lunes, diciembre 08, 2008

Centenario de Oliveira (IV). 1997-2008

Buscando las raíces (1997)

Después de dos pequeñas pero prodigiosas obras de cámara como El convento y Party, Oliveira se atrevió con una película más abierta y muy personal, Viaje al principio del mundo (Viagem ao Princípio do Mundo, 1997), en la que Mastroianni encarnó, en su última aparición en la gran pantalla, al alter ego del director portugués. Como queda claro ya desde el título, la película se embarca en un viaje a través del Portugal más profundo, por sus pueblos y sus gentes olvidadas, allí donde la "incultura oficial" se entremezcla con una sabiduría popular que busca en las esencias toda la base de nuestra civilización. La película se centra en la búsqueda de las raíces, pero no sólo de la civilización, sino también del individuo y de la propia memoria, abriendo surcos entre los países y ofreciendo una conmovedora visión de la vida y la muerte. Después de La caja, Viaje al principio del mundo supone una nueva incursión de Oliveira en las clases más bajas, contraponiendo la visión cáustica y pícara de aquella con la mirada serena, elegíaca y profundamente respetuosa de esta última. Porque para mostrar el pasado basta con mirar atrás la carretera desde el coche del presente y evocar sin gestos, sin palabras, sin maldad. ¿Y qué es la vejez sino la capacidad de aceptar que ya no puedes alcanzar de un salto la flor del árbol que crece en tu jardín?

Gravedad y ligereza (1998-2000)

En Inquietud (Inquietude, 1998), Oliveira vuelve a sus temas favoritos, la literatura, el teatro, la creación y las escenas de interiores a través de una arriesgada propuesta que puede hacer las veces de compendio de toda una parte de su obra. Pero ante todo, el director portugués continua el trabajo de su anterior película reforzando una cierta visión sobre la muerte, alejándose del tono naturalista de Viaje al principio del mundo para volver a la idea de representación que ha sobrevolado toda su carrera con una cinta estilizada a la manera de Mi caso o Los caníbales. En esta ocasión, Oliveira engarza hábilmente tres historias en un núcleo común, y la densidad del texto no supone un lastre a la hora de hablar de un tema tan difícil de abordar como el de la búsqueda de la inmortalidad, ya sea a través de la creación, del amor o del recuerdo del pasado. No obstante, sí pueden apreciarse en esta película algunos síntomas de agotamiento del tema que tanto juego le ha dado siempre.

Después de una película densa como Inquietud, Oliveira realizó uno de sus melodramas románticos más ligeros y accesibles al público, al tiempo que no descuida en ningún momento sus temas, la profundidad de los diálogos o el impecable rigor de las formas. La carta (A carta, 1999) presenta un juego sutil entre el pasado y el presente, situando a un moderno cantante pop, Pedro Abrunhosa, en un ambiente aristocrático, antiguo, tan ridículo como aquello que intenta sobrevivir a toda costa fuera de su tiempo y se resiste a su desaparición. La ironía recorre la película de principio a fin, y vuelve a presentar una serie de retablos que enlazan una acción que transcurre en los intertítulos. La elegancia y la sutileza con que se presenta este contraste hace que ver esta película sea una auténtica delicia, convirtiéndola, probablemente, en una de las más indicadas para quien quiera iniciarse en el mundo del director portugués.


El rigor histórico y la exigencia al espectador vuelven a incrementarse en la película con que Oliveira abre el siglo XXI. Palabra y utopía (Palavra e utopia, 2000) vuelve a interesarse en el mundo religioso y filosófico dibujado por el padre Antonio Vieira, jesuita portugués del siglo XVII que ya había aparecido indirectamente en anteriores obras del director, como No, o la vanagloria de mandar. La película resulta tremendamente ambiciosa, por el contenido del texto, sus visiones sobre la historia, la religión, la estética y el arte, y por su voluntad totalizadora, que abarca desde la juventud hasta la muerte del protagonista, cuya muerte es representada con la fuerza y el desapego material que sólo sería imaginable en un director como Robert Bresson, en un marco abigarrado y denso que gustaría a un Visconti que fuera capaz de mirar a su alrededor con la ironía de quien ya no tiene nada que jugarse.

