domingo, diciembre 30, 2007

2007: mis 10 recuerdos cinematográficos

1.-Portugal. Cuando yo pensaba que nuestro país vecino tenía un enorme potencial literario que, sin embargo, sólo se veía refrendado en el mundo cinematográfico por algún director aislado como Manoel de Oliveira, me he ido dando cuenta de que hay todo un mundo por descubrir en el cine portugués. Además de adentrarme con más profundidad y disfrutar de verdad de algunas películas de Oliveira (como la sublime El valle de Abraham, O dia de desespero, El principio de la incertidumbre y algunas más), he visto por primera vez las obras de algunos directores a los que tenía muchas ganas y que me han maravillado. Por un lado, tenemos al difunto Joao Cesar Monteiro, que, desde unas formas absolutamente rigurosas, incurre en la transgresión de códigos y la búsqueda de unas raíces unívocamente portuguesas a través del humor y la consciencia de la gravedad de la vida y la muerte. Por otro, el cine del futuro, Pedro Costa, que partiendo de un cine social de raigambre bressoniana (como se puede apreciar en Ossos) dirige sus miras a un modo de hacer las cosas que conjuga la ética y la estética, asimilando a los clásicos y redirigiéndolos, mediante una extraña poética de los desamparados, hacia un humanismo que parece coger el relevo de Rossellini y Straub para llevarlo todavía más lejos. Porque el cine social no tiene que ser viejo y acartonado; hay vida después de Ken Loach. Para muestra, Juventude em marcha. Y esto no es todo, porque detrás de estos consagrados viene una interesantísima hornada de directores que, como Teresa Villaverde, demuestran que el cine de su país tiene, desde su pequeña trinchera, una entidad que ya quisieran en cualquier parte del mundo. Y bueno, por último no podemos olvidarnos del padre de toda esta gente, el incansable Paulo Branco.


2.-Hong Sang Soo. El ciclo integral de La casa encendida nos ha permitido conocer el trabajo de este coreano afrancesado (y rohmeriano, al gusto de este blog) que va mucho más allá de los habituales pastiches genéricos a los que se asocia habitualmente el cine de su país. Ya comentamos por aquí en su día cada una de sus películas, y hasta tuvimos un fugaz encuentro cuando vino a presentar Tale of cinema.


3.-Nobuhiro Suwa. Otro descubrimiento oriental. Autor de una película monumental como M/Other, difícilmente superable, que refrenda al cine japonés en un esplendor que en ocasiones se ha puesto en duda (la losa de los clásicos). También vimos su viaje a Europa en Un couple parfait. Ay, afrancesado tenía que ser...


4.-Ozu y Mizoguchi. Dos clásicos que nunca se agotan. Cuando
crees que has visto todo lo esencial, aparecen, circulando por las redes cibernéticas, nuevas películas que te dejan asombrado. Ozu siempre ha sido uno de los predilectos de este blog, y aunque contínuamente parezca hacer la misma película, las obras escondidas entre sus grandes clásicos acaban desvelando parcelas ocultas del sentimiento y la condición humana. Ozu es algo que va mucho más allá del cine y que todavía no he descubierto cómo poder explicar. El final del verano, Primavera precoz, El color del crepúsculo en Tokio..., todas son únicamente misteriosas, en su sencillez y en su inmensidad. Y con Mizoguchi sucede algo parecido, aunque poco tenga que ver con Ozu más allá de la nacionalidad. Parece mentira que en el año 39 pudiera filmar una obra como Historia del último crisantemo; si el melodrama existe, deberíamos mirar a Mizoguchi mucho antes que a Sirk o Fassbinder (bueno, también está Ophüls, pero dejamos para otro día a los seres superiores).

5.-Histoire(s) du cinema. Para muchos, la mayor obra artística del siglo XX. No sólo es reflexión y belleza, también es moralidad, distancia y sabiduría. En fin, Godard. Ha aparecido en DVD, en alguna cadena de televisión digital, e incluso se ha proyectado en cines en Barcelona. Todo para nuestro gozo (aunque algunos no opinen lo mismo...).

6.-Inland Empire. También comentada en su momento, otra obra que mira al futuro desde la absoluta libertad que contó David Lynch para grabar su película más personal. El cine se abre y se fusiona con otras artes, ¿el sueño de los surrealistas? Ante todo, tres horas para disfrutar con la boca abierta.


7.-Les amants reguliers. Película monumental de Philippe Garrel, nunca estrenada en nuestro país, pero que ha discurrido por algunas filmotecas nacionales. Belleza pura en la más sincera mirada al mayo del 68. Igual que con Lynch, tres horas para dejarse llevar, aunque de otra manera. Grande Garrel.



8.-Al oeste de los raíles (Wang Bing). Y hablando de películas largas, este documental chino de más de nueve horas pudo verse en la Filmoteca en tres sesiones. Demostrando que basta una cámara, corazón y un ojo abierto. Erice quedó maravillado, y no es para menos. Cómo hacer que la cámara se disuelva en la vida y el cine cobre trascendencia mediante su desaparición. Sí, nueve horas entre fábricas abandonadas, obreros que sobreviven y..., ¿esperanza? Herrumbre, vestigios, rieles...

9.-Jeanne Dielman, 23 Quai du Commerce 1080 Bruselas. Clásico fundamental del cine de autor que al fin he podido ver y que, quizás a diferencia de otras películas igual de importantes, me ha llegado a lo más hondo. También comentada por aquí más ampliamente.


10.-Navidades en julio. Y para terminar, un clásico de la comedia hollywoodiense, porque también entre lo más comercial se pueden encontrar joyitas. Esta cinta de sólo una hora de duración demuestra que Preston Sturges es un forjador de mitos y, siguiendo los modos de una película de Capra, consigue ir más allá y dibujar todo un mapa emocional y cultural de su país. Para disfrutar pensando o con la mente en blanco después de un duro día de trabajo. Porque, como entendió Sullivan entre presos en la iglesia, al final lo importante se reduce a lo inmediato. Sturges lo entiende y es preciso, inmediato e implacable. ¿Es esta película la autoconciencia de "América"? Por lo menos ayuda a explicarla, a que entendamos cómo las cosas se transforman sin que apenas nos demos cuenta.


Por último, por poner un poco de orden, seguir unas reglas y poder comparar con algo, mis diez estrenos favoritos del año en salas comerciales. Sólo una entró en la lista anterior, pero todas merecen la pena. Obviamente, me falta más de una interesante por ver, como Lady Chatterley o los últimos Auster (en quien confío a pesar de las furibundas críticas) y Ang Lee. Y claro, aparte de las joyas ocultas que hayan pasado silenciosas. Por desgracia no hay tiempo para ver todo.

1.-Inland Empire (David Lynch)
2.-El romance de Astrea y Celadón (Eric Rohmer)
3.-El bosque del luto (Naomi Kawase)
4.-Naturaleza muerta (Jia Zhang-Ke)
5.-Belle toujours (Manoel de Oliveira)
6.-María Antonieta (Sofia Coppola)
7.-Promesas del este (David Cronenberg)
8.-El sueño de Casandra (Woody Allen)
9.-Last days (Gus van Sant)
10.-En la ciudad de Sylvia (José Luis Guerín)

Y claro, antes de desear una buena entrada de año, hay que recordar que hemos tenido año Rohmer, que esperemos no sea el último. ¡Larga salud y actividad, que 88 no son nada!

jueves, diciembre 27, 2007

2007: mis 10 recuerdos literarios

Momento de balances. Hoy libros, otro día de esta semana cine. Selección dispersa y bastante caótica, pero importante para mí, creo que recomendable para cualquiera.

