lunes, julio 09, 2007

Saldando deudas con Bellow: Las aventuras de Augie March

Recuerdo una tarde de abril de hace un par de años. Estaba en uno de los laboratorios que tenemos durante la carrera, intentando que el motor de un ventilador girara a mayor o menor velocidad según la temperatura ambiente, mientras la ilusión por hacer prosperar un trabajo compartido luchaba por sobrevivir. En uno de los muchos momentos de desesperación, bajé la cabeza cogiendo el diario El país, que en esa época repartían gratuitamente, y empecé a hojear sus páginas. Mi compañera luchaba con el ventilador, intentando que no se comportara aleatoriamente según la calidez de los ojos con que lo mirabas, y se asustó cuando escuchó mi exclamación y me vio saltar de la silla. Había llegado a la sección de obituarios y me sorprendió una foto de Saul Bellow en una pequeña porción de página, insignificante para alguien de su importancia. Lo que me impactó no fue el hecho de su fallecimiento (ya había cumplido los 89), sino que no me hubiera enterado de la noticia hasta un par de días después de suceder. No me explicaba cómo era posible un alcance tan limitado de algo así, similar a lo que ha pasado estos días con Edward Yang. ¿Cómo puede haber una diferencia tan abismal entre un personaje de la farándula y una personalidad de la cultura?



En aquel momento sólo había leído una de sus obras, Carpe diem, que no me embargaba de gozo; más bien me pareció un esbozo, en ocasiones demasiado histérico, de una historia (de un personaje), que podía dar más de sí. Por esa razón, cuando murió me propuse hacerme con alguna de sus grandes obras: "Herzog", "El legado de Humboldt" o "Las aventuras de Augie March". Han pasado dos años (algo más), pero al fin he saldado mi deuda, y con gran satisfacción.

En cierto modo, "Las aventuras de Augie March" era una novela cuya lectura me daba bastante pereza. Nunca me han interesado (y sí cansado) las historias de pícaros al modo "El lazarillo de Tormes" o "El buscón", y a eso, tenía entendido, se parecía el clásico de Bellow. Sin embargo, desde el principio la sensación fue bastante positiva. La infancia del protagonista, la convivencia en esa familia judía tan peculiar, me recordaba los ambientes de algunas novelas de Philip Roth, pero conforme avanzaban y avanzaban las páginas, sólo me venía a la cabeza el personaje de Julian Sorel, de la novela de Stendhal. Y eso que el protagonista de "Rojo y negro" es muy diferente de Augie, teniendo éste un carácter mucho más ingenuo y compasivo, una manera de afrontar la vida no tan centrada en el ascenso social y sí más en una felicidad que se presenta, en todo momento, inasible. Augie es, en definitiva, un alma más cándida. Podemos buscar las similitudes en la simpatía intrínseca, el don de gentes, la malicia juguetona (ambiciosa en uno, entrañable en el otro), la curiosidad, o el afán de aventuras (a menudo inconsciente) y de dejarse llevar y mecer por el destino. En todo caso, Julian es más cerebral y Augie más emocional, lo que configura ambas novelas como complementarias, con tonos completamente opuestos.

Se menciona al comienzo de la narración la frase de Heráclito "carácter es destino", aunque mi impresión una vez terminado el libro se inclina a pensar que estamos más ante una ironía que ante una declaración de intenciones. La ironía de Bellow, al menos en este libro, se manifiesta de manera muy soterrada, a diferencia del Roth más incisivo, aunque ambos comparten un gusto por el fatalismo, la desilusión y la impotencia muy propio de la generación judío-estadounidense a que pertenecen. Una de las cosas que parecen quedar más claras al término de la novela es, precisamente, la imposibilidad de que el propio carácter forje nuestro destino en la vida, de modo que cada avatar, cada jarana del azar, configure el auténtico devenir. Tanto Augie como su hermano Simon, cuyas vidas paralelas se contraponen desde el principio como diferentes maneras de abordar la realidad, observan cómo no logran alcanzar la ansiada felicidad, ni por el camino de la seguridad ni por el del instinto. Impotencia es lo que se trasluce y, me da la impresión, Bellow da a entender que lo único que merece la pena es buscar la felicidad y asombrarnos ante cada pequeño milagro vital, huyendo de la obsesión de alcanzar una plenitud que no puede estabilizarse más que durante el parpadeo de una memoria muda.


