
Por muchas semejanzas que hubiera entre Match point y Delitos y faltas, una característica decisiva las convertía en gemelas irreconciliables. Entre ambas obras se percibe, fundamentalmente, un cambio de tono que se deriva de una visión más desconfiada y oscura de la existencia, como si no quedara resquicio de esperanza y las dos caras de la moneda señalaran el triunfo de la vileza como única alternativa a la muerte. Han pasado muchos años desde aquel 1979 en que Mariel Hemingway hiciera una importante recomendación a Woody Allen antes de embarcar en el vuelo de Manhattan que la llevaría a Londres, diciéndole que debía de tener más fe en las personas. Hoy día, el susurro de Tracy apenas se escucha, y lo que parecía un sentimentalismo irredento en el cine de Woody Allen se ha transformado en una desconfianza abisal en la raza humana, en la que apenas se puede respirar por lo turbio de sus aguas.
El sueño de Casandra mantiene ese espíritu de Match point, con la que también comparte ciertos detalles e ideas de fondo aunque la exploración se realice en otra dirección. La vileza parece continuar siendo la única manera de triunfar y, en ese sentido, el diferente resultado en uno y otro film no es más que una cuestión de azar; sin embargo, muy sutilmente, Allen nos desliza una pequeña reflexión sobre la naturaleza del éxito, algo que el espectador sólo se plantea cuando el programa de acción se ve inesperadamnte truncado. En El sueño de Casandra, al Jonathan Rhys Meyers de Match point, metamorfoseado en Ewan McGregor, le aparece una molesta sombra moral en forma de su hermano Colin Farrel (con las connotaciones trágico-clásico-familiares que eso implica). Este hermano parece una plasmación más clara del espíritu dostoievskiano que recorre (a veces explícita, otras implícitamente) el cine más moral de Woody Allen, encarnando no sólo la angustia y el remordimiento de los personajes del ruso, sino también su inseguridad, sus vicios con el juego y su carácter inconsciente y maleable. La conclusión parece ser que una personalidad débil e inocente sólo puede igualar a otra fuerte y decidida con la ayuda de un azar al que también podemos llamar destino. Desde el inicio del metraje un pathos parece recorrer a los personajes, y todo parece marcado de manera que incluso el azar parece predeterminado. Esto enlazaría directamente con el título de la película, que nos remite a la griega Casandra, adivina condenada a que nadie la creyera. En la película aparece este personaje de manera velada, a través de la pareja de Farrel, cuyos augurios se cumplirán por un azar que tan sólo es aparente.
Todo es oscuro y turbio en El sueño de Casandra, pero esto no impide la percepción de una ironía soterrada, finísima, a la que incluso se hace alusión en una línea de diálogo. Allen prescinde del humor, pero se ríe silenciosamente de las ínfulas de grandeza, de la inocente voluntad gregaria y de la lucha de clases, haciendo partícipe de ello a los espectadores, quienes son conscientes de que los personajes están abocados a un futuro muy definido. La ironía siempre es peligrosa, pero ayuda a la creación de una atmósfera triste y trágica, que tumba por k.o. al espectador haciéndole salir del cine desmoronado, con una mezcla de miedo y trauma, pero también de plenitud y asombro.

Los recursos cinematográficos de la película son bastante más ricos de lo habitual en Allen, desarrollando una puesta en escena sobria y precisa (aunque sin renunciar a ciertos tics del cine clásico más hollywoodiense), utilizando el fuera de campo y la elipsis para dotar de mayor fuerza los momentos clave de la narración. Incluso se utiliza en alguna ocasión el montaje como arma arrojadiza para la transmisión de ideas, como un Godard tímido, y podemos pensar en la imagen de los hermanos conduciendo el coche en dirección al infierno en contrapunto con dos padres a los que sólo une la sensación de precariedad filial. Al igual que en Match point, pero de manera distinta, Allen nos da una clase magistral de cómo filmar un asesinato, en este caso con una cámara sabia que se abre en el momento preciso y con una representación que camina al filo del abismo de lo ridículo sin llegar a caer en su pozo.
La película avanza imparable de principio a fin como el cuento moral que es, mostrándonos todos los resortes de la narración con la habilidad de quien ya no necesita esconder nada y quiere contar demasiado. La acción es propulsada por un barco que puede ser conducido por Caronte pero nos evoca a Highsmith, al tiempo que se nos inunda de breves y sutiles apuntes del desmoronamiento familiar, al mejor modo Allen, y se pasean sin llamar la atención las auténticas víctimas de la infamia, los que confían en ciertas personas con demasiada vehemencia como para vivir en tranquilidad.