1.-Vila-Matas. El primero tiene que ser el nombre más importante para este blog en el último año. No sólo porque llegó, comentó, respondió, se presentó e incluso nos citó, con el acicate que eso supone y la energía que aporta a una tarea que muchas veces parece inútil y absurda. No sólo porque demuestre que se puede ser uno de los grandes sin estar endiosado, o porque cada movimiento suyo sea tan asombrosamente natural y cercano. No sólo porque me haya dejado boquiabierto, dado que nunca hubiera imaginado el alcance que puede tener un modesto blog. También porque en estos meses he leído buena parte de su obra, de la que antes sólo conocía (y ya admiraba profundamente) un par de "novelas", y porque me ha hecho reflexionar sobre cosas que nunca había imaginado y me ha hecho ver las ciudades como algo mucho más importante que un mero escenario de aventuras. ¿No es Vila-Matas el gran poeta contemporáneo de la urbe? Ahora cada calle es distinta, en cada esquina se abalanzan odradeks y en las fachadas se camuflan los sueños. Puede ser Praga, Budapest, Barcelona, Lisboa, Nantes, Veracruz. Puede ser París. Puede ser mi ciudad, tu pueblo, su aldea...


2.-Philip Roth. Cuando creía que ya había leído todo lo esencial del versátil judío, me sorprende con la impresionante novelita El animal moribundo, punzante y dolorosa, y con sus últimas vueltas de tuerca metaliterarias: Los hechos y La contravida (probablemente, su novela más ambiciosa: en estructura, contenido y valentía).



3.-La vida instrucciones de uso. Directamente, uno de los libros de mi vida, como ya comenté. Si me preguntaran qué libro de la historia de la literatura me gustaría haber escrito, no tendría ninguna duda.


4.-Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Pensaba incluir a Murakami en general, ya que he leído cinco de sus seis libros traducidos, pero la distancia del "pájaro" con el resto me parece demasiado grande, incluso con el aplaudido Kafka en la orilla. Pese a todo, no se puede negar el encanto, a pesar de la imperfección, de cada una de sus obras. Pero si hay que leer a Murakami, por favor, lean su Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.


5.-Corazón tan blanco. Por alguna extraña razón no había leído este título fundamental de la narrativa en castellano de los 90. Desde que lo leí se convirtió en mi favorito del autor, que siempre me cayó bien desde que me enteré de que su película favorita era El fantasma y la señora Muir (aunque para descubrimientos y revelaciones cinéfilas me quedo con su hermano). Ahora habrá que pensar en leer su mega trilogía.


6.-La subasta del lote 49. Tras algunos años vuelvo a Pynchon (aunque aún no me he atrevido con su arco iris) y la sensación no puede ser mejor. Divertidísima paranoia que da la vuelta a todas las convenciones, que nos hace compadecernos del sinsentido de nuestra propia vida. Mandar una carta nunca volvió a ser igual, aunque no queden restos.


7.-Proleterka. Mi descubrimiento de Fleur Jaeggy, del que salgo cautivado. Con su prosa cortante, tan gélida como evocadora, y su gusto por lo esencial, por el gesto, los matices. Seguiremos leyéndola.


8.-Tristam Shandy. En un año en que he dejado un poco de lado los clásicos (me sorprendo al no haber leído a ninguno de mis adorados franceses o rusos decimonónicos), el libro de Sterne ha sido, probablemente, la lectura más moderna, inteligente y divertida que ha caído en mis manos. Poco queda que no se haya dicho ya, incluida la fantástica traducción de Javier Marías.


9.-Contra la interpretación. Como ensayo, me quedo con este libro ya antiguo de la gran Susan Sontag. Algunas ideas pueden parecer muy propias de su época, pero hay que aplaudir tanto la valentía como la agudeza y profundidad de muchas observaciones. El capítulo sobre Vivre sa vie, probablemente, mi lectura de cine favorita.


10.-Pessoa. Por último, el que siempre está para momentos inciertos. Cuando una novela es una losa pero quieres leer algo realmente íntimo y concreto, es una gozada abrir a cualquiera de los múltiples pessoas. Porque todas las listas de amor son ridículas.

lunes, diciembre 24, 2007

La única tradición que vale la pena

Bienvenidos a Bedford Falls.

Bufalo no puede dormir.

Un año más.



Digan lo que digan, para mí siempre fue una película de terror.

Esta noche.

Canal Extremadura TV: 23:10
Canal 9: 2:00
Castilla-La Mancha TV: 2:00
Canal Sur: 3:30

Y seguro que en algunas locales perdidas...

Navidad sin Solaris

Albacete. 24 de diciembre. 0:24 AM. Los neones navideños lucen tenuamente. Me asomo a la ventana y veo tres tristes hileras atravesando la calle como funambulistas clónicos. Un árbol verde en el centro y dos lágrimas de sangre en los extremos; uniéndolos, dos arcos dorados dibujan sonrisas inconscientes. Multiplicado por tres. Miro al fondo y no veo nada. Los adornos brillan aislados, sin continuidad, como vestigios que desaparecen al mirar a lo largo de una calle quebrada y rota, triste en el olor de sus entrañas, tan pálida en mitad de la noche que no es capaz de quejarse. Dejo pasar el aire gélido a través del hueco por que asomo la cabeza, pero es necesario respirar el color de las baldosas. No llueve, pero podría estar lloviendo. Cierro la ventana. La baldosa por la que pasa el tubo de la calefacción empieza a enfriarse. Parece que todo se apaga. En realidad no sentimos nostalgia por lo que tuvimos, sino por lo que ahora no podemos tener. Tarkovski lo comprendió y rodó Solaris. Virginia Woolf lo pensó toda su vida.

No sé si Solaris y La Zona son la misma cosa, pero en todo caso la diferencia sería la misma que la existente entre el sueño y el deseo y, si todo anhelo no es más que una experiencia onírica, lo único que queda es interrogarnos sobre nuestra propia identidad. Puede ser absurdo confabular con el deseo, puede ser estúpido pretender algo que nunca estuvo al alcance aunque algún día nos hubiera sorprendido un espejismo. ¿Es aconsejable disfrutar de ese espejismo a costa del posible haraquiri posterior? El protagonista de Solaris llega a la nave con la ilusión de un zombi desganado; allí, el extraño planeta materializa sus sueños generando en un cuerpo de neutrinos a su esposa muerta diez años atrás. Pero no es su esposa, es su reflejo, es la idea que él tenía de ella corporeizado en una materia que puede revivir una y otra vez. ¿Cuál es el límite de lo humano? ¿Dónde está el replicante que es capaz de sentir mucho más que cualquier persona real? Finalmente hay que abandonar la nave, el momento que inevitablemente llega, y el cuerpo de neutrinos no puede seguirnos. ¿Merece la pena el gozo de un instante que multiplique por diez el sufrimiento posterior? ¿Es preferible vivir en una asepsia cerebral y neutra? ¿Se puede vivir en la Tierra habiendo pasado por Solaris?

Quizás Solaris sea la gran película navideña, la que encarna realmente el "espíritu", el vacío de una vida imposible de respirar y el dolor por lo que no se puede alcanzar a pesar de haberlo soñado. Porque todos sabemos que los Reyes Magos ignoran las cosas importantes, así que en nuestra carta no podremos pedir ese inhibidor de deseo que algunos intentamos llevar cada mañana y al que, de vez en cuando, como un milagro que no podemos creer y sin embargo creemos, algo (o alguien) hace estallar.

¿Quién quiere comentar películas? ¿Quién quiere comentar libros? No sé si hablar de uno mismo en público es egocéntrico, quizás en el fondo sea lo único sobre lo que podemos expresarnos; de cualquier manera siempre quise evitarlo. Por eso algunos me llaman cobarde. Claro, no sólo por eso. ¿A quién no le gusta gustar?

De todos modos, a veces es mejor el dolor que la apatía. Desde luego, para comentar libros y pelis, recomendamos la asepsia.

