sábado, agosto 11, 2012

Minnie and Moskowitz (1971). Cassavetes contra el cine clásico


Seymour Moskowitz adora a Humphrey Bogart.
 

Minnie Moore adora a Humphrey Bogart.


El cine clásico es su evasión, su modo de huir de la rutina, su respiro cotidiano. Ambos lo necesitan para soñar, para aliviar la soledad, para saber que existe algo mejor que lo que ellos viven, para tener un objeto de identificación y un objeto de deseo. Pero también tiene su cara oscura.

Porque el cine clásico los colocó en el disparadero, estimuló su imaginación, sus ambiciones. Jugó con sus expectativas vitales, y pocas cosas hay más peligrosas que jugar con las expectativas.

Él se vio sumergido en la impotencia masculina de no ser como los héroes, de no ser Humphrey Bogart, de no poder  silbar para invocar a la chica de sus sueños, de salvar de una agresión a esa chica de sus sueños y que esta no cayera rendida a sus pies. Nunca podrá ser Humphrey Bogart, y de ahí procede su frustración, su rabia, su agresividad. El cine clásico como frustrada identificación.

Ella vivió el cuento de hadas machista que le prometió el cine clásico, buscando a su Humphrey Bogart, a su Charles Boyer, buceando en la frustración de una neurosis histérica, dándose cuenta de que el edulcorado y bonito machismo del cine clásico nada tenía que ver con el agresivo machismo de la vida cotidiana. No existe un Charles Boyer, no existe un Humphrey Bogart. El cine clásico como frustrado objeto de deseo.


Seymour sale de ver El halcón maltés y sueña ser Humphrey Bogart. Entra en el bar y se encuentra con un conversador agresivo, una realidad sucia. El cine clásico se hace añicos en la calle.

Minnie sale de ver Casablanca y, después de la conversación con su amiga, la espera en casa su amante casado, que le tiene reservada una paliza. El machismo cruza la pantalla, el príncipe azul se torna oscuro. El cine clásico, una vez más, se hace añicos, muestra su cara oculta, revela su trampa, pero esta vez en la intimidad de una casa.

El cine clásico como motor de frustración tanto del objeto de identificación como del objeto de deseo. El cine clásico como tapadera de estrellas, escondiendo defectos, resaltando virtudes. Lo difícil es fácil, la vida se sueña ligera.

Seymour y Minnie van por fin al cine juntos. Se escucha la voz de Humphrey Bogart mientras él compara a Minnie con Lauren Bacall. ¿Es posible encontrar la felicidad? Si lo fuera, nos dice Cassavetes en este personal cuento de hadas, la única vía es rebajar las expectativas, vivir en otro como en nosotros mismos. Ser indulgentes con nuestro Yo y con el Otro. Aprender a escuchar y a escucharnos. Por eso Cassavetes centra los contraplanos en quien escucha mucho más que en quien habla. Minnie busca ser amada cuando debería preocuparse en amar. Seymour busca ser un héroe cuando debería convertir en heroína a quien tiene enfrente. 


Seymour, al final, necesita engañarse para sobrevivir, engañarse igual que nos engaña el cine clásico, y soñar con que es Humphrey Bogart y ha logrado conquistar a su Lauren Bacall. La mujer como trofeo. Desgraciadamente, ella, cómplice, sonríe. ¿Instinto de supervivencia o problema cultural? ¿Posibilismo, inteligencia emocional, o traición a unos principios? ¿Son nuestras vidas los reversos oscuros de un cine imposible, el cine del Hollywood clásico?

¿No es la única forma de amar el cine clásico aprender a odiarlo?

4 comentarios:

Sergio Sánchez dijo...

Bueno, todo eso totalmente cierto, pero no es exclusivo del cine clásico. Yo llevo tiempo diciendo que me sorprende que en muchas películas consideremos triste o resignado que el protagonista o la protagonista no se quede con el pirado o pirada de turno, que tiene todos los números para hacerle infeliz, y finalmente acabe en brazos de una persona mentalmente equilibrada que le va a querer y con la que casi con total seguridad le va a hacer feliz. No hace mucho hemos tenido un grandioso film USA en mente de todos donde sucedía eso exactamente, ejem, y todos los espectadores estremecidos de la pena. ¿Por qué?.

Glorificamos unos modelos afectivos que o bien jamás querríamos para nosotros mismos o bien nos tienen sumidos en la más absoluta de las miserias emocionales. Vivimos la fantasía romántica de "curar al otro" y la preferimos antes que hacernos responsables de nuestra propia felicidad, que es la mejor manera de hacer feliz al otro. Es como una especie de síndrome de "redención de la prostituta", como si viviéramos siempre en "La dama de las camelias".

Influencia de un cine donde se planteaban dilemas entre el corazón y la cabeza que en la vida real no suelen tener sentido y sólo significan verdaderamente dilemas entre un carácter autodestructivo y un carácter inteligente deseoso de estabilidad emocional y felicidad.
No es simplemente enamorarse de quien se enamora de nosotros, es enamorarse de quien no nos hace sufrir. Suena mucho a rollo Bucay, pero quién puede decir que no es cierto, jeje...

Un saludo

Daniel Quinn dijo...

Gracias por el jugoso comentario, Sergio. Estoy totalmente de acuerdo, seguimos viviendo del amor fantasmático del romanticismo, quizás también unido a una cierta tradición cristiana a la que gusta relacionar el sufrimiento con lo sublime, lo bueno con el esfuerzo, y despreciar aquello que es más funcional, más nórdico, menos épico. El sacrificio y el sufrimiento venden, y en nuestra vida cotidiana, 40 años después de Minnie y Moskowizt, medio siglo después de la defunción del cine clásico, sigue triunfando en nuestro día a día... Sigue siendo más ejemplar aquel que sufre, en el amor y en cualquier cosa, y si además somos capaces de redimir a alguien como hacía Jesucristo (sufrir y redimir, eran sus dos verbos) y llevarlo por el "buen camino"...

En fin, supongo que el cambio de coordenadas desde el que mirar el mundo es muy complicado, habrá que pensar estrategias más allá de los Bucay y compañía, jeje ;)

Un abrazo!

Mario Salazar dijo...

No creo que el cine nos engañe, o se es muy inocente si se cree que los clásicos son más que parte de un romanticismo escénico, como suelen decir de los cuentos de princesas y caballeros, es una fantasía, que deriva en crear sueños y eso siempre es bueno, se toma como un ideal y este no siempre va con la realidad, o a menudo sucede que no es así, lo que me gusta del cine es como se suele decir, que crea imágenes de las que a veces no tendremos oportunidad de vivir, experimentas a través del ecran. El cine no sirve necesariamente como manual aunque da pautas muchas veces, no creo que sea solo una ficción inutil pero tampoco hay que dejar de entenderlo como arte y el arte es mucho más que pedestre u ordinario, quizás no llega la chica linda, ni seamos héroes pero podemos idealizarlas y buscar algo muy parecido en la vida, no sé, no veo tanta complicación salvo que pongamos todas nuestras esperanzas en el cine y ahí venga la desilusión, el cine es estar dentro un rato y luego volver al mundo, así debe verse. interesante tu post para reflexionar y la recomendación de una buena película. Saludos.

Daniel Quinn dijo...

Totalmente de acuerdo; la idea era esa, reflexionar un poco sobre ciertos clichés, a menudo subliminales, que nos introduce el cine :)

Gracias por el comentario y un saludo