Anoche soñé que veía a Vila-Matas. Bajaba despacio del taxi, gabardina oscura y mirada hundida, mientras por la otra puerta salía el hombre que lo acompañaba. Yo no me atrevía a acercarme, pero con sólo tenerlo a menos de cinco metros me temblaban las piernas. Me asombraba que no empezaran a acosarlo desbordadas bandadas de gruppies, pero ahí me quedé, en la puerta de la Residencia de estudiantes viendo cómo entraba en el edificio junto a los anfitriones que lo habían recibido a su llegada. La noche ya era cerrada en Madrid, a pesar de que apenas daban las siete y veinte de la tarde. Esperaba la llegada de la simpatiquísima Cristina Núñez, con quien estaba citado para ver a Vila-Matas desde unos días atrás, cuando quedamos a través de comentarios en nuestros blogs y un par de e-mails. No llevaba más que cinco minutos esperando, pero casi no me creía haber llegado tan pronto cuando diez minutos antes estaba entrando, por la calle Serrano, en el enorme recinto de la Residencia con la boca abierta ante un complejo tan lleno de construcciones anónimas y callejones tenebrosos. Pensé si mi vagabundeo por aquellos rincones que un día frecuentaron los Lorca-Dalí-Buñuel tendría final feliz, pero la suerte me sonrió cuando encontré un vigilante de seguridad que me condujo por el lugar apropiado. A la hora de la quedada yo ya estaba en el lugar convenido, a tiempo incluso de ver la llegada en taxi de Vila-Matas.
Cuando apareció Cristina al fondo de la calle no necesitó sacar de la carpeta la flor dibujada con boli rojo sobre una hoja de cuaderno; ni siquiera me fue necesario fijarme en el libro de Vila-Matas en italiano que ella debía llevar: sabíamos quiénes éramos sin habernos visto nunca. Tras la consabida presentación intercambiamos nervios y suspiros de resignación por nuestro comportamiento adolescente, que considerábamos impropio de dos personas maduras como nosotras... Entramos en la sala para hacernos con un buen sitio, en la tercera fila del lado izquierdo, cerca de donde se sentaría nuestro héroe particular. Nos reíamos de la situación y de nosotros mismos, al tiempo que se sentaba justo detrás de nosotros un hombre alto, de larguísimo pelo blanco y nevada barba hasta el ombligo. Cuando lo vimos nos miramos comprendiendo que sabíamos quién era, un espectador mítico, habitual del círculo de eventos culturales madrileños, que siempre organizaba algún tipo de extravagancia.
Llegaron los conferenciantes y discurrieron con normalidad las ponencias: la del moderador, la del psiquiatra invitado y, por último la de Vila-Matas, quien ideó para su intervención una ingeniosa construcción a partir de sus dos últimas entregas del Dietario voluble. Muchas cosas ya nos sonaban a conocidas pero, aun así, es Vila-Matas, y de repente se proyecta de su boca una frase cargada de ironía, como un arma sin ganas de disparar. A mitad del acto, el hombre de barba y pelo infinitos pidió el turno para hacer una pregunta y, cuando se lo concedieron, se apuntó a la cabeza con uno de los dedos de la mano derecha y empezó a golpearse en pecho con la otra. "¿No va a preguntar nada?", inquirió el moderador, y el hombre se sentó tan mudo como se había levantado.