Sobria nostalgia (2001)

La nostalgia vuelve a emerger en las dos siguientes películas de Oliveira, sutiles y susurradas, ligeras y aparentemente menores, pero que son capaces de mostrar una lucidez que sortea un sentimentalismo en el que sería muy fácil caer. Oporto de mi infancia (Porto da minha infância, 2001) traza un recorrido a través de la memoria emocional del director, que reflexiona sobre pasado y presente jugando con el punto de vista, la representación y la fabulación. El diálogo constante que se establece entre los recuerdos reales y los recuerdos inventados resulta fascinante y evocador, exterminando el concepto de certeza. Por su parte, Vuelvo a casa (Je rentre à la maison, 2001) también es una mirada nostálgica, pero no desde la vejez hacia el pasado, sino desde la vejez hacia la misma vejez. Con un argumento que en otras manos haría derramar kilómetros de rímel en lágrimas (muerte de familiares, vejez, nietos y abuelos...), la sabiduría de Oliveira impone una sobriedad que no va reñida con la emoción, y nos muestra una especie de elegía íntima de sí mismo. Estrenada en Francia un día después de los atentados del 11-S, dos semanas más tarde en España, la película resulta profética en tanto en cuanto muestra la manera en que el orden y la rutina pueden ayudar a asimilar la catástrofe de la pérdida, en este caso de carácter personal. Rodada con la elegancia que otorga una ciudad como París, Oliveira mantiene el diálogo cine-teatro-vida para abrir el nuevo milenio desde la torre Eiffel, símbolo entre los símbolos de la civilización occidental, al tiempo que muestra la serenidad que la vejez otorga para enfrentarse a los contratiempos y revisa irónicamente los estilos y formas de vida modernas y tradicionales. Vuelvo a casa es una de las películas más ligeras de toda su filmografía, pero no pierde un ápice de peso o trascendencia, ni en el contenido, ni en las referencias, ni en las formas. Elogio del detalle y de la supervivencia minimalista.


Melodrama, teatro, historia, búsqueda... (2002-2008)

El principio de la incertidumbre (O princípio da incerteza, 2002), mantiendo el tono ligero y profundamente irónico de sus melodramas familiares resulta, sin embargo, mucho más ambiciosa de principio a fin. Historia de enredos familiares y sentimentales que podría dar lugar a una telenovela barata, Oliveira demuestra que con cualquier argumento se puede hacer una obra maestra. Después de El convento, el demonio vuelve a aparecer en esta película como encarnación del elemento desestabilizador, y Oliveira se sirve de él para diseccionar unas maneras de sentir que traspasan clases sociales y cruzan espadas con las costumbres mostrando el anacronismo de una determinada forma de vida. Si bien en esta película no entra en juego directamente el mundo del teatro o el cine, sí se configura todo el argumento y su puesta en escena como una gran representación, algo fundamental en ese aristócrata mundo de apariencias en el que poco importa la auténtica esencia de las cosas. De este modo queda en primera línea el gran tema oliveriano, y la película fluye durante sus 132 minutos con ese contraste entre densidad y ligereza tan importante en buena parte de las películas del director portugués.


La siguiente obra de Oliveira, Una película hablada (Um filme falado, 2003), se aleja de ese intimismo tratado en sus últimas películas para volver a sus visiones sobre la historia, la civilización y la vida, tratando temas generales con un didactismo rosselliniano, en la línea de Palabra y utopía o No, o la vanagloria de mandar. Habitualmente tratado como su film post 11-S, la ironía sigue presente, especialmente en un final dinamitador, y en esa idea de cruce de lenguas y culturas que dieron lugar a una civilización europea que casi siempre parece acordarse de sus logros pero nunca de sus defectos y sus terribles pecados.


