Siguiendo el anterior post, quizás el Charles Boyer al que se refería Gena Rowlands en Minnie and Moskowitz sea el elegante Boyer de Cena de medianoche. Recién vista, no soy capaz de recordar otra película más brillante en la sublimación del instante del enamoramiento, en la sincronización de todas sus vertientes, en su propulsión hacia el futuro y en su manera de convertir todo lo que lo rodea en accesorio. En otras películas se habla de la necesidad de prolongar las coordenadas del primer encuentro para contribuir a la forja del mito, pero en pocas se hace con la elegancia de Borzage y en pocas se consigue una reflexión emocional tan clara. Además, Borzage construye una paradoja que cabalga junto a la paradoja del cine clásico en general: el cineasta estadounidense consigue que la película no sea maniquea construyendo los personajes más maniqueos y que la película no sea empalagosa a partir de de la historia más empalagosa posible. Todo ello porque la película no es una película. Es una imagen mental.
Dado que nuestras vidas cotidianas se construyen alrededor de símbolos, nada más eficiente para reforzar el símbolo que su descontextualización. Si el instante mágico de la noche del enamoramiento se produjo a través de una cena proyectada con nocturnidad, como un crimen presentado invisible ante los ojos de los demás, y esa cena era una cena parisina, de langosta, ensalada y champagne, no queda más opción que proyectar ese símbolo más allá de sus propias coordenadas. Una cena de langosta, ensalada y champagne ya no será nunca más una metonimia de un restaurante parisino absolutamente afrancesado. Boyer y Arthur necesitan descontextualizar el símbolo para hacerlo suyo, y llevando esa cena nocturna de París a Nueva York y de allí a la mitad del océano consiguen forjar los símbolos necesarios para que el instante se convierta en la base de un deseo de futuro (lo cual no significa la materialización de su relación en un matrimonio o similar, sino que esta se proyecte en el tiempo). Porque la necesidad de aprehender los símbolos viene de la necesidad de futuro, y cuantos más detalles pasen a formar parte de ese cóctel íntimo más soporte tendrá el mito a través del que construir el porvenir. Si para forjar la identidad de una nación o, más que eso, el corazón de una sociedad, hay que crear una leyenda basada en mitos que pase por encima de la realidad, como decía John Ford, algo similar ocurre con la construcción de una relación íntima. Partimos de la realidad para descontextualizarla, mitificarla, modificarla lentamente hasta convertirla en una proyección onírica de nuestra propia percepción del pasado. En una palabra, sublimarla.
Es la necesaria sublimación del pasado, condensado por la metáfora del instante, por la fuerza del mito, lo que nos permite sobrevivir más allá de las expectativas creadas. Porque una expectativa del presente equivale a una frustración del futuro, y es el mito que sabemos que no está a nuestro alcance lo que nos permite proyectar la expectativa siempre satisfecha, que es la culminación de un deseo inmediato y, por una vez, realizable. Podremos llevar nuestra cena de medianoche a otro punto del planeta, podremos volver a interrogarnos sobre los detalles de aquel instante o podremos cambiar una vez más la esencia del mito que nos mantiene vivos. Ese instante sublimado es el único que, al contrario que el resto de cosas, sobrevive cuando ve mutar su esencia, del mismo modo que ocurría en El hombre que mató a Liberty Valance.
Jean Arthur: ¿Cuándo te enamoraste de mí? ¿Lo recuerdas? El momento exacto
Charles Boyer: En el taxi, la segunda vez que dijiste "Oh" y yo iba a pedirte que nos viéramos mañana.
La verdad de ese instante se construye a lo largo del tiempo. Fuera cual fuera su realidad, la verdad se va enriqueciendo paulatinamente, sin quedar desvirtuada, en una especie de "barroquización mental" en la que un detalle debe superponerse a otro detalle y se van rellenando huecos inexistentes hasta entonces, manteniendo la ilusión de que fue aquello fuera de cierta manera aunque la realidad física o emocional ocurriera de una forma radicalmente opuesta.
Más allá de los logros técnicos de Borzage en esta película, que no son pocos, desde la utilización magistral del primer plano hasta la habilidad para la mezcla de géneros, su principal logro fue crear una película que es una imagen mental, una metáfora perfecta del enamoramiento y del verdadero (por falso) instante eterno, que en ningún caso debe leerse como un relato consecuente o realista. No realista pero si posible, porque es el hueco de la posibilidad lo que permite que haya espacio para que podamos respirar, para que no nos ahoguemos en la oscura nave de lo cotidiano. No importa lo que sucederá, sino lo que pueda llegar a suceder.
El cine clásico puede ser el culpable de nuestras altas expectativas en la vida, como decía Minnie, pero también puede ser el responsable de nuestra salvación.