Y hablando de nostalgia, una canción navideña, algunos aún no habíamos nacido:


miércoles, diciembre 19, 2007

Narrativas, enero

Ya está disponible el nuevo número de la revista Narrativas. Además, en esta ocasión tenemos especial sobre Vila-Matas, donde se incluye lo que puse por aquí sobre Exploradores del abismo :)

Para los que la conocen, no tengo que decir nada; los que no, sólo necesitan un par de clicks de ratón y descubrir la excelente labor de los editores Carlos Manzano y Magda Díaz.
Larga vida.

lunes, diciembre 10, 2007

Terrence Malick, viaje y conquista

"Un hombre mira a un pájaro muriéndose y piensa que sólo existe el dolor, que la muerte tiene la última palabra. Se ríe de él. Otro hombre mira el mismo pájaro y siente la gloria. Algo sonríe dentro de él."
(La delgada línea roja)

Una de las claves fundamentales de la obra de Terrence Malick radica en su rigurosísimo respeto por la naturaleza subjetiva de la mirada, y en la convicción de que la percepción depende absolutamente de la emoción sensorial de cada cual. En sus cuatro películas, el director tejano reivindica la libertad individual a través de ese retrato de la subjetividad, que desarrolla de diferente manera en cada una de sus obras, ya sea mediante el diario íntimo, susurrado, secreto, de Malas tierras (Badlands, 1973) y Días del cielo (Days of Heaven, 1978), o a través del contrapunto polifónico de voces de La delgada línea roja (The Thin Red Line, 1998) y El nuevo mundo (The New World, 2005).

Aunque Malas tierras pueda parecer una emulación de los logros europeos de Jean Luc Godard, su poética seca y evocadora, no demasiado rigurosa, la emparenta directamente con dos cineastas tan personales como John Ford o Charles Laughton. La huída de Kit y Holly en medio de una naturaleza atónita no difiere demasiado de la de los niños en la barca espectral de La noche del cazador (The Night of the Hunter, Charles Laughton, 1955), y el retrato del paisaje como reflejo interior de los personajes parece hacernos recordar alguno de los westerns del hombre del parche. Sin embargo, a partir de Días del cielo podemos pensar en cineastas más alejados de Hollywood como F.W. Murnau, Jean Renoir, Jean Vigo, Alain Resnais o Werner Herzog...

Continuar leyendo en SHANGRI-LA

miércoles, diciembre 05, 2007

El bosque del luto: de la ausencia y la esperanza


Parece Naomi Kawase empeñada en construir, con cada nueva película, un tupido puzzle de elegías a la ausencia a través de las que dibujar un intemporal mapa del vacío contemporáneo. Con un estilo muy orientalizado, digno heredero del emocionante cine familiar de Yasujiro Ozu y de las modernas variaciones de Hou Hsiao Hsien, haciendo del fuera de campo y de las interacciones imagen-sonido elegantes métodos de hacernos ver el misterio, las películas de la directora nipona parecen conectar en lo más hondo con el espíritu de Paul Thomas Anderson, alejadísimo de ella tanto en formas como en geografía. Ambos comparten una misma curiosidad en la mirada, como si se cuestionaran la realidad a cada momento, sorprendiéndonos con cada imagen y escrutando los paisajes -el valle de San Fernando, el bosque de Mogari- como si intentaran penetrar en el alma de los personajes, sin perder la conciencia de que el mundo actual se define, precisamente, por un hermetismo que convierte lo emocional en una catarsis íntima.

Quizás con menos rigor que en las conocidas Suzaku y Shara (hay una muy discutible "explicación" de la película por parte de un monje budista), El bosque del luto supone una continuación de un concienzudo análisis sobre la pérdida familiar y su consiguiente desintegración. Sin embargo, este último film es la película más libre y desatada de su directora, a quien no importa subrayar algunos conceptos y hacer alguna concesión formal para mostrarnos la única salvación ante la desgracia: la belleza. Y no hablamos sólo de una belleza compositiva, del extremo cuidado con que se traza (Kawase parece no rodar, sino trazar como un pintor) cada plano, con que se alimentan los sonidos, las texturas y las impresiones reticulares; el film nos sorprende con una belleza buscada en la comunión de espíritus contrapuestos, al modo de la filosofía budista, que, sin embargo, se retroalimentan para sobrevivir a costa del reflejo que supone el uno del otro. Kawase ha compuesto su película más física, porque sabe que es el vehículo idóneo de expresar los sentimientos, lo cual llama aún más la atención dentro de una filmografía normalmente tan aséptica y contenida como la oriental. Para eso es necesario atravesar un momento de clímax que rompe todas las ataduras, del mismo modo que el baile de Shara o el jugueteo en la azotea de Suzaku. Por supuesto, la lluvia vuelve a estar presente y juega un papel fundamental, que nos lleva otra vez a Paul Thomas Anderson y su mágica lluvia de Magnolia, también presente en otras manifestaciones de la cultura japonesa, como uno de los últimos libros de Haruki Murakami, Kafka en la orilla.

Aparte del inefable valor sensorial de la película, es destacable cómo se sugiere la reconstrucción de un pasado a partir de un par de detalles que se antojan decisivos para la actual situación anímica de los dos protagonistas, los cuales viven prisioneros de ese pasado: una mediante la omisión y otro mediante la reiteración. Y de esta necesidad por conocer los precedentes emerge el optimismo empañado de tristeza que siempre deja traslucir el cine de Naomi Kawase. Puede que las tragedias nunca resultan deseables, pero no se puede negar que configuran nuestra propia identidad y consruyen inevitablemente nuestra interacción con el presente. Por ese motivo parecen inevitables la asimilación y la búsqueda de intimidad. Y si es posible, claro, la búsqueda de una intimidad compartida.

Resulta complejo analizar friamente una película tan emocionalmente cautivadora, y Kawase sabe que la única forma de compartir la profundidad de sus sentimientos pasa por la desnudez y el despojamiento, por la sinceridad de una viva cámara al hombro, (herencia de su vocación documentalista) que no por casualidad se mueve en absoluta libertad en busca de una verdad que no tiene porqué restringirse a vivir fuera de los límites de la ficción.

Sin duda, El bosque del luto es uno de los estrenos del año, una de las películas más bellas y conmovedoras que se hayan podido ver en el cine en mucho tiempo.

jueves, noviembre 29, 2007

Vuelve El problema de Yorick

Los amantes de la literatura estamos de enhorabuena, y los de Albacete, además, por partida doble. Después de un tiempo de ausencia vuelve la revista de creación literaria El problema de Yorick, de la mano del incansable escritor albacetense Eloy M. Cebrián (de quien esperamos la pronta publicación de su última novela, Los fantasmas de Edimburgo) y Antonio García Muñoz. En esta ocasión se aborda un tema que ya se estaba demorando bastante: la ciudad de Albacete, sus misterios y sus sombras. Además, tengo una pequeño colaboración con un modesto relato. Es mi primera publicación, hace ilusión :) Estoy ansioso por leer toda la revista, y convencido de que el nivel será, como mínimo, tan bueno como el de números anteriores.


PRESENTACIÓN DEL NÚMERO 8 DE

EL PROBLEMA DE YORICK:

OTOÑO, 2007

"CRÓNICAS DE LA CIUDAD INVISIBLE,

ESPECIAL ALBACETE"

VIERNES, 30 DE NOVIEMBRE DE 2007

CAFÉ-CONCIERTO "NIDO DE ARTE"

(C/ Nueva, 5 - Albacete)

ENTRADA LIBRE

35 autores, 208 páginas

A LA VENTA A PARTIR DEL 30 DE NOVIEMBRE

¿Por qué un monográfico dedicado a Albacete?