Y esa utopía del perfecto imperio aglutinador de culturas es la que refleja El quinto imperio (O quinto império-Ontem como hoje, 2004), cuya imagen, a pesar de estar situada en el siglo XVI, durante el reinado del rey Sebastián I de Portugal, puede verse como un trasunto de los gobernantes de todas las épocas, como ya explicó el propio Oliveira en su anterior No, .... Aquí se incide, con un rigor y una densidad a las que no volvía desde Palabra y utopía, en la incapacidad y la ambición de los gobernantes que, iluminados por su propio ego, llevan el barco al naufragio y la civilización al desastre. Dividida en dos partes, la segunda de ellas es un sueño en el que el protagonista establece una deslumbrante batalla dialéctica e interpretativa con el profeta encarnado por el fundamental Luis Miguel Cintra. La locura y sus límites, vista a través de la supuesta heroicidad del sacrificio y sólo salvable por la necesidad de escuchar, comprender y renunciar a uno mismo.

Tras las dos últimas películas, la vuelta al melodrama, de la mano de Agustina Bessa-Luís, resulta plenamente satisfactoria en otra obra rural relacionada con El principio de la incertidumbre, Espejo mágico (Espelho magico, 2005): la lucha de clases y el poder de la religión y el dinero son los dos motores que mueven en mundo. Del mismo modo, hay una cierta continuidad con sus películas "históricas" o de "dirigentes", y se puede establecer un claro paralelismo entre el poder y el dinero, y la forma en que ambas circunstancias condicionan la manera de enfrentarse al mundo y hacen al individuo creerse en posesión de una verdad más elevada. ¿No será la duda la única realidad, la única certeza, precisamente por ser consciente de su propia condición?. La religión, por último, quedaría en medio, puesto que la fe suele ser la mejor excusa para justificar cualquier reacción o comportamiento. Y no es necesario irse a otros países ni a otros siglos para verlos.

El Oliveira buñueliano vuelve en su forma más explícita después de algunos años en que esa vertiente de su cine parecía haberse suavizado de alguna manera. En Belle toujours (Belle toujours, 2006) Oliveira plantea una posible continuación del Belle de jour de Buñuel cuarenta años después de aquella, pero, consecuentemente y con humildad, Oliveira no intenta enmendar la plana a Buñuel, y niega una reinterpretación del film del director aragonés, limitándose a buscar los puntos de contacto entre el mundo de Buñuel y el suyo propio, alcanzando en poco más de una hora y en una película aparentemente menor unos resultados extraordinarios. Menos buñueliana en la forma que algunas de sus películas más antiguas (la forma es demasiado exquisita y repulida, muy parisina, al estilo de "Vuelvo a casa"), Oliveira parece pasárselo en grande con sus jugueteos dialécticos y el espectador disfruta de una obrita perfecta, en la que cada detalle es fundamental, y cuyos guiños y homenajes a su película madre no le hacen perder fuerza. Oliveira no pretende que Belle toujours tenga entidad propia, y en ese sentido plantea una obra postmoderna, consciente de su tiempo y de que su espectador tiene el bagaje cultural necesario para enfrentarse a ella. El respeto al espectador, otro elemento clave del cine del director portugués.