Dado que nuestras vidas cotidianas se construyen alrededor de símbolos, nada más eficiente para reforzar el símbolo que su descontextualización. Si el instante mágico de la noche del enamoramiento se produjo a través de una cena proyectada con nocturnidad, como un crimen presentado invisible ante los ojos de los demás, y esa cena era una cena parisina, de langosta, ensalada y champagne, no queda más opción que proyectar ese símbolo más allá de sus propias coordenadas. Una cena de langosta, ensalada y champagne ya no será nunca más una metonimia de un restaurante parisino absolutamente afrancesado. Boyer y Arthur necesitan descontextualizar el símbolo para hacerlo suyo, y llevando esa cena nocturna de París a Nueva York y de allí a la mitad del océano consiguen forjar los símbolos necesarios para que el instante se convierta en la base de un deseo de futuro (lo cual no significa la materialización de su relación en un matrimonio o similar, sino que esta se proyecte en el tiempo). Porque la necesidad de aprehender los símbolos viene de la necesidad de futuro, y cuantos más detalles pasen a formar parte de ese cóctel íntimo más soporte tendrá el mito a través del que construir el porvenir. Si para forjar la identidad de una nación o, más que eso, el corazón de una sociedad, hay que crear una leyenda basada en mitos que pase por encima de la realidad, como decía John Ford, algo similar ocurre con la construcción de una relación íntima. Partimos de la realidad para descontextualizarla, mitificarla, modificarla lentamente hasta convertirla en una proyección onírica de nuestra propia percepción del pasado. En una palabra, sublimarla.
Es la necesaria sublimación del pasado, condensado por la metáfora del instante, por la fuerza del mito, lo que nos permite sobrevivir más allá de las expectativas creadas. Porque una expectativa del presente equivale a una frustración del futuro, y es el mito que sabemos que no está a nuestro alcance lo que nos permite proyectar la expectativa siempre satisfecha, que es la culminación de un deseo inmediato y, por una vez, realizable. Podremos llevar nuestra cena de medianoche a otro punto del planeta, podremos volver a interrogarnos sobre los detalles de aquel instante o podremos cambiar una vez más la esencia del mito que nos mantiene vivos. Ese instante sublimado es el único que, al contrario que el resto de cosas, sobrevive cuando ve mutar su esencia, del mismo modo que ocurría en El hombre que mató a Liberty Valance.
Jean Arthur: ¿Cuándo te enamoraste de mí? ¿Lo recuerdas? El momento exacto
Charles Boyer: En el taxi, la segunda vez que dijiste "Oh" y yo iba a pedirte que nos viéramos mañana.
La verdad de ese instante se construye a lo largo del tiempo. Fuera cual fuera su realidad, la verdad se va enriqueciendo paulatinamente, sin quedar desvirtuada, en una especie de "barroquización mental" en la que un detalle debe superponerse a otro detalle y se van rellenando huecos inexistentes hasta entonces, manteniendo la ilusión de que fue aquello fuera de cierta manera aunque la realidad física o emocional ocurriera de una forma radicalmente opuesta.
Más allá de los logros técnicos de Borzage en esta película, que no son pocos, desde la utilización magistral del primer plano hasta la habilidad para la mezcla de géneros, su principal logro fue crear una película que es una imagen mental, una metáfora perfecta del enamoramiento y del verdadero (por falso) instante eterno, que en ningún caso debe leerse como un relato consecuente o realista. No realista pero si posible, porque es el hueco de la posibilidad lo que permite que haya espacio para que podamos respirar, para que no nos ahoguemos en la oscura nave de lo cotidiano. No importa lo que sucederá, sino lo que pueda llegar a suceder.
El cine clásico puede ser el culpable de nuestras altas expectativas en la vida, como decía Minnie, pero también puede ser el responsable de nuestra salvación.
6 comentarios:
Qué preciosidad de texto, cada vez estoy más enganchado a escritos de este tipo, cuando los encuentro. Qué poco me importa a estas alturas si a fulanito o menganito le ha gustado o no tal película. Para mi cada vez cuenta más la sensibilidad y el talento con el teclado. Y qué ganas de volver a ver la película de Borzage.
¡Felicidades!
Muchas gracias, Sergio :). Ya sabes cómo funciona este blog, que no se actualiza más que a base de impulsos noctámbulos irrefrenables después de ver alguna película.
Un abrazo!
Comparto el mismo comentario de Sergio Sánchez. Me encantan tus escritos, sigue con ese talento que aquí tendrás un fiel lector.
Muchas gracias, Fernando. Aunque últimamente sólo pueda actualizar en vacaciones (y más este año, que estoy hasta arriba de trabajo y compromisos varios), esto anima a que saque algún rato la próxima Navidad :)
Maravilloso texto. He visto la película hace unos días y estoy aún disfrutándola en mi cabeza. Esa conversación que expones con esa serie de fotogramas... me dejó muy tocado. Porque es realmente increíble cómo una película de hace casi 80 años, de una cultura distinta, puede removerte tanto por dentro y tocar algo íntimo y muy, muy personal... esa escena hablaba de mi y de mi persona y me hizo revivir momentos muy escondidos.
Es difícil explicarlo.
En fin, la película es maravillosa en todos los sentidos y ha sido una suerte encontrarla.
Maravilloso texto. He visto la película hace unos días y estoy aún disfrutándola en mi cabeza. Esa conversación que expones con esa serie de fotogramas... me dejó muy tocado. Porque es realmente increíble cómo una película de hace casi 80 años, de una cultura distinta, puede removerte tanto por dentro y tocar algo íntimo y muy, muy personal... esa escena hablaba de mi y de mi persona y me hizo revivir momentos muy escondidos.
Es difícil explicarlo.
En fin, la película es maravillosa en todos los sentidos y ha sido una suerte encontrarla.
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