Hace casi treinta años, el amor era para Woody el rostro inocente, dulce y sincero de Tracy; ahora el amor parece una transposición del deseo, una entelequia de cuya falsedad nadie puede dudar, una absurda sublimación encarnada por una mujer desquiciada por las apariencias, el egoísmo y la farándula. ¿Será el personaje de Hayley Atwell la misma Tracy curtida por los años?
Edito para añadir un enlace a la mejor crítica que he leído de la película, aunque me aterre un poco el medio del que viene...
El sueño de Casandra mantiene ese espíritu de Match point, con la que también comparte ciertos detalles e ideas de fondo aunque la exploración se realice en otra dirección. La vileza parece continuar siendo la única manera de triunfar y, en ese sentido, el diferente resultado en uno y otro film no es más que una cuestión de azar; sin embargo, muy sutilmente, Allen nos desliza una pequeña reflexión sobre la naturaleza del éxito, algo que el espectador sólo se plantea cuando el programa de acción se ve inesperadamnte truncado. En El sueño de Casandra, al Jonathan Rhys Meyers de Match point, metamorfoseado en Ewan McGregor, le aparece una molesta sombra moral en forma de su hermano Colin Farrel (con las connotaciones trágico-clásico-familiares que eso implica). Este hermano parece una plasmación más clara del espíritu dostoievskiano que recorre (a veces explícita, otras implícitamente) el cine más moral de Woody Allen, encarnando no sólo la angustia y el remordimiento de los personajes del ruso, sino también su inseguridad, sus vicios con el juego y su carácter inconsciente y maleable. La conclusión parece ser que una personalidad débil e inocente sólo puede igualar a otra fuerte y decidida con la ayuda de un azar al que también podemos llamar destino. Desde el inicio del metraje un pathos parece recorrer a los personajes, y todo parece marcado de manera que incluso el azar parece predeterminado. Esto enlazaría directamente con el título de la película, que nos remite a la griega Casandra, adivina condenada a que nadie la creyera. En la película aparece este personaje de manera velada, a través de la pareja de Farrel, cuyos augurios se cumplirán por un azar que tan sólo es aparente.
Todo es oscuro y turbio en El sueño de Casandra, pero esto no impide la percepción de una ironía soterrada, finísima, a la que incluso se hace alusión en una línea de diálogo. Allen prescinde del humor, pero se ríe silenciosamente de las ínfulas de grandeza, de la inocente voluntad gregaria y de la lucha de clases, haciendo partícipe de ello a los espectadores, quienes son conscientes de que los personajes están abocados a un futuro muy definido. La ironía siempre es peligrosa, pero ayuda a la creación de una atmósfera triste y trágica, que tumba por k.o. al espectador haciéndole salir del cine desmoronado, con una mezcla de miedo y trauma, pero también de plenitud y asombro.

Los recursos cinematográficos de la película son bastante más ricos de lo habitual en Allen, desarrollando una puesta en escena sobria y precisa (aunque sin renunciar a ciertos tics del cine clásico más hollywoodiense), utilizando el fuera de campo y la elipsis para dotar de mayor fuerza los momentos clave de la narración. Incluso se utiliza en alguna ocasión el montaje como arma arrojadiza para la transmisión de ideas, como un Godard tímido, y podemos pensar en la imagen de los hermanos conduciendo el coche en dirección al infierno en contrapunto con dos padres a los que sólo une la sensación de precariedad filial. Al igual que en Match point, pero de manera distinta, Allen nos da una clase magistral de cómo filmar un asesinato, en este caso con una cámara sabia que se abre en el momento preciso y con una representación que camina al filo del abismo de lo ridículo sin llegar a caer en su pozo.
La película avanza imparable de principio a fin como el cuento moral que es, mostrándonos todos los resortes de la narración con la habilidad de quien ya no necesita esconder nada y quiere contar demasiado. La acción es propulsada por un barco que puede ser conducido por Caronte pero nos evoca a Highsmith, al tiempo que se nos inunda de breves y sutiles apuntes del desmoronamiento familiar, al mejor modo Allen, y se pasean sin llamar la atención las auténticas víctimas de la infamia, los que confían en ciertas personas con demasiada vehemencia como para vivir en tranquilidad.
Hace casi treinta años, el amor era para Woody el rostro inocente, dulce y sincero de Tracy; ahora el amor parece una transposición del deseo, una entelequia de cuya falsedad nadie puede dudar, una absurda sublimación encarnada por una mujer desquiciada por las apariencias, el egoísmo y la farándula. ¿Será el personaje de Hayley Atwell la misma Tracy curtida por los años?
Edito para añadir un enlace a la mejor crítica que he leído de la película, aunque me aterre un poco el medio del que viene...