Al término del acto nos pusimos en pie dirigiéndonos a donde estaba Vila-Matas. Dejé a Cristina pasar delante, con su libro en italiano y un ejemplar de El viajero más lento presto a ser dedicado. Nos presentamos y Enrique resaltó la extrañeza de la situación: dos entes cobijadas por la escafandra del blog se materializaban como personas físicas. Sí, existíamos, y él existía para nosotros. Era realmente emocionante, tanto que me quedé callado sin saber qué decir, con la mirada fija como un bobo con pretensiones, víctima de un bloqueo mental que me impedía asimilar la situación. Mientras, Cristina demostraba su agudeza apuntando pertinentemente la idea de Nabokov de escribir "realidad" siempre entre comillas. A mí me vino a la cabeza Bresson, con uno de sus famosos apuntes de sus Notas para el cinematógrafo ("Rechazar todo lo que, de lo real, no se vuelve verdadero. La horrible realidad de lo falso."), pero ni recordaba la cita con exactitud ni estaba en condiciones de articular oraciones de tan profundo significado. Pero no importaba, yo estaba feliz, y la cordialidad y el buen trato de don Enrique me tenían maravillado. También hubo una alusión al extraño hombre barbudo que se sentaba detrás de nosotros, y comentamos rápidamente que se trataba de un habitual de la parafernalia literaria de la ciudad. Seguía con nosotros Vila-Matas cuando se le acercó su acompañante del taxi, al que había visto antes, y le comentó casi al oído algo de la cena de esa noche. El deseo de escuchar se contraponía a la moralidad de no invadir conversaciones ajenas, por lo que salió una extraña mezcla en la que se coló por mis sentidos alguna palabra suelta que me hacía pensar en el significado evitado. Finalmente, nos despedimos y dimos media vuelta con nuestros libros firmados. Al salir de la sala nos embargaba una emoción preescolar, sanamente inmadura. Cristina me hablaba y yo continuaba en estado semicatatónico, a la espera de una sacudida celestial o una embestida imaginada. Nos quedamos a medio salir, en el hall entre la sala y la calle, satisfechos con lo vivido pero como con ganas de más. Entonces me di cuenta de mi sofoco y sugerí salir a la calle, donde me acordé de que tenía entre mis manos un ejemplar dedicado de Exploradores del abismo que ni tan siquiera había mirado. Lo abrí y mi alegría aún se multiplico al ver la dedicatoria compartida. Porque así es, no sólo me lo dedicó a mí, también se acordó de Maud.
Caminamos sin rumbo, sin haber pensado dirección ni destino, y sin darnos cuenta nos encontramos fuera el recinto de la Residencia de Estudiantes, a punto de ser atropellados por un taxi de carrera desbocada. Debíamos andar como zombis para haber estado tan cerca de formar parte de una de esas casualidades vilamatianas que a buen seguro nos habría conducido a una póstuma aparición en el Dietario Voluble. Por un momento pensamos que podía estar Vila-Matas en ese taxi para redondear la jugada, pero en el fondo mirábamos hacia atrás de refilón por si nos encontrábamos con alguna sopresa por detrás. Justo un instante antes había pasado junto a nosotros el hombre extraño de la barba y el pelo largo empujando a una señora oriental en una silla de ruedas.
El susto del casi-atropello nos sirvió para despertarnos y pensar qué camino debíamos seguir para llegar al metro: concluimos que debíamos retroceder y volver a atravesar la Residencia. En realidad podía ser un deseo inconsciente de reencontrarnos con Vila-Matas, pero yo rápidamente le dije a Cristina que era imposible que eso sucediera, porque si el taxi de ida lo había dejado en la puerta, a la vuelta debería seguir el mismo procedimiento. Así que nos tranquilizamos un poco hsta que, de repente, al girar la esquina, aparecieron caminando apaciblemente Vila-Matas y su acompañante del taxi. La penumbra del lugar impidió que nos reconociéramos instantáneamente, pero viendo que era él hice un amago de pararme, con lo que se dio cuenta de quiénes éramos. De repente estábamos allí los cuatro, dos a dos, solos en un rincón donde las sombras jugaban a esconderse de los odradeks y los carretes de hilo kafkiano se materializaban de extrañeza. Era el clima perfecto, y Enrique nos presentó a su acompañante, Marcos, del que antes habíamos especulado Cristina y yo sobre si se trataría de su secretario o algún tipo de agente... Inmediatamente después apostilló: Giralt Torrent. Seguimos en blanco, sin llegar a tomar conciencia de lo que había dicho ni dar síntomas de reconocimiento. Después elogió el trabajo de Cristina sobre su conferencia de Oviedo, y a mí me dijo que me imaginaba más mayor. "Pero me alegro, mejor para ti", añadió. "Será por el nombre". Sí, tengo un nombre que suena a antiguo (mi nombre real), eso es innegable, y la máscara del blog afianza la primera impresión de la imaginación. Por último, antes de despedirnos por segunda vez nos dijo que seguiríamos en contacto a través de la Red..., si queríamos, claro... Y entonces alucinamos. Enrique y Marcos siguieron caminando hasta que los perdimos de vista y no éramos capaces de creer lo que habíamos oído ¿Es posible ser más humilde? ¿Es posible ser más educado y libre de prejuicios? ¿Es posible que un escritor de su prestigio y fama internacional se comporte de esa manera? ¿Sería todo un sueño en el que habitáramos un mundo de color de rosa en el que todos fuéramos iguales y ser el más culto significara ser el más sabio?
