Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonías?
Estos ajedrecísticos versos de Borges pueden darnos las claves de la última novela de Paul Auster, un ejercicio metaliterario, juguetón, que parece devolvernos al autor existencialista de sus inicios. Si de algo sirve esta obra, desde luego, es para quitarnos la idea últimamente difundida de Auster como fenómeno comercial o mediático (que también), para recordarnos que es un autor comprometido con su propio mundo, que supedita las ventas a sus inquietudes personales en todo momento. Viajes por el Scriptorium, como ya se ha dicho en muchos medios, es una novela perturbadora, quizás narcisista, no tan experimental como se comenta, pero muy interesante porque profundiza en los temas que el autor de Brooklyn siempre ha planteado, y los retuerce extrayéndolos de pequeñas reflexiones y paradojas que van apareciendo a lo largo del texto.
Desde un principio se nos muestra a un hombre, Mr. Blank (Auster sigue utilizando los nombres alegóricos) encerrado en una habitación como si fuera uno de los protagonistas de El ángel exterminador, y recibe las visitas de los personajes de sus novelas (las de Auster), a los cuales no recuerda, desatando en su interior una reacción visceral y esclarecedora con cada uno de ellos.
Durante todo el libro planea la sombra de Beckett y Kafka, como ocurría especialmente en sus primeras obras: La trilogía de Nueva York, El país de las últimas cosas, La música del azar..., y trata la relación artista-criatura como si se tratara de una relación paterno-filial, otra de sus obsesiones perennes.
Después del optimista y luminoso Brooklyn Foolies, Auster nos sorprende por terrenos más oscuros, suscitando una reflexión metaliteraria más que interesante, angustiándonos a la espera de su Godot particular, y estimulando nuestra inteligencia, a pesar de no poder acercarse a las cotas maestras de su trilogía neoyorquina.
De lo que no hay duda es de lo que este libro nos ha hecho (y hará) disfrutar a todos los que hemos amado las obras de Auster, volviendo a encontrarnos con algunos de sus personajes más míticos (aunque he echado en falta alguno imprescindible). Sin embargo, no estamos ante un libro redondo ni mucho menos, y seguramente quede en un segundo plano de su bibliografía, especialmente para aquellos que abandonaron a Auster tras darse cuenta de que siempre escribía la misma novela. No les falta razón, pero yo sigo devorando y disfrutando sus nuevas creaciones sean cuales sean las referencias. Las mínimas variaciones con que poco a poco completa su visión del mundo me resultan más que suficiente.
Estos ajedrecísticos versos de Borges pueden darnos las claves de la última novela de Paul Auster, un ejercicio metaliterario, juguetón, que parece devolvernos al autor existencialista de sus inicios. Si de algo sirve esta obra, desde luego, es para quitarnos la idea últimamente difundida de Auster como fenómeno comercial o mediático (que también), para recordarnos que es un autor comprometido con su propio mundo, que supedita las ventas a sus inquietudes personales en todo momento. Viajes por el Scriptorium, como ya se ha dicho en muchos medios, es una novela perturbadora, quizás narcisista, no tan experimental como se comenta, pero muy interesante porque profundiza en los temas que el autor de Brooklyn siempre ha planteado, y los retuerce extrayéndolos de pequeñas reflexiones y paradojas que van apareciendo a lo largo del texto.
Desde un principio se nos muestra a un hombre, Mr. Blank (Auster sigue utilizando los nombres alegóricos) encerrado en una habitación como si fuera uno de los protagonistas de El ángel exterminador, y recibe las visitas de los personajes de sus novelas (las de Auster), a los cuales no recuerda, desatando en su interior una reacción visceral y esclarecedora con cada uno de ellos.
Durante todo el libro planea la sombra de Beckett y Kafka, como ocurría especialmente en sus primeras obras: La trilogía de Nueva York, El país de las últimas cosas, La música del azar..., y trata la relación artista-criatura como si se tratara de una relación paterno-filial, otra de sus obsesiones perennes.
Después del optimista y luminoso Brooklyn Foolies, Auster nos sorprende por terrenos más oscuros, suscitando una reflexión metaliteraria más que interesante, angustiándonos a la espera de su Godot particular, y estimulando nuestra inteligencia, a pesar de no poder acercarse a las cotas maestras de su trilogía neoyorquina.
De lo que no hay duda es de lo que este libro nos ha hecho (y hará) disfrutar a todos los que hemos amado las obras de Auster, volviendo a encontrarnos con algunos de sus personajes más míticos (aunque he echado en falta alguno imprescindible). Sin embargo, no estamos ante un libro redondo ni mucho menos, y seguramente quede en un segundo plano de su bibliografía, especialmente para aquellos que abandonaron a Auster tras darse cuenta de que siempre escribía la misma novela. No les falta razón, pero yo sigo devorando y disfrutando sus nuevas creaciones sean cuales sean las referencias. Las mínimas variaciones con que poco a poco completa su visión del mundo me resultan más que suficiente.
1 comentario:
Muchas gracias por el aviso, Gotardo! Siento no unirme a la propuesta, que parece muy interesante, pero ahora estoy con otras lecturas. De todos modos seguiré los comentarios.
El palacio de la luna es uno de mis Auster preferidos, un libro mágico y sublime, con personajes inolvidables, a medio camino entre la oscuridad de la Trilogía de Nueva York y la amabilidad de sus obras posteriores. Si alguien no lo ha leído,éste puede ser un gran momento.
Gracias a ti y un saludo. Volveré regularmente y con curiosidad a Lenguas de fuego :)
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