La novela tiene algunas partes que me parecen culminantes, rayanas lo sublime, como ese viaje de Augie y Thea (su amor "verdadero") a México para intentar amaestrar un águila algo rebelde. Se palpa ahí un existencialismo que se acerca al sentimiento de las corrientes europeas de Sartre y Camus. En toda esa secuencia, y en alguna otra, conviven el tono realista que suele definir el libro con una sensación onírica, algo imprecisa, que nos hace pensar si todos los instantes de felicidad no son, realmente, meros sueños de los que, más antes que después, tenemos que despertar.

Hay algo extraño en "Las aventuras de Augie March", algo que consigue que se acerque mucho al olor y al sabor de la vida, a la impredicibilidad de lo seguro y a la certeza de lo vago. Porque podemos saber cómo va a ser el día de mañana, qué vamos a comer o cuándo vamos a dormir, pero no tenemos la certeza de cómo lo sentiremos, lo saborearemos, o qué soñaremos. Esa es la aventura de vivir, sea la vida más ajetreada que podamos imaginar o la rutina más incómoda. ¿Por qué no es posible que mañana, en el trabajo, la misma sonrisa de la misma persona nos despierte una emoción que nunca habíamos experimentado?

El autor que se lleva los más altos honores de la literatura norteamericana de nuestro tiempo es Saul Bellow, gracias a su extraordinaria energía e inventiva, y a su sentido del asombro ante el mero hecho de la existencia humana.

Joyce Carol Oates, contraportada del libro.

Lo que yo creo es que la vida, y la novela, es como una práctica de laboratorio que desarrollas durante todo un cuatrimestre. Vas avanzando casi imperceptiblemente, lo que un día funcionaba al día siguiente no hace nada, el fatalismo llega por muy recto que sea el camino, los momentos de armonía son compartidos, y las desesperaciones sólo pueden ser aplacadas por tu pareja: cuando ésta no funciona, todo se hunde.

Uff, ha sonado muy pretencioso (y obvio), pero esto no es más que un divertimento.

PD: se me ha olvidado comentar si Saul Bellow desarrolla en su obra un despliegue de humanismo, como se suele comentar, o más bien compasión, que es lo que yo pienso. Pero lo dejo para otro día.

5 comentarios:

BUDOKAN dijo...

Se ve que te gusta mucho porque escribes con pasión sobre este autor y sus libros. Me gustaría leer alguno de ellos. Saludos!

Little Turtle dijo...

vas mañana a lo de zhang lu?

todavia no he pillado la entrada, si vas, dime la hora y departimos un rato.

por cierto, a mi me parece recordar que la noticia de la muerte de bellow en prensa si fue seguida, hasta creo recordar un articulo de javier marias en el pais bastante extenso. pero puede que me equivoque.

Daniel Quinn dijo...

Quería ver la de Zhang Lu, pero me voy a Albacete esta tarde, hasta el lunes por la mañana, así que no podrá ser :(

A ver la próxima.

La noticia de Bellow, no sé si sería muy seguida, pero recuerdo que me enteré de milagro... Creo que ya me va fallando la memoria.

Un saludo!

Anónimo dijo...

Bellow. Habló mucho sobre la muerte, escribió incluso alguna frase ingeniosa sobre espejos y cristales oscuros, pero no acertó. Puedo garantizárselo Visiten mi soledad en

Daniel Quinn dijo...

Bienvenida Jane! Siempre es agradable recibir visitas del otro lado de la laguna :)