Sencillamente, porque creemos en las posibilidades de Albacete como ciudad literaria. Una ciudad a mitad de camino entre la nada y ningún sitio, una ciudad que casi nadie fuera de ella conoce, en la que nadie repara, por la que todos pasan y ninguno se detiene, una ciudad invisible para el mundo exterior, y que sólo parece existir por pura obstinación de sus habitantes. De ahí esa sensación íntima que compartimos los albaceteños de vivir en una ciudad al borde de la inexistencia, fronteriza con lo imaginario. Hay ciudades que por su historia, su patrimonio o su atmósfera evocadora parecen invitar a la ficción literaria. La nuestra no. Albacete es ficción literaria en sí misma. Y por eso creemos que bien se merecía un monográfico en este octavo Yorick.



PD: lamento no poder estar en la presentación, pero me pilla un poco lejos y no es una buena época...

martes, noviembre 27, 2007

Vila-Matas en Paper de Vidre

Me llega un mail de Cristina Núñez dándome a conocer la revista Paper de Vidre, en cuyo último número aparece una jugosa entrevista a Enrique Vila-Matas. La revista es en catalán, pero las respuestas de Vila-Matas también aparecen en castellano. Además, tiene un gesto amigo para algunos de nosotros :)
Pero ya se está hablando más y mejor de todo esto en el blog de Portnoy. Así que yo sólo abro la puerta.

Y aquí el enlace: número 45 de la revista.

domingo, noviembre 25, 2007

De fútbol y cine


Hace unos días vi que Carlos había hecho en su estupendo blog, El camino de Meseglise, una selección futbolística con los directores en activo del cine oriental, que recomiendo visitar de inmediato, antes de seguir leyendo. Entonces recordé que, no hace mucho tiempo, Javier Marías hizo lo propio con los escritores del siglo XX, obteniendo en los dos casos conclusiones interesantes y divertidísimas. Me pregunté cuál sería el resultado si se enfrentara esa selección oriental de Carlos con otros equipos cinéfilos, así que he pensado unas alineaciones de Estados Unidos, Francia, y el resto de Europa. ¿Que Francia forma parte de Europa? Sí, pero creo que tiene entidad propia, un cine tan definido y rico que es capaz de independizarse en cuestiones tan poco políticas como esta.

Para empezar, el equipo estadounidense podría estar dirigido desde el banquillo por un teórico veterano que ha sabido adaptarse a los tiempos innovando su manera de ver el mundo: Brian de Palma. Junto a él, un interesante quinteto de suplentes podría estar formdo por una mezcla de experiencia y veteranía, grandes estadios y campos modestos: Spielberg, Ferrara, Hartley, T. Haynes y los Coen.

En el equipo titular habría un portero veterano y duro como Clint Eastwood, unos laterales explosivos, unos centrales que combinan como nadie lo personal y lo comercial, un organizador reflexivo y elegíaco que cuenta con grandes apoyos pero no tiene nada que perder, unos alas jóvenes y eléctricos, desequilibrantes, una mediapunta genial, que puede resolver cualquier partido sin contar con nadie más, y una delantera que combina la inventiva con el absoluto rigor de su propuesta.

La selección francesa tendría a un entrenador como Nicolas Philibert, además de un banquillo irregular, capaz de lo mejor y lo peor, con algún veterano (Resnais), alguna gran promesa (Klotz), estrellas apagadas capaces de resurgir en cualquier momento (Zonca y Carax) y un seguro de vida que desestabiliza en cuanto se lo propone (Marker).



En cuanto al equipo titular, vemos que se caracteriza por su veteranía incontestable, con los pros y contras que ello acarrea, pero que seguramente atesore más calidad de la que ninguna otra selección pueda imaginar. Partiendo de un portero rocoso, la defensa se basta con tres hombres, un Desplechin en plena forma, suficiente para frenar a cualquier rival, un veterano inteligentísimo para controlar la banda derecha, y un teórico que puede probar sus innovaciones vanguardistas en las subidas por la banda izquierda. En el centro del campo el geométrico Rohmer es un cerebro insustituible, escoltado por dos veteranos complementarios, en los últimos tiempo preocupados, respectivamente, por las facetas más humanas y turbias de la existencia. Por delante está la magia: la genialidad de un Garrel contenido con los años y la jefatura suprema del máster, Jean-Luc Godard, que sigue siendo el mejor aunque algunos críticos se empeñen en jubilarlo. Y en la punta de ataque queda el más imaginativo e imprevisible, Jacques Rivette, que acompaña a la contundente Claire Denis, goleadora implacable y sin piedad.

Por último, intentando salvar al equipo europeo, siempre cuestionado y últimamente convulso por las pérdidas de Bergman y Antonioni, tenemos al riguroso Jean Marie Straub, que no se deja vencer por el reciente fallecimiento de su compañera Danielle Huillet. Sentados en el banco, le acompañan Lars Von Trier, polémico ante la falta de confianza de su entrenador, veteranos incorruptibles como Angelopoulos y Iosseliani, viejas glorias apagadas como Roman Polanski, y la eterna promesa, que para muchos debería estar entre los titulares, José Luis Guerín.



El once titular, con bastante más calidad de lo que se suele pensar, cuenta con un portero durísimo que no tiene piedad con el adversario, con un jefe como Víctor Erice que pone orden en toda la parte de atrás, y con otros tres defensores rigurosos, que no hacen una sola concesión al adversario, cuyo ataque queda irremediablemente frenado, a pesar de la inexperiencia del lateral derecho. Llevando la manija del juego se coordinan dos pesos pesados, Oliveira y Tarr, ambos incombustibles, capaces de mantenerse cien años en pie o correr durante más de siete horas sin descanso. Por las bandas, el alocado Herzog puede desequilibrar en cualquier momento, delimitando continuamente sus funciones, mientras Kaurismaki examina la situación con parsimonia, sin dar demasiada importancia a lo que no la tiene. Por último, el ataque queda en manos de dos de los más independientes francotiradores, la belga Chantal Akerman y el portugués Pedro Costa, compenetrados tanto en estilo de juego como en ideología.

Y con esto sólo falta saber quién vencerá el último torneo, el que siempre se juega en terreno visitante.

viernes, noviembre 16, 2007

El día que conocí a Vila-Matas

Anoche soñé que veía a Vila-Matas. Bajaba despacio del taxi, gabardina oscura y mirada hundida, mientras por la otra puerta salía el hombre que lo acompañaba. Yo no me atrevía a acercarme, pero con sólo tenerlo a menos de cinco metros me temblaban las piernas. Me asombraba que no empezaran a acosarlo desbordadas bandadas de gruppies, pero ahí me quedé, en la puerta de la Residencia de estudiantes viendo cómo entraba en el edificio junto a los anfitriones que lo habían recibido a su llegada. La noche ya era cerrada en Madrid, a pesar de que apenas daban las siete y veinte de la tarde. Esperaba la llegada de la simpatiquísima Cristina Núñez, con quien estaba citado para ver a Vila-Matas desde unos días atrás, cuando quedamos a través de comentarios en nuestros blogs y un par de e-mails. No llevaba más que cinco minutos esperando, pero casi no me creía haber llegado tan pronto cuando diez minutos antes estaba entrando, por la calle Serrano, en el enorme recinto de la Residencia con la boca abierta ante un complejo tan lleno de construcciones anónimas y callejones tenebrosos. Pensé si mi vagabundeo por aquellos rincones que un día frecuentaron los Lorca-Dalí-Buñuel tendría final feliz, pero la suerte me sonrió cuando encontré un vigilante de seguridad que me condujo por el lugar apropiado. A la hora de la quedada yo ya estaba en el lugar convenido, a tiempo incluso de ver la llegada en taxi de Vila-Matas.