Intentamos salir del recinto de la Residencia de Estudiantes por la puerta de la calle Serrano por la que yo había entrado unas horas antes. Pero, misteriosamente, nos era imposible dar con algo que no fueran bocacalles sin salida, oscuros callejones angostos y deshabitados cubículos de inquietud. Como si de un laberinto se tratara, de repente estábamos en el mismo sitio en que encontramos a Vila-Matas, y dándonos por vencidos en nuestra búsqueda acabamos saliendo por la puerta en que casi nos habían atropellado.
Dimos un rodeo para llegar al metro, y seguimos comentando la maravillosa extrañeza de los sucesos de la noche mientras caminábamos grácilmente como porteados por los espíritus risueños. Entonces le hablé a Cristina de una amiga ovetense con la que llevaba (y llevo) años sin mantener contacto, pero que sabía que era de su misma edad. Se echó las manos a la cabeza repitiendo el nombre que yo había pronunciado. No podíamos creerlo. ¡Habían sido compañeras de clase en el instituto!
Descendimos a los abismos del metro convencidos de que no podía pasar nada más, y cuando el tren llegó desfilamos hasta el fondo del vagón, apoyando la espalda en el cristal que permitía ver el vagón contiguo. Una parada antes de llegar a nuestro destino giré la cabeza y vi a un hombre corpulento, de gabardina oscura y elegante sombrero, apoyado de la misma manera que yo en esos momentos. Nos bajamos del metro y el tren volvió a arrancar. Mientras recorría los primeros metros, Cristina me tocaba el hombro sin ser capaz de articular palabra. Me señaló el vagón junto al que habíamos estado y encontré al hombre de la gabardina saludándonos, lanzando su irónica mirada al tiempo que agitaba su sombrero. No podíamos creerlo, Vila-Matas estaba en todas partes.
La conferencia según Cristina
Cuando apareció Cristina al fondo de la calle no necesitó sacar de la carpeta la flor dibujada con boli rojo sobre una hoja de cuaderno; ni siquiera me fue necesario fijarme en el libro de Vila-Matas en italiano que ella debía llevar: sabíamos quiénes éramos sin habernos visto nunca. Tras la consabida presentación intercambiamos nervios y suspiros de resignación por nuestro comportamiento adolescente, que considerábamos impropio de dos personas maduras como nosotras... Entramos en la sala para hacernos con un buen sitio, en la tercera fila del lado izquierdo, cerca de donde se sentaría nuestro héroe particular. Nos reíamos de la situación y de nosotros mismos, al tiempo que se sentaba justo detrás de nosotros un hombre alto, de larguísimo pelo blanco y nevada barba hasta el ombligo. Cuando lo vimos nos miramos comprendiendo que sabíamos quién era, un espectador mítico, habitual del círculo de eventos culturales madrileños, que siempre organizaba algún tipo de extravagancia.
Llegaron los conferenciantes y discurrieron con normalidad las ponencias: la del moderador, la del psiquiatra invitado y, por último la de Vila-Matas, quien ideó para su intervención una ingeniosa construcción a partir de sus dos últimas entregas del Dietario voluble. Muchas cosas ya nos sonaban a conocidas pero, aun así, es Vila-Matas, y de repente se proyecta de su boca una frase cargada de ironía, como un arma sin ganas de disparar. A mitad del acto, el hombre de barba y pelo infinitos pidió el turno para hacer una pregunta y, cuando se lo concedieron, se apuntó a la cabeza con uno de los dedos de la mano derecha y empezó a golpearse en pecho con la otra. "¿No va a preguntar nada?", inquirió el moderador, y el hombre se sentó tan mudo como se había levantado.
