En este mes de baja actividad, la lista anual de Miradas de cine de mejores películas de una de las décadas de la historia de cine puede ser una buena excusa para volver a las andadas. Como siempre, 15 películas favoritas y 5 sobrevaloradas, aunque creo que elegiré sólo las favoritas.
Este verano es el turno de los años 40, una década que normalmente asociamos con la época dorada del Hollywood nutrido de inmigrantes europeos, cine negro-comedia-melodrama, como queda patente en mi lista, pero que presenta algunas aportaciones fundamentales en otros lugares del mundo. Seguramente, aparte de la consolidación del llamado cine clásico en Hollywood, la aportación más importante para la evolución del séptimo arte fue el nacimiento del neorrealismo italiano, de la mano del fundamental Rossellini (ya sabemos, no se puede vivir sin Rossellini), que abre el séptimo arte a la modernidad a partir de Ingrid Bergman y Stromboli, pero sin olvidar a De Sica o Visconti. Tampoco podemos olvidar la consolidación de Ozu y Mizoguchi en Japón, el buen momento del cine británico aun con Hitchcock exiliado (Reed, Lean, Powell/Pressburger...), la consagración (que no éxito) de Dreyer en Dinamarca, los últimos coletazos de Eisenstein en Rusia, la enorme figura de Welles en Estados Unidos (aunque me resisto a incluirlo en la lista) que suele ocultar a imprescindibles undergrounds como Maya Deren, la culminación del cinema de qualité en Francia con Los niños del paraíso de Carné o el exilio de Renoir, que nos privó de las películas de sus mejores épocas.
¿Y en España? Bueno, aquí teníamos a Neville, que no está nada mal para esas épocas de oscuridad. Seguro que más de uno ha ido en Madrid a la plaza de la Paja buscando la torre de los siete jorobados...
Me ha resultado tremendamente difícil hacer esta lista, que quizás peque de una cierta ingenuidad nostálgico-adolescente, pero éstas son las películas que nos hicieron empezar a amar el cine.
Este verano es el turno de los años 40, una década que normalmente asociamos con la época dorada del Hollywood nutrido de inmigrantes europeos, cine negro-comedia-melodrama, como queda patente en mi lista, pero que presenta algunas aportaciones fundamentales en otros lugares del mundo. Seguramente, aparte de la consolidación del llamado cine clásico en Hollywood, la aportación más importante para la evolución del séptimo arte fue el nacimiento del neorrealismo italiano, de la mano del fundamental Rossellini (ya sabemos, no se puede vivir sin Rossellini), que abre el séptimo arte a la modernidad a partir de Ingrid Bergman y Stromboli, pero sin olvidar a De Sica o Visconti. Tampoco podemos olvidar la consolidación de Ozu y Mizoguchi en Japón, el buen momento del cine británico aun con Hitchcock exiliado (Reed, Lean, Powell/Pressburger...), la consagración (que no éxito) de Dreyer en Dinamarca, los últimos coletazos de Eisenstein en Rusia, la enorme figura de Welles en Estados Unidos (aunque me resisto a incluirlo en la lista) que suele ocultar a imprescindibles undergrounds como Maya Deren, la culminación del cinema de qualité en Francia con Los niños del paraíso de Carné o el exilio de Renoir, que nos privó de las películas de sus mejores épocas.
¿Y en España? Bueno, aquí teníamos a Neville, que no está nada mal para esas épocas de oscuridad. Seguro que más de uno ha ido en Madrid a la plaza de la Paja buscando la torre de los siete jorobados...
Me ha resultado tremendamente difícil hacer esta lista, que quizás peque de una cierta ingenuidad nostálgico-adolescente, pero éstas son las películas que nos hicieron empezar a amar el cine.
- Los viajes de Sullivan (P. Sturges, 1941, EEUU)

