Me parecía imperdonable que, a estas alturas de blog, aún no se pudiera leer por aquí una sola entrada sobre el maestro sueco Ingmar Bergman (casi tan imperdonable como no tener nada de Eric Rohmer...). Así que, dado que tengo preparadas unas cuantas películas para ello, he decidido comenzar un ciclo para comentar algunas de las películas menos conocidas de su filmografía, aquellas que suelen ser clasificadas como menores, de transición, o directamente prescindibles.

En 1954, tan sólo un año antes de filmar su comedia más conocida y, para mí, una de sus indiscutibles obras maestras, Sonrisas de una noche de verano, Bergman ensayaría con la simpática, ligera (también profunda) y sutil Una lección de amor.
Bergman realiza, como haría muy habitualmente en películas posteriores, una disección de la institución matrimonial, con la originalidad de abordarlo, en esta ocasión, en un tono de farsa que encubre ideas y sentimientos tremendamente pesimistas con una pátina de cinismo que parece privarlos de su auténtica trascendencia. La narración se estructura en torno a los recuerdos de los protagonistas, que actúan a modo de flashbacks directos y explícitos (nada que ver con la sutil infiltración de presente y pasado de Fresas salvajes o la convergencia de consciencia, sueño, recuerdo y deseo de películas como Persona o El silencio. Claro, todo esto son palabras mayores...).

El humor, aunque no sea tan ingenioso ni brillante, puede recordar en su sutileza y sus alusiones sexuales a las películas de Ernst Lubitsch, cuyo descreimiento y falta de optimismo en las instituciones y convenciones sociales resulta bastante parecido. Sin embargo, hay una gran diferencia: donde Lubitsch promulgaba un carpe diem basado en la sencillez y la primacía de la emociones básicas, Bergman no puede evitar reflexionar continuamente sobre cada suceso y sacar conclusiones sobre ello, conduciendo a un pesimismo mucho más trascendente y oscuro que el de su colega alemán. Me explico:
Es posible que ni Lubitsch ni Bergman confíen en el matrimonio, los dos lo miran con recelo y lo analizan sin ninguna piedad. El primero es consciente de todos sus problemas, pero intenta evitarlos con frivolidad, optando por buscar alternativas vitales y quitando importancia a los asuntos que para el sueco se convierten en cruciales. Así, aun haciento una comedia, Bergman imprime a su obra un toque auténticamente suyo, mostrándonos cómo una mala mirada o un resquicio de desconfianza pueden significar obstáculos insalvables. El existencialismo del sueco puede ser clave en este sentido, y su angustia vital se expresa en una necesidad imperiosa de ser consciente de sus problemas, abordarlos y cargar con ellos aunque no los pueda solucionar, pero nunca tirarlos despreocupadamente a uno de los lados de la cuneta.
En Una lección de amor se habla mucho del amor, los celos, el matrimonio, la infidelidad, la seducción, el sexo..., pero también de las relaciones paterno-filiales, la flexibilidad del recuerdo, el miedo ante lo desconocido y, no podía faltar, el viaje. Entrar en todos estos temas sería poco más o menos que abordar toda la filmografía de Bergman, así que lo dejaremos para otra ocasión.
Un detalle que me parece fundamental es la valentía de la película en sus planteamientos morales. Aunque el personaje de Gunnar Björnstrand sea el protagonista absoluto, durante todo el metraje se reivindica y defiende la necesidad de libertad de la mujer, el atraso que supone verse sometida a una figura masculina (y no todo se reduce a una independencia financiera, como se dice explícitamente en un instante concreto), y la imposibilidad de progreso (entendido como progreso emocional) de una sociedad que subordina de tal manera al cincuenta por ciento de su población. Aunque parezca mentira, han pasado más de 50 años y al asunto aún le queda mucho camino por recorrer.