Al término del acto nos pusimos en pie dirigiéndonos a donde estaba Vila-Matas. Dejé a Cristina pasar delante, con su libro en italiano y un ejemplar de El viajero más lento presto a ser dedicado. Nos presentamos y Enrique resaltó la extrañeza de la situación: dos entes cobijadas por la escafandra del blog se materializaban como personas físicas. Sí, existíamos, y él existía para nosotros. Era realmente emocionante, tanto que me quedé callado sin saber qué decir, con la mirada fija como un bobo con pretensiones, víctima de un bloqueo mental que me impedía asimilar la situación. Mientras, Cristina demostraba su agudeza apuntando pertinentemente la idea de Nabokov de escribir "realidad" siempre entre comillas. A mí me vino a la cabeza Bresson, con uno de sus famosos apuntes de sus Notas para el cinematógrafo ("Rechazar todo lo que, de lo real, no se vuelve verdadero. La horrible realidad de lo falso."), pero ni recordaba la cita con exactitud ni estaba en condiciones de articular oraciones de tan profundo significado. Pero no importaba, yo estaba feliz, y la cordialidad y el buen trato de don Enrique me tenían maravillado. También hubo una alusión al extraño hombre barbudo que se sentaba detrás de nosotros, y comentamos rápidamente que se trataba de un habitual de la parafernalia literaria de la ciudad. Seguía con nosotros Vila-Matas cuando se le acercó su acompañante del taxi, al que había visto antes, y le comentó casi al oído algo de la cena de esa noche. El deseo de escuchar se contraponía a la moralidad de no invadir conversaciones ajenas, por lo que salió una extraña mezcla en la que se coló por mis sentidos alguna palabra suelta que me hacía pensar en el significado evitado. Finalmente, nos despedimos y dimos media vuelta con nuestros libros firmados. Al salir de la sala nos embargaba una emoción preescolar, sanamente inmadura. Cristina me hablaba y yo continuaba en estado semicatatónico, a la espera de una sacudida celestial o una embestida imaginada. Nos quedamos a medio salir, en el hall entre la sala y la calle, satisfechos con lo vivido pero como con ganas de más. Entonces me di cuenta de mi sofoco y sugerí salir a la calle, donde me acordé de que tenía entre mis manos un ejemplar dedicado de Exploradores del abismo que ni tan siquiera había mirado. Lo abrí y mi alegría aún se multiplico al ver la dedicatoria compartida. Porque así es, no sólo me lo dedicó a mí, también se acordó de Maud.
Caminamos sin rumbo, sin haber pensado dirección ni destino, y sin darnos cuenta nos encontramos fuera el recinto de la Residencia de Estudiantes, a punto de ser atropellados por un taxi de carrera desbocada. Debíamos andar como zombis para haber estado tan cerca de formar parte de una de esas casualidades vilamatianas que a buen seguro nos habría conducido a una póstuma aparición en el Dietario Voluble. Por un momento pensamos que podía estar Vila-Matas en ese taxi para redondear la jugada, pero en el fondo mirábamos hacia atrás de refilón por si nos encontrábamos con alguna sopresa por detrás. Justo un instante antes había pasado junto a nosotros el hombre extraño de la barba y el pelo largo empujando a una señora oriental en una silla de ruedas.