La última película estrenada hasta el momento de Manoel de Oliveira (a la espera de Excentricidades de una chica rubia, en fase de rodaje, y El extraño caso de Angélica, en preproducción) resulta elocuente ya desde su mismo título: Cristóbal Colón. El enigma (Cristóvão Colombo - O Enigma, 2007). Oliveira vuelve con una lección de historia y expone sus ideas sobre la necesidad de la curiosidad y la investigación como acicate al progreso. El propio director, junto con su mujer, protagoniza buena parte del film, que recorre las andanzas de un matrimonio (primero en su boda y después en la vejez) cuyo impulso vital viene dado por la investigación acerca de los orígenes de Cristóbal Colón, de quien se intenta demostrar que era portugués. Lo que parece una anécdota sin demasiada importancia sirve para revitalizar viejas ideas del cineasta portugués, como esa escala de valores que hace que la importancia de una nación o una cultura esté en sus logros artísticos o sus descubrimientos geográficos, científicos, etc. Con todo ello, la película realiza un viaje transoceánico, que intenta unir las dos orillas de la civilización occidental, Europa y Estados Unidos, que también es un viaje vital hacia los orígenes, que no se puede realizar sino en compañía de aquella persona con la que se ha recorrido un ciclo de décadas de vida. El resultado es conmovedor y tan auténtico que el espectador olvida si lo que está viendo es una obra de ficción, una autobiografía, un ensayo, un reportaje, una crónica de viajes o una investigación experimental sobre los límites de la imagen y la palabra como portadores de conocimiento.


6 comentarios:

Ariel Luque dijo...

Sería fantastico poder tener en mi poder la coleccion completa de la filmografia de este gran maestro! Me voy a poner en campaña jaja. Un abrazo grande y excelente repaso por los ultimos films de Oliveira!

Ariel.

Daniel Quinn dijo...

Gracias por el comentario Ariel! Ya sólo quedan tres días para que el hombre sea centenario... :)

Un abrazo!

Carles Matamoros dijo...

Muchas gracias por tus entradas Daniel. He estado metido en el ciclo de la filmo de Barcelona y, en toda la red, no he encontrado valoraciones tan justas como las tuyas. Lástima que me haya perdido unas cuantas de Oliveira. De las que he visto, casi todas me han llegado y emocionado. Aunque La Caja (por descompensada)e Inquietud (por su excesiva densidad) no me han convencido del todo.

Mis Oliveiras preferidos son, por ahora, El dia de la desesperación, El Convento, Viaje al principio del mundo y Una película hablada. Pero me quedan unas quince por ver...o sea que todo está abierto.

Aunque lo apasionante es descubrir la aplastante lógica de toda su filmografía, el legado enorme que nos está dejando alguien que no debería nunca para seguir recordándonos de dónde venimos y a donde vamos.

Saludos,
Carles

Tomás dijo...

Muy intrigante en "Vuelvo a casa", proyectada esta noche, el uso del fuera de campo y, sobretodo, del plano sonoro de algunas escenas, como la vida misma.

Tomás

abbascontadas dijo...

Deberías dedicar un comentario a la conexión Oliveira-Bessa Luis, y a esa manera única de filmar esos argumentos delirantes de los que nos enteramos en una conversción, mientras el dire se dedica a sus secuencias sublimemente banales.
El otro día descubrí que Cátedra tiene traducido un libro del padre Antonio Vieira, que yo pensaba qe era un invento de Pessoa.
Y resulta que la peli que ya está rodando tiene producción española, Luis Miñarro, que no para tras Serra, Guerín y Lisandro Alonso.
Saludos!

Daniel Quinn dijo...

¡De nada Carles!, faltaría más... :) Estoy de acuerdo en lo de La caja; una vez vistos todos sus largometrajes me parece la película más floja de Oliveira. Una de mis mayores fue El convento, porque no sé por qué razón iba con la idea de que sería una obra menor, como de recreo, y luego me encontré con algo inmenso, de lo mejor. Y su legado, como bien dices, es casi inabarcable (y lo que le queda aún...)

Tomás, toda la razón. En Vuelvo a casa es paradigmático el plano del zapato de Piccoli, como lo es el plano de la rueda en O dia do desespero.

Abbas, tienes toda la razón, me parece una de las características fundamentales del cine de Oliveira (de lo que creo que no fui consciente hasta que vi Francisca), aunque no había pensado que se ciñera únicamente a sus películas con Bessa-Luis. Lo meditaré :). Aunque para lo del artículo creo que se me han acabado las fuerzas, menos mal que ya llegan las vacaciones y que tengo muchos días :)

Gracias a todos y un saludo!