Cuando apareció Cristina al fondo de la calle no necesitó sacar de la carpeta la flor dibujada con boli rojo sobre una hoja de cuaderno; ni siquiera me fue necesario fijarme en el libro de Vila-Matas en italiano que ella debía llevar: sabíamos quiénes éramos sin habernos visto nunca. Tras la consabida presentación intercambiamos nervios y suspiros de resignación por nuestro comportamiento adolescente, que considerábamos impropio de dos personas maduras como nosotras... Entramos en la sala para hacernos con un buen sitio, en la tercera fila del lado izquierdo, cerca de donde se sentaría nuestro héroe particular. Nos reíamos de la situación y de nosotros mismos, al tiempo que se sentaba justo detrás de nosotros un hombre alto, de larguísimo pelo blanco y nevada barba hasta el ombligo. Cuando lo vimos nos miramos comprendiendo que sabíamos quién era, un espectador mítico, habitual del círculo de eventos culturales madrileños, que siempre organizaba algún tipo de extravagancia.

Llegaron los conferenciantes y discurrieron con normalidad las ponencias: la del moderador, la del psiquiatra invitado y, por último la de Vila-Matas, quien ideó para su intervención una ingeniosa construcción a partir de sus dos últimas entregas del Dietario voluble. Muchas cosas ya nos sonaban a conocidas pero, aun así, es Vila-Matas, y de repente se proyecta de su boca una frase cargada de ironía, como un arma sin ganas de disparar. A mitad del acto, el hombre de barba y pelo infinitos pidió el turno para hacer una pregunta y, cuando se lo concedieron, se apuntó a la cabeza con uno de los dedos de la mano derecha y empezó a golpearse en pecho con la otra. "¿No va a preguntar nada?", inquirió el moderador, y el hombre se sentó tan mudo como se había levantado.

Al término del acto nos pusimos en pie dirigiéndonos a donde estaba Vila-Matas. Dejé a Cristina pasar delante, con su libro en italiano y un ejemplar de El viajero más lento presto a ser dedicado. Nos presentamos y Enrique resaltó la extrañeza de la situación: dos entes cobijadas por la escafandra del blog se materializaban como personas físicas. Sí, existíamos, y él existía para nosotros. Era realmente emocionante, tanto que me quedé callado sin saber qué decir, con la mirada fija como un bobo con pretensiones, víctima de un bloqueo mental que me impedía asimilar la situación. Mientras, Cristina demostraba su agudeza apuntando pertinentemente la idea de Nabokov de escribir "realidad" siempre entre comillas. A mí me vino a la cabeza Bresson, con uno de sus famosos apuntes de sus Notas para el cinematógrafo ("Rechazar todo lo que, de lo real, no se vuelve verdadero. La horrible realidad de lo falso."), pero ni recordaba la cita con exactitud ni estaba en condiciones de articular oraciones de tan profundo significado. Pero no importaba, yo estaba feliz, y la cordialidad y el buen trato de don Enrique me tenían maravillado. También hubo una alusión al extraño hombre barbudo que se sentaba detrás de nosotros, y comentamos rápidamente que se trataba de un habitual de la parafernalia literaria de la ciudad. Seguía con nosotros Vila-Matas cuando se le acercó su acompañante del taxi, al que había visto antes, y le comentó casi al oído algo de la cena de esa noche. El deseo de escuchar se contraponía a la moralidad de no invadir conversaciones ajenas, por lo que salió una extraña mezcla en la que se coló por mis sentidos alguna palabra suelta que me hacía pensar en el significado evitado. Finalmente, nos despedimos y dimos media vuelta con nuestros libros firmados. Al salir de la sala nos embargaba una emoción preescolar, sanamente inmadura. Cristina me hablaba y yo continuaba en estado semicatatónico, a la espera de una sacudida celestial o una embestida imaginada. Nos quedamos a medio salir, en el hall entre la sala y la calle, satisfechos con lo vivido pero como con ganas de más. Entonces me di cuenta de mi sofoco y sugerí salir a la calle, donde me acordé de que tenía entre mis manos un ejemplar dedicado de Exploradores del abismo que ni tan siquiera había mirado. Lo abrí y mi alegría aún se multiplico al ver la dedicatoria compartida. Porque así es, no sólo me lo dedicó a mí, también se acordó de Maud.

Caminamos sin rumbo, sin haber pensado dirección ni destino, y sin darnos cuenta nos encontramos fuera el recinto de la Residencia de Estudiantes, a punto de ser atropellados por un taxi de carrera desbocada. Debíamos andar como zombis para haber estado tan cerca de formar parte de una de esas casualidades vilamatianas que a buen seguro nos habría conducido a una póstuma aparición en el Dietario Voluble. Por un momento pensamos que podía estar Vila-Matas en ese taxi para redondear la jugada, pero en el fondo mirábamos hacia atrás de refilón por si nos encontrábamos con alguna sopresa por detrás. Justo un instante antes había pasado junto a nosotros el hombre extraño de la barba y el pelo largo empujando a una señora oriental en una silla de ruedas.

El susto del casi-atropello nos sirvió para despertarnos y pensar qué camino debíamos seguir para llegar al metro: concluimos que debíamos retroceder y volver a atravesar la Residencia. En realidad podía ser un deseo inconsciente de reencontrarnos con Vila-Matas, pero yo rápidamente le dije a Cristina que era imposible que eso sucediera, porque si el taxi de ida lo había dejado en la puerta, a la vuelta debería seguir el mismo procedimiento. Así que nos tranquilizamos un poco hsta que, de repente, al girar la esquina, aparecieron caminando apaciblemente Vila-Matas y su acompañante del taxi. La penumbra del lugar impidió que nos reconociéramos instantáneamente, pero viendo que era él hice un amago de pararme, con lo que se dio cuenta de quiénes éramos. De repente estábamos allí los cuatro, dos a dos, solos en un rincón donde las sombras jugaban a esconderse de los odradeks y los carretes de hilo kafkiano se materializaban de extrañeza. Era el clima perfecto, y Enrique nos presentó a su acompañante, Marcos, del que antes habíamos especulado Cristina y yo sobre si se trataría de su secretario o algún tipo de agente... Inmediatamente después apostilló: Giralt Torrent. Seguimos en blanco, sin llegar a tomar conciencia de lo que había dicho ni dar síntomas de reconocimiento. Después elogió el trabajo de Cristina sobre su conferencia de Oviedo, y a mí me dijo que me imaginaba más mayor. "Pero me alegro, mejor para ti", añadió. "Será por el nombre". Sí, tengo un nombre que suena a antiguo (mi nombre real), eso es innegable, y la máscara del blog afianza la primera impresión de la imaginación. Por último, antes de despedirnos por segunda vez nos dijo que seguiríamos en contacto a través de la Red..., si queríamos, claro... Y entonces alucinamos. Enrique y Marcos siguieron caminando hasta que los perdimos de vista y no éramos capaces de creer lo que habíamos oído ¿Es posible ser más humilde? ¿Es posible ser más educado y libre de prejuicios? ¿Es posible que un escritor de su prestigio y fama internacional se comporte de esa manera? ¿Sería todo un sueño en el que habitáramos un mundo de color de rosa en el que todos fuéramos iguales y ser el más culto significara ser el más sabio?

Intentamos salir del recinto de la Residencia de Estudiantes por la puerta de la calle Serrano por la que yo había entrado unas horas antes. Pero, misteriosamente, nos era imposible dar con algo que no fueran bocacalles sin salida, oscuros callejones angostos y deshabitados cubículos de inquietud. Como si de un laberinto se tratara, de repente estábamos en el mismo sitio en que encontramos a Vila-Matas, y dándonos por vencidos en nuestra búsqueda acabamos saliendo por la puerta en que casi nos habían atropellado.

Dimos un rodeo para llegar al metro, y seguimos comentando la maravillosa extrañeza de los sucesos de la noche mientras caminábamos grácilmente como porteados por los espíritus risueños. Entonces le hablé a Cristina de una amiga ovetense con la que llevaba (y llevo) años sin mantener contacto, pero que sabía que era de su misma edad. Se echó las manos a la cabeza repitiendo el nombre que yo había pronunciado. No podíamos creerlo. ¡Habían sido compañeras de clase en el instituto!