El susto del casi-atropello nos sirvió para despertarnos y pensar qué camino debíamos seguir para llegar al metro: concluimos que debíamos retroceder y volver a atravesar la Residencia. En realidad podía ser un deseo inconsciente de reencontrarnos con Vila-Matas, pero yo rápidamente le dije a Cristina que era imposible que eso sucediera, porque si el taxi de ida lo había dejado en la puerta, a la vuelta debería seguir el mismo procedimiento. Así que nos tranquilizamos un poco hsta que, de repente, al girar la esquina, aparecieron caminando apaciblemente Vila-Matas y su acompañante del taxi. La penumbra del lugar impidió que nos reconociéramos instantáneamente, pero viendo que era él hice un amago de pararme, con lo que se dio cuenta de quiénes éramos. De repente estábamos allí los cuatro, dos a dos, solos en un rincón donde las sombras jugaban a esconderse de los odradeks y los carretes de hilo kafkiano se materializaban de extrañeza. Era el clima perfecto, y Enrique nos presentó a su acompañante, Marcos, del que antes habíamos especulado Cristina y yo sobre si se trataría de su secretario o algún tipo de agente... Inmediatamente después apostilló: Giralt Torrent. Seguimos en blanco, sin llegar a tomar conciencia de lo que había dicho ni dar síntomas de reconocimiento. Después elogió el trabajo de Cristina sobre su conferencia de Oviedo, y a mí me dijo que me imaginaba más mayor. "Pero me alegro, mejor para ti", añadió. "Será por el nombre". Sí, tengo un nombre que suena a antiguo (mi nombre real), eso es innegable, y la máscara del blog afianza la primera impresión de la imaginación. Por último, antes de despedirnos por segunda vez nos dijo que seguiríamos en contacto a través de la Red..., si queríamos, claro... Y entonces alucinamos. Enrique y Marcos siguieron caminando hasta que los perdimos de vista y no éramos capaces de creer lo que habíamos oído ¿Es posible ser más humilde? ¿Es posible ser más educado y libre de prejuicios? ¿Es posible que un escritor de su prestigio y fama internacional se comporte de esa manera? ¿Sería todo un sueño en el que habitáramos un mundo de color de rosa en el que todos fuéramos iguales y ser el más culto significara ser el más sabio?
Intentamos salir del recinto de la Residencia de Estudiantes por la puerta de la calle Serrano por la que yo había entrado unas horas antes. Pero, misteriosamente, nos era imposible dar con algo que no fueran bocacalles sin salida, oscuros callejones angostos y deshabitados cubículos de inquietud. Como si de un laberinto se tratara, de repente estábamos en el mismo sitio en que encontramos a Vila-Matas, y dándonos por vencidos en nuestra búsqueda acabamos saliendo por la puerta en que casi nos habían atropellado.
Dimos un rodeo para llegar al metro, y seguimos comentando la maravillosa extrañeza de los sucesos de la noche mientras caminábamos grácilmente como porteados por los espíritus risueños. Entonces le hablé a Cristina de una amiga ovetense con la que llevaba (y llevo) años sin mantener contacto, pero que sabía que era de su misma edad. Se echó las manos a la cabeza repitiendo el nombre que yo había pronunciado. No podíamos creerlo. ¡Habían sido compañeras de clase en el instituto!
Descendimos a los abismos del metro convencidos de que no podía pasar nada más, y cuando el tren llegó desfilamos hasta el fondo del vagón, apoyando la espalda en el cristal que permitía ver el vagón contiguo. Una parada antes de llegar a nuestro destino giré la cabeza y vi a un hombre corpulento, de gabardina oscura y elegante sombrero, apoyado de la misma manera que yo en esos momentos. Nos bajamos del metro y el tren volvió a arrancar. Mientras recorría los primeros metros, Cristina me tocaba el hombro sin ser capaz de articular palabra. Me señaló el vagón junto al que habíamos estado y encontré al hombre de la gabardina saludándonos, lanzando su irónica mirada al tiempo que agitaba su sombrero. No podíamos creerlo, Vila-Matas estaba en todas partes.
La conferencia según Cristina
16 comentarios:
Enhorabuena. Una crónica genuinamente vilamatiana.
:-)
La verdad es que te entiendo perfectamente. Yo en tu situación me hubiese sentido igual de ¿cohibido, intimidado?. Hay cosas que nos desbordan en ocasiones.
Pero las múltiples apariciones de Vila-Matas en vuestra noche quizás signifique algo, al igual que el hombre de la barba blanca.
¿No estaremos demostrando en demasiadas ocasiones que Vila-Matas existe y que lo que conseguimos con esto es multiplicarlo?
jejejejejeje
Un saludo, Daniel.
