
-¿Hola?
-Hola Dan.
-¿Wendy? Dejame apagar el Tv. ¿Donde estás?
-En Oregón.
-¿Sola?
-Sí, algo así.
-¿Y qué pasa?
-Nada, solo llamo...
-¿Nada?...
-El coche se averió. Y hay algo malo... Lucy está perdida.
(Entra la hermana en la conversación, cogiendo otro teléfono)
-¿Quien es esa?
-Tu hermana, su coche se averió en Oregón.
-Hola Deb.
-¿Y que quiere que hagamos por ella?
-Nada... Sólo llamo.
-Sólo está llamando.
-Pues no podemos hacer nada. No sé qué es lo que quiere.
-No quiero nada, sólo llamo.
-No puedo seguir en el telefono. Hablamos luego. Adios cariño. ¿Está todo bien?
-Si, todo está bien.
-Ya está oscureciendo, así que te llamo luego.
-Está bien.
-Todo estará bien, nos vemos.
-Sí, nos vemos, adiós.
-Adiós.
Sólo esta modesta escena de Wendy y Lucy es mucho más incisiva y dice mucho más acerca de los problemas de fondo del estamento familiar estadounidense que la última película de Sam Mendes, Revolutionary Road, en todo su metraje.
En ambos films se percibe un herencia similar, la de ese realismo sucio norteamericamo que intenta escarbar en las miserias y los sueños frustrados y que dieron tan buenos resultados en un cierto tipo de literatura. Revolutionary Road intenta asimilar esta herencia directamente, yendo a los orígenes, a esa obra Richard Yates que anticiparía la mirada de los que llegaron después. Wendy y Lucy nos recuerda más directamente a Raymond Carver, esa desazón, ese vacío, y nos muestra enormes panorámicas íntimas a través de un detalle, como puede ser la referida conversación telefónica.

La película de Sam Mendes tiene buenas intenciones, pero intenta ser demasiado importante y llega a lastrar casi todos sus logros. Por ejemplo, uno de los mejores momentos de la película, cuando Kate Winslet encuentra la foto parisina de su marido y se desencadena el motor de la trama, queda estropeado por el inmediato flashback que intenta explicar lo que pasa por la cabeza de la protagonista subrayando lo que cualquier espectador mínimamente atento ya sabía. Momentos así existen dispersos por todo el metraje, de modo que algo que parecía y podía haber sido profundo sutil acaba en el cajón desastre del cine hollywoodiense, incorporando sus clichés y algunas de sus peores armas. No hay más que pensar en lo peor de la película, el vergonzoso personaje interpretado por Michael Shannon, que parece el propio Sam Mendes explicando la película una vez más no vaya a ser que alguien no la haya entendido.

Por contra, en Wendy y Lucy, Kelly Reichardt no comete ninguno de estos errores y consigue que su película convierta una mínima trama argumental en una poderosísima mirada sobre la soledad, la América profunda, y la condición humana en general. Con un estilo impecablemente preciso, capaz de hacer corpóreo el propio poder de la tierra y de una determinada geografía urbano-rural, la directora estadounidense recoge la mejor herencia de cineastas como Jim Jarmusch y la más pura esencia del minimalismo literario de Raymond Carver.
Y tanto que se está hablando de Kate Winslet y su correcta interpretación en Revolutionary Road, da un poco de pena que pase desapercibida la sobrenatural actuación de Michelle Williams en Wendy y Lucy, de quien se rumoreó una posible nominación al Óscar que, como era de esperar, se ha quedado tristemente en el aire.
Revolutionary Road, a pesar de todos sus defectos, es una película interesante, con momentos que llegan a ser sutiles para estar hechos dentro del establishment hollywoodiense. Wendy y Lucy, por contra, es una obra imprescindible, la otra cara de la moneda.