Descendimos a los abismos del metro convencidos de que no podía pasar nada más, y cuando el tren llegó desfilamos hasta el fondo del vagón, apoyando la espalda en el cristal que permitía ver el vagón contiguo. Una parada antes de llegar a nuestro destino giré la cabeza y vi a un hombre corpulento, de gabardina oscura y elegante sombrero, apoyado de la misma manera que yo en esos momentos. Nos bajamos del metro y el tren volvió a arrancar. Mientras recorría los primeros metros, Cristina me tocaba el hombro sin ser capaz de articular palabra. Me señaló el vagón junto al que habíamos estado y encontré al hombre de la gabardina saludándonos, lanzando su irónica mirada al tiempo que agitaba su sombrero. No podíamos creerlo, Vila-Matas estaba en todas partes.

La conferencia según Cristina

Redacted, el último de Palma



Si para Gabriel Celaya la poesía era en arma cargada de futuro, Brian de Palma parece decirnos en Redacted, su última película, que el arma más poderosa del presente cabe en la palma de una mano y es una cámara de vídeo digital:

En Grupo salvaje, la obra magna de Sam Peckinpah, se presenta en los créditos iniciales la imagen de un escorpión siendo devorado por las hormigas mientras unos niños perturban el orden natural atacándolo y ensañándose con un palo a la vez que transforman sin darse cuenta una escena cotidiana en un espectáculo mediático. En una de las primeras secuencias de Redacted se repite lo que ya ideó Peckinpah hace casi cuarenta años, volviendo a mostrar al escorpión rodeado y poblado de hormigas. La lucha de clases del fuerte contra los débiles sigue estando ahí, siguiendo su curso como si ahora una mayor libertad hiciera del ensañamiento un vestigio del pasado. Sin embargo, sólo se engaña al espectador durante unos instantes, para hacerle recordar rápidamente, al modo de Haneke en Caché o Código desconocido, que lo que presenciamos es una manipulación de la realidad, y que la mera observación de algo así no puede tener vocación objetiva, pero sí vocación de honestidad. Así, mediante este homenaje-paralelismo, la crudeza y capacidad metafórica del cine de una determinada época deviene en referencial y autorreflexiva para convertirse en posmoderno. Para ello, de Palma prescinde de los niños con arma y nos muestra a un soldado sonriente, grabando la escena del escorpión y las hormigas con su pequeña cámara de vídeo digital. En nuestra sociedad global y mediatizada no hay arma poderosa que la imagen.


Se ha comentado en algunos medios, a propósito de esta película, que Brian de Palma había desconcertado con su drástico cambio después del clasicismo de su anterior cinta, La dalia negra. Sin embargo, no puedo estar menos de acuerdo con esta afirmación. Ya desde el inicio de su carrera, los intereses del director norteamericano no se centraban en perfeccionar los mecanismos clásicos del cine comercial (o de autor): sus películas "hitchcockianas" no pretenden emular al maestro británico en el dominio del suspense o el dibujo de estructuras y personajes perfectamente caligrafiados, sino aportar, mediante un ejercicio de relectura, las claves que permiten comprender el ideario de la cultura contemporánea, basada en la referencia y el autoanálisis. Después de la culminación de esa obra maestra que supuso Femme fatale, de Palma pareció adaptarse a las formas y códigos del noir más clásico en La dalia negra, que no era bajo ningún concepto una revisión nostálgica de una presunta época dorada del cine (en todo caso sería un homenaje a una admirable manera de entender el cinematógrafo), sino una demostración plausible de que no es posible seguir soportando el peso de los códigos clásicos en un momento como el actual. A partir de referencias cruzadas y juegos intertextuales, La dalia negra hacía explotar desde dentro una manera de hacer cine, por lo que el concepto de Redacted de dibujar un cine del futuro como salida al clasicismo no puede estar más en consonancia con la carrera de Brian de Palma.



Utilizando material heterogéneo (imágenes de documentales, reportajes televisivos, vídeos de Youtube, grabaciones de los propios soldados, imágenes de cámaras de seguridad, videoconferencias...), de Palma reconstruye en su última creación un suceso (violación y asesinato infligidos por militares estadounidenses a civiles iraquíes) utilizando las artimañas de la ficción. Consciente de no ser un falso documental, Redacted busca una verdad a través de la mentira, siguiendo el camino inverso a los medios oficiales, en cuya buena fe no se puede confiar. La tesis parece ser que la verdad es inaprensible, dado que cada punto de vista implica una manipulación, y una diversidad de fuentes desprovistas de intereses externos (siempre habrá intereses internos y una inquebrantable vocación manipuladora en el mero hecho de mirar) puede ser la manera más razonable de intentar acercarse a esa verdad que, como diría Bresson, no tiene que ver con la realidad. Por lo tanto, sería un grave error intentar ver esta película como una aproximación realista o una reconstrucción documental, lo que la haría caer en un pozo insalvable, y resulta más lógico apreciarla como la humilde crónica de un fracaso en la búsqueda de la verdad.

Sin perder de vista el cine, también resulta elogioso el compromiso y el grado de valentía del film, indiscutiblemente honesto, tan visceralmente implicado en el "qué se cuenta" como en el "cómo se cuenta". La cercanía del conflicto de Irak y el comportamiento del gobierno estadounidense añaden un valor moral a la cinta, de cuya componente coyuntural no se puede prescindir. El rótulo inicial que nos presenta la película como el relato de un hecho concreto en mitad de la guerra (mediática y bélica al tiempo) la salva, además, del oportunismo y la demagogia, imponiendo un punto de sensatez que no resta la comentada valentía. Porque la mención explícita del hecho concreto evita que se pueda entender el relato en tono metafórico o en un sentido psicologista o casual. Es una denuncia, y no se dice que esa deplorable acción sea consecuencia de unas determinadas causas iniciales, por lo que toda la reflexión queda para el espectador cauteloso, que no se ve guiado en una dirección fija y desprovista de propia moralidad como un documental de Michael Moore. De Palma es consciente de que sólo desde una posición impecablemente moral y absolutamente respetuosa con el espectador se puede alcanzar un claro objetivo de denuncia.

lunes, octubre 29, 2007

El sueño de Casandra: la depuración de Woody



Por muchas semejanzas que hubiera entre Match point y Delitos y faltas, una característica decisiva las convertía en gemelas irreconciliables. Entre ambas obras se percibe, fundamentalmente, un cambio de tono que se deriva de una visión más desconfiada y oscura de la existencia, como si no quedara resquicio de esperanza y las dos caras de la moneda señalaran el triunfo de la vileza como única alternativa a la muerte. Han pasado muchos años desde aquel 1979 en que Mariel Hemingway hiciera una importante recomendación a Woody Allen antes de embarcar en el vuelo de Manhattan que la llevaría a Londres, diciéndole que debía de tener más fe en las personas. Hoy día, el susurro de Tracy apenas se escucha, y lo que parecía un sentimentalismo irredento en el cine de Woody Allen se ha transformado en una desconfianza abisal en la raza humana, en la que apenas se puede respirar por lo turbio de sus aguas.