Por último, quería destacar la presencia maravillosa (como hija del protagonista) de Harriet Andersson, que venía de interpretar un personaje mucho más turbio y complejo en Un verano con Mónica, y nos regala ahora un papel muy divertido de una adolescente en plena crisis de madurez y rebeldía que confronta ideas de todo tipo con su padre, lo que no impide que se mantenga una relación cordial y magnífica entre ambos.
En definitiva, no estamos ante una de las grandes obras de Bergman, pero resulta agradable y muy interesante, de visión recomendada para comprender mejor la figura del realizador sueco y apreciar detalles que desarrollará con mayor profundidad en películas posteriores.
Edito para añadir un enlace al fantástico estudio de Tren de sombras realizado por un mítico internauta cinéfilo: Apuntes sobre el cine de Bergman

En 1954, tan sólo un año antes de filmar su comedia más conocida y, para mí, una de sus indiscutibles obras maestras, Sonrisas de una noche de verano, Bergman ensayaría con la simpática, ligera (también profunda) y sutil Una lección de amor.
Bergman realiza, como haría muy habitualmente en películas posteriores, una disección de la institución matrimonial, con la originalidad de abordarlo, en esta ocasión, en un tono de farsa que encubre ideas y sentimientos tremendamente pesimistas con una pátina de cinismo que parece privarlos de su auténtica trascendencia. La narración se estructura en torno a los recuerdos de los protagonistas, que actúan a modo de flashbacks directos y explícitos (nada que ver con la sutil infiltración de presente y pasado de Fresas salvajes o la convergencia de consciencia, sueño, recuerdo y deseo de películas como Persona o El silencio. Claro, todo esto son palabras mayores...).

El humor, aunque no sea tan ingenioso ni brillante, puede recordar en su sutileza y sus alusiones sexuales a las películas de Ernst Lubitsch, cuyo descreimiento y falta de optimismo en las instituciones y convenciones sociales resulta bastante parecido. Sin embargo, hay una gran diferencia: donde Lubitsch promulgaba un carpe diem basado en la sencillez y la primacía de la emociones básicas, Bergman no puede evitar reflexionar continuamente sobre cada suceso y sacar conclusiones sobre ello, conduciendo a un pesimismo mucho más trascendente y oscuro que el de su colega alemán. Me explico:
Es posible que ni Lubitsch ni Bergman confíen en el matrimonio, los dos lo miran con recelo y lo analizan sin ninguna piedad. El primero es consciente de todos sus problemas, pero intenta evitarlos con frivolidad, optando por buscar alternativas vitales y quitando importancia a los asuntos que para el sueco se convierten en cruciales. Así, aun haciento una comedia, Bergman imprime a su obra un toque auténticamente suyo, mostrándonos cómo una mala mirada o un resquicio de desconfianza pueden significar obstáculos insalvables. El existencialismo del sueco puede ser clave en este sentido, y su angustia vital se expresa en una necesidad imperiosa de ser consciente de sus problemas, abordarlos y cargar con ellos aunque no los pueda solucionar, pero nunca tirarlos despreocupadamente a uno de los lados de la cuneta.
En Una lección de amor se habla mucho del amor, los celos, el matrimonio, la infidelidad, la seducción, el sexo..., pero también de las relaciones paterno-filiales, la flexibilidad del recuerdo, el miedo ante lo desconocido y, no podía faltar, el viaje. Entrar en todos estos temas sería poco más o menos que abordar toda la filmografía de Bergman, así que lo dejaremos para otra ocasión.
Un detalle que me parece fundamental es la valentía de la película en sus planteamientos morales. Aunque el personaje de Gunnar Björnstrand sea el protagonista absoluto, durante todo el metraje se reivindica y defiende la necesidad de libertad de la mujer, el atraso que supone verse sometida a una figura masculina (y no todo se reduce a una independencia financiera, como se dice explícitamente en un instante concreto), y la imposibilidad de progreso (entendido como progreso emocional) de una sociedad que subordina de tal manera al cincuenta por ciento de su población. Aunque parezca mentira, han pasado más de 50 años y al asunto aún le queda mucho camino por recorrer.

Por último, quería destacar la presencia maravillosa (como hija del protagonista) de Harriet Andersson, que venía de interpretar un personaje mucho más turbio y complejo en Un verano con Mónica, y nos regala ahora un papel muy divertido de una adolescente en plena crisis de madurez y rebeldía que confronta ideas de todo tipo con su padre, lo que no impide que se mantenga una relación cordial y magnífica entre ambos.
En definitiva, no estamos ante una de las grandes obras de Bergman, pero resulta agradable y muy interesante, de visión recomendada para comprender mejor la figura del realizador sueco y apreciar detalles que desarrollará con mayor profundidad en películas posteriores.
Edito para añadir un enlace al fantástico estudio de Tren de sombras realizado por un mítico internauta cinéfilo: Apuntes sobre el cine de Bergman