La comedia que explica todas las comedias no es estrictamente una comedia. Es más bien la tragedia personal del propio Sturges, la terapia que sólo falló consigo mismo porque, probablemente, no terminaba de creer en ella, como suele pasarle a los genios. Fábula universal sobre la conciencia, Los viajes de Sullivan es mucho más que Veronica Lake.
- ¡Qué verde era mi valle! (J. Ford, 1941, EEUU)

Otra obra tremendamente personal del más brillante de los directores estadounidenses. Formidable díptico marxista que forma junto con Las uvas de la ira, preferida por algunos por ser más dura y menos melodramática. Yo me quedo con este canto elegíaco a los trabajadores de las minas irlandesas, a esas imágenes que Ford llena de un lirismo sobrecogedor, a esos encuadres capaces de expresar mucho más que cualquier engolado discurso. Apuesto algo a que a Malick le encanta esta película.
- Ser o no ser (E. Lubitsch, 1942, EEUU)

Brillante de principio a fin, para mí siempre fue la comedia perfecta, por su geométrico guión y la sutil y fascinante puesta en escena de Lubitsch. Hay quien dice que la gran comedia se construye sobre grandes dramas, y aquí tenemos un ejemplo inmejorable. Porque nos habla, como los grandes clásicos literarios, del gran teatro del mundo que es la vida, de la gran farsa que supone el amor, de la necesidad de desdramatizar para sobrevivir.
- Perdición (B. Wilder, 1944, EEUU)
Dice Woody Allen que Perdición es la película más perfecta jamás realizada (que no significa que la mejor), y no le falta razón. Raymond Chandler y Billy Wilder hacen saltar chispas con algunos de los mejores diálogos nunca escritos, y el director austríaco orquesta una puesta en escena oscura, que huele a madreselva de madrugada. Todos dan lo mejor de sí mismos en esta obra seca y concisa como la mejor novela negra, amarga y desconfiada con el género humano como las mejores obras de Wilder, con el punto de ironía que siempre colocó a Chandler por encima de Hammet en mis preferencias.
- Laura (O. Preminger, 1944, EEUU)

Nunca olvidaré la luz de esta película. Con razón Joseph LaSelle (director de fotografía, entre muchos otros clásicos, de El apartamento) fue uno de los más grandes, y Preminger aprovechó su extraordinario trabajo para imbuir el film de una maravillosa atmósfera de magnético romanticismo. Nunca la necrofilia fue tan limpia, ni el brillo de unos ojos tan triste como el de la mirada de Gene Tierny.
- Arsénico por compasión (F. Capra, 1944, EEUU)

La película menos acomplejada de Frank Capra. No tan personal como la magnífica ¡Qué bello es vivir! pero mucho más libre y espontánea dentro del encorsetado escenario. Arsénico por compasión o cómo una película tan teatral puede ser tan cinematográfica, cómo una interpretación tan histriónica puede ser tan apropiada, o cómo todos los defectos se vuelven virtudes cuando se respira la anárquica libertad que Capra sólo había experimentado en ¡Vive como quieras!
- Perversidad (F. Lang, 1945, EEUU)

Lang demuestra que el cine negro es una pesadilla después de haberlo pensado en La mujer del cuadro. Con un ritmo y una atmósfera que van creciendo en sordidez, heredando la mejor tradición de Kafka y Dostoievski, y mostrando las debilidades humanas con un moralismo tan retorcido que acaba consigo mismo. Lang es un maestro absoluto ruede en Alemania o Estados Unidos, y hace cruzar a Criss Cross hacia el lado más oscuro del alma.
- Breve encuentro (D. Lean, 1945, Reino Unido)

La joya romántica de David Lean no tiene grandes escenarios ni espectaculares panorámicas. Antes de dedicarse a las superproducciones dirigió esta película rebosante de intimismo y pasiones reprimidas, sin concesión alguna y con una precisión que la sitúa, con permiso de Max Ophüls, como uno de los más grandes melodramas románticos de la historia del cine. Áspera y evocadora, no se puedo sugerir más con menos.
- Iván el terrible I y II (S. M. Eisenstein, 1946, URSS)