El sueño de Casandra mantiene ese espíritu de Match point, con la que también comparte ciertos detalles e ideas de fondo aunque la exploración se realice en otra dirección. La vileza parece continuar siendo la única manera de triunfar y, en ese sentido, el diferente resultado en uno y otro film no es más que una cuestión de azar; sin embargo, muy sutilmente, Allen nos desliza una pequeña reflexión sobre la naturaleza del éxito, algo que el espectador sólo se plantea cuando el programa de acción se ve inesperadamnte truncado. En El sueño de Casandra, al Jonathan Rhys Meyers de Match point, metamorfoseado en Ewan McGregor, le aparece una molesta sombra moral en forma de su hermano Colin Farrel (con las connotaciones trágico-clásico-familiares que eso implica). Este hermano parece una plasmación más clara del espíritu dostoievskiano que recorre (a veces explícita, otras implícitamente) el cine más moral de Woody Allen, encarnando no sólo la angustia y el remordimiento de los personajes del ruso, sino también su inseguridad, sus vicios con el juego y su carácter inconsciente y maleable. La conclusión parece ser que una personalidad débil e inocente sólo puede igualar a otra fuerte y decidida con la ayuda de un azar al que también podemos llamar destino. Desde el inicio del metraje un pathos parece recorrer a los personajes, y todo parece marcado de manera que incluso el azar parece predeterminado. Esto enlazaría directamente con el título de la película, que nos remite a la griega Casandra, adivina condenada a que nadie la creyera. En la película aparece este personaje de manera velada, a través de la pareja de Farrel, cuyos augurios se cumplirán por un azar que tan sólo es aparente.

Todo es oscuro y turbio en El sueño de Casandra, pero esto no impide la percepción de una ironía soterrada, finísima, a la que incluso se hace alusión en una línea de diálogo. Allen prescinde del humor, pero se ríe silenciosamente de las ínfulas de grandeza, de la inocente voluntad gregaria y de la lucha de clases, haciendo partícipe de ello a los espectadores, quienes son conscientes de que los personajes están abocados a un futuro muy definido. La ironía siempre es peligrosa, pero ayuda a la creación de una atmósfera triste y trágica, que tumba por k.o. al espectador haciéndole salir del cine desmoronado, con una mezcla de miedo y trauma, pero también de plenitud y asombro.


Los recursos cinematográficos de la película son bastante más ricos de lo habitual en Allen, desarrollando una puesta en escena sobria y precisa (aunque sin renunciar a ciertos tics del cine clásico más hollywoodiense), utilizando el fuera de campo y la elipsis para dotar de mayor fuerza los momentos clave de la narración. Incluso se utiliza en alguna ocasión el montaje como arma arrojadiza para la transmisión de ideas, como un Godard tímido, y podemos pensar en la imagen de los hermanos conduciendo el coche en dirección al infierno en contrapunto con dos padres a los que sólo une la sensación de precariedad filial. Al igual que en Match point, pero de manera distinta, Allen nos da una clase magistral de cómo filmar un asesinato, en este caso con una cámara sabia que se abre en el momento preciso y con una representación que camina al filo del abismo de lo ridículo sin llegar a caer en su pozo.

La película avanza imparable de principio a fin como el cuento moral que es, mostrándonos todos los resortes de la narración con la habilidad de quien ya no necesita esconder nada y quiere contar demasiado. La acción es propulsada por un barco que puede ser conducido por Caronte pero nos evoca a Highsmith, al tiempo que se nos inunda de breves y sutiles apuntes del desmoronamiento familiar, al mejor modo Allen, y se pasean sin llamar la atención las auténticas víctimas de la infamia, los que confían en ciertas personas con demasiada vehemencia como para vivir en tranquilidad.

Hace casi treinta años, el amor era para Woody el rostro inocente, dulce y sincero de Tracy; ahora el amor parece una transposición del deseo, una entelequia de cuya falsedad nadie puede dudar, una absurda sublimación encarnada por una mujer desquiciada por las apariencias, el egoísmo y la farándula. ¿Será el personaje de Hayley Atwell la misma Tracy curtida por los años?

Edito para añadir un enlace a la mejor crítica que he leído de la película, aunque me aterre un poco el medio del que viene...

domingo, octubre 21, 2007

12 de noviembre: Vila-Matas en Madrid

Ando un poco liado, por lo que no pensaba actualizar esta semana, pero acabo de leer el artículo del Dietario voluble de Vila-Matas de hoy y me he enterado de la noticia. En el texto sólo comenta de pasada lo siguiente:

Encuentro cosas que reprobarle a la ciencia, sobre todo desde que sé que debo acudir a Madrid a debatir acerca de las distintas formas de percibir la realidad por parte de científicos y escritores. Creo que allí, en la Fundación de Ciencias de la Salud, diré que en esa vieja dicotomía entre las letras y las ciencias siempre quise estar en los dos lados.

Y con eso ya podemos tirar del hilo y saber que la visita a la capital se debe a una mesa redonda sobre La percepción de lo real, enmarcada en unas conversaciones entre ciencias y letras organizadas por la Fundación de Ciencias de la Salud, el lunes 12 de noviembre. El lugar, la Residencia de Estudiantes. Le acompañarán un médico psiquiátra y el moderador, Alberto Galindo. Personalmente siempre me ha interesado mucho el tema, dado que soy de ciencias por formación y de letras por vocación, así que estaremos allí si nada ajeno lo impide. Espero que no esté muy difícil el acceso. Ese día Vila-Matas será más Dr. Pynchon que nunca., aunque esperemos que más visible.

Respecto a la última conferencia de Vila-Matas, en Oviedo hace unos días, nos quedamos con la crónica de Cristina.

domingo, octubre 14, 2007

En torno a El animal moribundo

Pero ¿comprenden qué es lo que desechan? Ser casto, vivir sin sexo... bien, ¿cómo encajarás entonces las derrotas, los compromisos, las frustraciones? ¿Ganando más dinero, ganando todo el dinero que puedas? ¿Teniendo todos los hijos que puedas? Eso ayuda, pero no es en absoluto como lo otro, porque lo otro se basa en tu ser físico, en la carne que nace y la carne que muere, porque sólo cuando jodes te vengas de una manera completa, aunque momentánea, de todo cuanto te desagrada de la vida y todo cuanto te derrota en la vida. Sólo entonces está más limpiamente vivo y eres tú mismo del modo más limpio. La corrupción no es el sexo, sino lo demás. El sexo no es sólo fricción y diversión superficial. El sexo es también la venganza contra la muerte. No te olvides de la muerte. No la olvides jamás. Sí, también el poder del sexo es limitado. Sé muy bien lo limitado que es. Pero, dime, ¿qué poder es mayor que el suyo?
El animal moribundo, Philip Roth, 2001. Traducción de Jordi Fibla


Leyendo El animal moribundo no puedo evitar que el protagonista, David Kepesh, me recuerde a Joao de Deus, el personaje creado, interpretado y dirigido por el difunto Joao Cesar Monteiro. ¿No es Kepesh la versión estadounidense de Joao de Deus con posición y dinero?


Según imdb, ya está completa la película de Isabel Coixet sobre el libro de Roth y, curiosamente, el título original del film es Elegy, idéntico al de la traducción en España de la última novela de Roth: Elegía (Everyman en inglés). ¿Pura coincidencia o hay alguna razón subterránea? Además, el protagonista es Ben Kingsley, siempre recordado como Gandhi (no se me ocurre personaje más opuesto a David Kepesh) que, casualmente, guarda un extraño parecido con Joao Cesar Monteiro...


Ya veremos cómo aborda Coixet al siempre inadaptable Roth. Miedo me da, pero no caigamos en prejuicios, le daremos una oportunidad.

Portnoy dedicó un par de entradas al libro de Roth:

Carne, Roth y Spencer: Obra gráfica contra Obra literaria
El animal moribundo

sábado, octubre 13, 2007

La corrupción de El dinero, por Robert Bresson


Resulta complicado escribir algo sobre una película de Robert Bresson, porque para no traicionar su legado deberíamos ser absolutamente precisos, rigurosos, y alejarnos de todo ornamento. La evolución de su estilo con los años, además de la consabida depuración de formas, arrastró un giro ideológico en el que lo religioso vino a desembocar en un nihilismo tan turbador que llega a resultar peligroso, convirtiéndolo en uno de los directores más radicales de la historia del cine.

