No voy a hablar del argumento (que sí lo hay) ni de las diferentes tramas y subtramas que pueblan la narración en los diferentes espacios -realidad, representación, sueño- y tiempos; en primer lugar, porque no lo tengo nada claro y sólo me han quedado retazos inconexos que necesitarían más visionados para ser ordenados y, después, porque me parecen más importantes las ideas que subyacen en cada escena y los sentimientos y emociones que se transmiten durante la cinta. (Para detalles del argumento dejo el enlace al blog Abandonad toda esperanza).
INLAND EMPIRE es una de las mejores, si no la mejor película de terror que nunca he visto. Durante 180 minutos te agarra sin soltarte, y te somete a una presión absorbente y opresiva, que te persigue durante varias horas después del término del film. La atmósfera creada es impresionante, perfecta para la historia metacinematográfica que se nos cuenta, poseedora de un feísmo mucho más presente que en las otras películas de Lynch, a lo que ayuda la cacareada utilización del vídeo digital. Es cierto que podemos ver esta película como una especie de continuación extrema, desesperada y bastante más críptica de Mulholland Drive (también más divertida), en la que la absoluta libertad creadora la convierte en un auténtico festín y torrente de emociones. Creo que el aumento de complejidad respecto a su predecesora estriba, principalmente, en la inclusión del tercer plano espacial, la ficción, la película dentro de la película, en los dos que ya enloquecían Mulholland Drive: realidad y sueño.
INLAND EMPIRE no se queda sólo en la atmósfera; es capaz de articular una reflexión profundísima en torno a la vampirización de la realidad por la ficción (volvemos a Persona) y, por esa razón, el papel fundamental que el arte juega en nuestras vidas. Y más allá de esta reflexión general, cada secuencia esconde auténticas joyas que nos hablan de amor y de celos, de la avidez de triunfo y la necesidad sentir un aliento próximo, de la irrealidad del paso del tiempo y de las ganas de vivir hasta en las condiciones más extremas, todo ello introduciéndonos, como nunca se había visto, en la parte más profunda de la mente de una soberbia Laura Dern. Y sobre todo angustia. Angustia, pesadilla y desesperación. Pero Lynch no se limita a hacer que lo pasemos mal, sino que se permite reírse de sí mismo, y juega al humor parodiándose sin pudor y demostrando, de ese modo, que hasta las cosas más profundas y aparentemente serias pueden y deben ser desmitificadas.
En la parte final de la película Lynch parece soltarnos una nueva idea para dar algo de luz a lo transcurrido hasta entonces. No voy a desvelar el contenido por aquellos que no han podido ver aún la película, pero anticipo que se trata de algo similar a lo que nos propone Paul Auster en su última novela. Parece que me repito pero, una vez más, creo que estos versos de Borges tienen muchas claves de la película:
Dios mueve al jugador, y éste, la pieza.
Pero ante todo, INLAND EMPIRE es una experiencia inenarrable, que nos hace ver el mundo de otra manera y abre posibilidades infinitas al cine del futuro. Es imprescindible presenciar esta auténtica joya en una oscura sala de cine, allá donde dice Lynch que es el único lugar donde poder degustar sus exquisiteces, allá donde estés rodeado de mucha más gente con la que compartir escalofríos y pesadillas angostas. Ya tengo, sin duda alguna, mi película favorita del 2006.