Seguramente no sea la más influyente ni la más redonda película de Eisenstein, pero sí la más ambiciosa. Pocas veces se ha hecho un retrato tan complejo y punzante del poder y sus consecuencias, metáforas políticas aparte. Además, el director ruso se permite experimentar con el color, con los planos y con las interpretaciones, pretendidamente exageradas. No me suelen gustar las películas excesivas, pero siempre hay excepciones y, en este caso, el mosaico final resulta impresionante.
- El fantasma y la señora Muir (J. L. Mankiewicz, 1947, EEUU)

Otra maravilla romántica susurrada entre el melodrama y el género fantástico. Con Rex Harrison y Gene Tierny dando los mejor, Mankiewicz demuestra que no sólo era capaz de escribir brillantes diálogos sobre deslumbrantes (y quizás hoy día algo anticuadas) estructuras narrativas. No me extraña que sea la película favorita de Javier Marías; existe un tipo de magia en ella imposible de comprender. Probablemente el secreto sea que su director, por una vez, no trataba de sorprender al espectador y rodó por una vez lo que él realmente sentía.
- Carta de una desconocida (M. Ophuls, 1948, EEUU)

Siguiendo con el romanticismo, el cineasta más elegante adapta al escritor más elegante. Zweig y Ophüls es una combinación ganadora, y el barroquismo visual del director muestra al espectador lo abrumadora que puede llegar a ser una emoción contenida, el dolor que no podemos intuir debajo de las sábanas de nuestros vecinos, y importancia de las acciones que creíamos totalmente nimias de nuestro pasado. ¿Quién no desea visitar Viena después de ver esta película?
- Alemania, año cero (R. Rossellini, 1948, Italia)

El cine se hace adulto con Rossellini y el neorrealismo. Antes de decidir dar los pasos más arriesgados de su carrera con su etapa Ingrid Bergman, Rossellini termina su trilogía de la Segunda Guerra Mundial con esta epopeya de un niño vista con una densidad antropológica y un poso formal impecables. Podría estar en esta lista cualquiera de las dos anteriores, Roma ciudad abierta o Paisá, pero me quedo con esta culminación del estilo de las dos primeras entregas.
- Jennie (W. Dieterle, 1948, EEUU)

La película favorita de Luis Buñuel es como un pastel de fresa relleno de ácido. Mezcla, una vez más, de melodrama romántico y género fantástico, Jennie es la película más memorable de su director. Porque el tiempo es una espiral y la vida una ilusión, porque los sueños reales son los sueños inventados, y porque de fascinación se alimenta el ser humano. La fascinación entra por las vísceras y siempre es la que mueve el mundo, por mucho que se intente racionalizar.
- El tercer hombre (C. Reed, 1948, Reino Unido)
Otra alianza de lujo, en este caso entre Carol Reed, Orson Welles y Graham Greene, sin olvidar a Anton Karas, Robert Krasker, Joseph Cotten, Alida Valli... Resulta maravilloso no saber quién tuvo la culpa de cada hallazgo de la película. La atmósfera de El tercer hombre ha pasado a la historia, con su empedrado, sus sombras, y la luz que se cuela por las rendijas del asesinato.
- Primavera tardía (Y. Ozu, 1949, Japón)

Quizás, la primera gran obra de madurez de Ozu, que encadenaría, a partir de aquí, una obra maestra tras otra, con su estilo ya plenamente consolidado. ¿Cómo rodar lo místico sin hacer alusión alguna? Sólo Ozu lo sabía, e impregnaba cada plano fijo aparentemente cotidiano de un poco metafísico imposible de desentrañar. Alcanzar el Nirvana a través de la sencillez, mediante las miradas y los gestos, mediante los planos fijos que no subrayan, pero obligan al espectador a intervenir en cada plano. Redonda de principio a fin, Primavera tardía contiene toda la esencia y todos los temas del mejor Ozu.
Ahora es el momento de que critiquéis mi lista y pongáis por aquí la vuestra :)