómodo para el pueblo, sino lo más fácil para ellos.
La emoción de vivir estos días las calles del centro de Madrid me ha evocado sensaciones de emociones colectivas que solo recordaba en una sala de cine ante ciertas películas, aquellas que consiguen ir más allá de lo bello o lo sublime para mover resortes íntimos y, aun así, tengo que decir que, cuando la realidad es auténtica, se convierte en una obra de arte insuperable que no resiste comparación.
Es posible