Ya en su penúltima película, El diablo probablemente, mostraba un absoluto desapego y desprecio por las cosas de este mundo. Estoicismo y sufrimiento ya no llevan a la redención, y ni siquiera el suicidio puede liberarnos de la presión de la sociedad, como sucedía en Mouchette, donde el sufrimiento procedía de individuos concretos. Éste, por el contrario, tiene en las dos últimas obras de Bresson un claro componente existencial, inherente a la propia vida. De esta filosofía proviene la negación de la retórica, el gusto por lo concreto a través de lo elíptico (aunque parezca una contradicción: la paradoja es el mismo Bresson), la no-interpretación de los actores..., todas ellas características heredadas de la etapa "religiosa" del director francés, que son llevadas al extremo en la parte final de su filmografía.


Toda la primera parte de El dinero se desarrolla a un ritmo vertiginoso, siguiendo la pauta clásica de la relación causa-efecto, e incluso utilizando alguna artimaña narrativa ya vista en el cine más comercial. Más concretamente, me refiero a la manera de presentar a los personajes y su relación con la cámara, desarrollada a través de un billete falso que pasa de mano en mano, al modo de Anthony Mann en su Winchester 73. Este billete, metáfora del poder diabólico del capital, irá contagiando de maldad a sus poseedores, como una plaga que les hiciera renegar de sí mismos y olvidar sus principios, si alguna vez los tuvieron. De todos modos, parece decirnos Bresson, ¿de qué sirve tener principios en un mundo donde todo es corrupción?

Estas ideas, junto con la atmósfera malsana, la sequedad en los comportamientos y un tratamiento del color acorde con cada sentimiento desprendido, acercan la última película de Bresson a la obra del alemán Fassbinder, quien, no por casualidad, siempre colocaba El diablo probablemente en su lista de favoritas.

Es la segunda mitad de El dinero la que resulta más bressoniana. No sólo por las brutales elipsis que eliminan los momentos clave de la acción (en una forma de narrar de la que han aprendido enormemente directores contemporáneos fundamentales, como Claire Denis o Hou Hsiao Hsien), sino también por la supresión del análisis psicológico, la eliminación de causas que motivan un determinado comportamiento. De este modo, lo que al principio de la película parecía una moderación del estilo de Bresson, una adecuación a las formas ordinarias, se convierte en una revolución que nos dice que toda causa es accidental, y que su existencia no va más allá de una superficie que no esconde ninguna verdad.


Bresson adapta en El dinero el relato de Tolstoi El billete falso, después de haber tenido las experiencias de otro religioso como George Bernanos (Diario de un cura rural, Mouchette) y un nihilista como Dostoievski (Cuatro noches de un soñador). Pero Bresson moldea y lleva a su terreno los personajes originales, que terminan pareciendo más hijos de Dostoievski que de Tolstoi, y a quienes convierte en los muertos vivientes que para él pueblan nuestro mundo. No apta para depresivos, la última película de Robert Bresson sirvió como testamento ideal para un irreductible del cine que no vivió lo suficiento para ver cuánta importancia y trascendencia alcanzó su legado.

domingo, octubre 07, 2007

En la ciudad de Sylvia: búsqueda y reflejo



La soledad agudiza la mirada del mismo modo que las persianas exprimen las sombras chinescas de la noche. Sólo esa soledad es capaz de limpiar nuestros ojos, de hacerles ver misterios en los rincones de lo cotidiano; sólo la soledad puede construir refugios vacíos en que cobijar las ansias de descubrimiento; sólo la soledad permite hacer de un sonido una plegaria, de un murmullo una ilusión, de una aparición un sueño.

Guerín, como sólo puede hacer Godard, extrae dos películas de una: lo que vemos y lo que oímos son sensaciones complementarias pero independientes, que nos sugieren historias, miedos y sonrisas sin encadenar un plano tras otro ni diálogo tras diálogo. La pureza de la mirada bressoniana se alía con el sentir rohmeriano de los sonidos para hacernos entrar en un laberinto en que los elementos se repiten con un orden que sabemos perfectamente calculado, en el que lo artificioso entabla una dura pelea por conquistar la belleza. La danza de bicicletas y tranvías desmonta la ciudad para que nos perdamos entre sus piezas y podamos ver poesía donde la realidad suele mostrar su cara más trágica. Para Guerín la soledad es un privilegio, no una tortura, y una decepción puede calmarse en la barra de un bar a medianoche.

Guerín cabalga sobre la obsesiva búsqueda por la reconstrucción que tan bien nos mostró Alfred Hitchcock en Vértigo; para ello nos remite, como ha declarado el propio autor, a la Laura de Petrarca, omnipresente en las fachadas de los edificios a través de graffitis callejeros que contrastan fuertemente con el concepto transmitido de ideal belleza. En esta búsqueda resulta esencial la cuidadísima composición de cada plano y la profusión de escenas enmarcadas en cristales y juegos de espejos, que nos lanzan la poderosa y siempre polémica diatriba sobre la realidad y su reflejo, el cine y la vida (¿o viceversa?). Así pues, la impresión de un instante del pasado en la mente del protagonista le lleva a buscar su reflejo en el presente, y el recuerdo, convertido en arte, intenta ser emulado en la vida presente como si estuviéramos en uno de los experimentos con la realidad de Sophie Calle. Seguramente esta reflexión justifique el plano sobreimpreso del rostro de Pilar López de Ayala (la mujer buscada) en una recuperación de la memoria del protagonista; curiosamente, este artificio, que me pareció un subrayado algo fuera de lugar, también está presente de manera bastante extraña en El romance de Astrea y Celadón, la última obra de Eric Rohmer.


La principal diferencia entre esta película de Guerín y sus referentes más inmediatos radica en la primigenia pureza, quizá ingenuidad, que el catalán impone a su protagonista. Es posible que éste sufra en determinados momentos, pero las imágenes no dejan traslucirlo, los sonidos transportan a un mundo idealizado, donde hay tanta belleza en un perfecto rostro femenino como en el rodar de una botella vacía. Los personajes de Garrel o de Bresson (a quienes la más acusada desdramatización interpretativa acerca al protagonista de "En la ciudad de Sylvia") esconden siempre una tragedia inmensa, más amplia que la propia vida, que explota invisible y silenciosa, embargando al espectador de un dolor mágico y profundo, que llega a sentir como suyo. Pero al terminar la proyección de "En la ciudad de Sylvia" ningún pesar aparece por ningún lado, sólo la calma y la relajación, la necesidad de salir a la calle para poder escrutar con nuestra propia mirada, pensando en aquello que nos hemos perdido durante tantos años. También para eso sirve el cine. Ozu a través del espejo...

Por eso debemos ver la película como un bello poema, sin evitar por ello todas las reflexiones que nos puede suscitar cada secuencia, porque en ciertos momentos se esconde mucho más de lo que parece. ¿No hay nada más detrás de la imagen de una bella mujer sincopada por el paso de un tranvía? ¿No nos recuerda los dibujos que hacen los niños en los márgenes de las sucesivas páginas de un libro de manera que al pasar rápidamente las hojas se vea una animación rudimentaria pero inocentemente pura? Eso es el cine más inmediato, más primitivo, como parece decirnos el director desde el mismo cartel promocional de la película. En éste podemos ver a Pilar López de Ayala diciendo adiós con la mano con una expresión de profunda tristeza en su rostro. En la película apenas existe este momento, a pesar de resultar clave para el devenir de la historia. Lo más que vemos es a una chica despidiendo a alguien en un tranvía, alegre de perderlo de vista y sin rastro alguno de pesar. Su verdadera expresión se revela en la congelación, el instante, la fotografía... El celuloide oculto. Descubrimiento. Fascinación. Blow up. Guerín.

Crítica de Jaime Natche en Miradas
Crítica de Adrian Massanet en Extracine