Hoy jueves, 29 de mayo, se presenta en Madrid, en "La Buena Vida, Café del Libro", la última novela de Eloy M. Cebrián, Los fantasmas de Edimburgo, lo que nos pone en perfecta situación para comentar algunos aspectos del libro.
Con el paso de los años, el escritor albaceteño Eloy M. Cebrián se está forjando una sólida y constante trayectoria literaria, que ya cuenta con varios eslabones de prestigio. La sátira, la Historia, la memoria, el juego con los géneros, la transgresión y la independencia son claras señas de identidad que también están presentes en su última novela, la recién publicada Los fantasmas de Edimburgo.
A lo largo de casi quinientas páginas, el autor nos presenta la historia del crecimiento vital del protagonista, un profesor de literatura que por misteriosas razones ha caído en desgracia. Desde la posición omnisciente sobre uno mismo que otorga la primera persona, el narrador parece enorgullecerse de su pasado, de la bajeza de sus comportamientos y de la amoralidad sobre la que se cimentan sus principios, que son los principios del éxito social. El personaje parece una adaptación del Julian Sorel de Rojo y negro a los tiempos modernos, de tal manera que los escrúpulos se han perdido y los rasgos de humanidad se han deformado de manera canallesca, como pasados por un enorme espejo valleinclaniano. Ya se ha comentado la deuda del autor con un cierto tipo de literatura británica humorística, que va desde Tom Sharpe o Woodehouse hasta los mismísimos Monty Python, sin olvidar algunas connotaciones que nos remiten al otro lado del charco, a autores como el malogrado John Kennedy Toole, por el nihilismo y el desengaño de la mirada, o el nuevoperiodista Tom Wolfe, con el que comparte una determinada forma de integrar lo social en mitad de una cáustica recreación contemporánea. No obstante, el nombre de Valle-Inclán puede dar pistas aún más significativas, en mitad de una tradición hispana que parte del Lazarillo de Tormes y llega hasta Eduardo Mendoza. Leyendo a estos autores, y a Eloy M. Cebrián entre ellos, se llega a la conclusión de que quizás sea el humor la manera más clara de vertebrar una cultura que se realimenta de su propia historia para que las raíces revelen la verdad sobre una determinada forma de mirar y ver el mundo.
Se podrían comentar muchos aspectos de Los fantasmas de Edimburgo, desde su cuidadísima estructura hasta la precisión de un lenguaje qué sabe cuál es su objetivo sin buscar artificiosos refinamientos, pero lo más arriesgado de esta propuesta, nada complaciente con el público, es su capacidad de hacer ver el lado más oscuro de cada estrato social. Al final, de manera más o menos directa, todo lector ve en esas tinieblas un reflejo de sus propios puntos oscuros, lo que puede llegar a ser incómodo pero, sin duda, resulta estimulante. Muchos tabúes se hacen añicos durante la novela, pero la incomodidad que esto puede producir resulta, ante todo, honesta y consciente de la guadaña que pasa junto a la cabeza de cierto tipo de gente.
Además, el autor juega con su propia biografía mezclando datos que se saben reales con otros que son innegablemente falsos, de manera que se articula un moderno discurso rothiano en el que dialogan realidad y ficción sin traicionar, en ningún momento, el exclusivo punto de vista del protagonista.
Un punto clave reside en la dualidad azar-control que planea sobre toda la novela. El protagonista, más allá de su reconocida debilidad por la pulsión sexual, cree tenerlo todo controlado, piensa siempre que los acontecimientos dependen de él, de sus actitudes y su comportamiento. Esta infalibilidad, en cierto modo, condiciona su manera amoral de ver la vida, en la que prescinde de toda posibilidad de accidente o de azar. Incluso en los momentos en que las cosas salen mal él nunca elude la culpa, achacando los problemas a su debilidad sexual. Sin embargo, un lector cuidadoso se da cuenta de que la visión del narrador está pretendidamente contaminada por su punto de vista, y el azar termina siendo decisivo en casi todos los momentos fundamentales de su vida, ya sean para bien o para mal. ¿Será entonces la negación del azar lo que lleva a la perdición? ¿Será la inmodestia del "absoluto control" lo que provoca esas imparables ansias de éxito?
El seguimiento de una trayectoria de muchos años en la vida de un personaje permite al autor dibujar una imbricada red de instantánteas, captando la realidad de cada período de la historia de España con la misma verosimilitud que en su sensible Bajo la fría luz de octubre, interpelando, además, al humor como única forma de evitar la desesperación en un mundo donde todo está corrompido.
Este último libro nos confirma a Eloy M. Cebrián como un autor fundamental para un cierto tipo de literatura que empezaba a quedarse huérfana en nuestro país, del mismo modo que promueve, dentro de unos cánones a simple vista clásicos, una revisión libre de prejuicios de los arquetipos y los tópicos que definen nuestra tradición cultural. Y en este caso, lo hace creando un personaje inolvidable, pero con el que nadie querría cruzarse en su vida real. Ya era hora de que alguien se atreviera.
2 comentarios:
Hola, ya mismo me estoy apuntando esta grata recomendación de un autor que como bien dices y por lo que he leído es clave. Me ha gustado la historia de este profesor que lleva adelante el relato. Saludos!
Hola Budokan, gracias por pasarte por aquí y por tu comentario :)
Un saludo!
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