Yo lo conoci una vez y me regalo un libro de Cesar aira tambien he conocido a Azúa y Mendoza , y en mi blog participa en ocasiones Flavia Company , pero yo no soy muy mitomano , . En realidad yo a quien quiero conocer es a Jaqueline Bisset .
Buena cronica .
Gracias Portnoy y Francis!
Fue una noche extrañísima, Cristina puede dar fe; el extraño hombre barbudo empujando a la señora oriental me pareció el colmo del surrealismo. Tenía la impresión de que la fuera a tirar cuesta abajo, jeje.
Por supuesto, cohibido, intimidado, y alguna cosa más. Lo peor de todo es que Vila-Matas favorecía el ambiente para lo contrario... De mi bloqueo supongo que se puede decir que los blogs son buenos refugios para los tímidos.
Francis, muy grande lo de Flavia; además, no he leído nada de ella y al ver su blog se me ha abierto el apetito. Ah, y yo también quiero conocer a Jaqueline Bisset, pero te la dejo a cambio de Catherine Deneuve. Aunque, pensándolo mejor, no sé para qué porque no sabría qué decir.
Un saludo!!
Ah, y yo conozco también a otro escritor, fue profesor mío y todo. Aún no es demasiado conocido fuera de Albacete pero sólo es cuestión de tiempo. Es Eloy M. Cebrián, y espero con muchas ganas a que me deje su último libro, Los fantasmas de Edimburgo (aún no publicado), que ha sido finalista del último Premio Herralde.
VILA-MATAS EN BABELIA
http://www.elpais.com/articulo/semana/sente/llore/elpepuculbab/20071117elpbabese_1/Tes/
Impresionante documento. Divertidísimo es leer esta crónica como divertidísimo fue co-protagonizarla. :-) Y atenazante, quieras que no...
Por cierto, así que soy "simpatiquísima", así superlativa y esdrújula, jejeje. La verdad es que yo nunca me habría definido mejor :-D
Ah, y justo Vila-Matas habla hoy en Babelia del libro que estoy leyendo! Increíble.
Gracias por el enlace, Francis, y por tus palabras, Cristina. Y me quedo corto con lo de superlativa y esdrújula, los interesados pueden pedirme tu número y comprobarlo personalmente :P
Ah, y es genial!! Otra gran coincidencia vilamatiana. No podía ser menos...
Un saludo!
Estupendo relato sobre la conferencia a la que, por desgracia, no pude asistir por culpa del exceso de trabajo. Si ya lo lamentaba, después de leer esta magnifica crónica, lo siento mucho más. Espero que haya otra ocasión para ver al gran Vila-Matas y para comprobar si existe un Vila-Matas, muchos o sólo es un disfraz que usa Sergio Pitol para parecer más joven.
!Un saludo del Canibalibro!
Gracias Canibalibro!! Es una pena que no pudieras venir, tanto trabajo... :S
Pero ya habrá otra ocasión, y seguro que resulta aún mejor :)
Un saludo!!
No conozco nada de Vila Matas, pero la crónica podría ser perfectamente un cuento mágico. Me ha gustado mucho ver a Vila Matas por los ojos de alguien que le aprecia y le humaniza, dice mucho en su favor y en el tuyo.
Si algún día leo algo de él, será todo culpa tuya :-)
saludos y felicidades por estos buenos ratos.
Muchas gracias Anónimo, estos comentarios ayudan a continuar :)
Un saludo!!
Es curioso: hace un par de semanas me encontré con Vila-Matas, gabardina oscura y mirada hundida, a través de la ventanilla de un taxi. Esta vez estaba solo, atascado en la calle Gran de Gràcia de Barcelona.
Magnífico texto, daniel quinn.
Un saludo.
Jejeje, a este paso vamos a poder crear una red conspiratoria vilamatiana. Lo tenemos absolutamente controlado :P
Gracias Doncecilio! Un saludo!
Me ha dado mucho placer leer este encuentro, tan bien narrado sobre este grande de la literatura. Saludos!
comparto tu entusiasmo, excelente post!
Muchas gracias Víctor!!
Publicar un comentario