La mirada colectiva, ilusionante, llena de inocencia, sin polución ni prejuicios. La mirada que ama sin barreras, que refugia el fracaso de la política en el triunfo del amor. El nacimiento del amor. La mirada enérgica y vibrante. La mirada que se precipita al vacío al intentar atrapar la luna. La mirada de la juventud de Garrel.
La mirada individual, posesiva, destructora. La mirada contaminada por el egoísmo y la falta de sabiduría. El constante error de intentar ser amado en lugar de amar. La mirada pasiva. La mirada estrellada sin levantar la cabeza. La mirada de Garrel sobre la juventud de hoy. Ya nadie viste de negro en París. Nostálgicos 60.
La condición humana nos llevará al mismo trágico final, por lo que las fuerzas deben dirigirse a la búsqueda del camino más agradable, aquel que se pueda evocar durante el sueño de los justos.
Escenas que nos obsesionan, que nos persiguen, que siempre nos acompañarán. Escenas que consiguen que el gesto y la mirada transmitan las emociones que ningún diálogo podría soñar. Exabruptos del cuerpo, liberación del espíritu. Energía temblorosa, lágrimas convertidas en ojos cerrados y alcohol. Sonrisas, milímetros y balanceos. Consciencia en dispersión. Nuevos códigos, nueva criptografía. Mensajes fáciles de interpretar pero difíciles de sentir. Mensajes que se deben interiorizar pero no pronunciar. Secretos que nos vertebran. Comunión emocional sobre la ruina de las palabras. El fin del lenguaje, como señalaba Alejandro Díaz. Como nos dice y dirá Godard.
Y mientras tanto, Louis Garrel parece destinado a no moverse nunca del sofá.
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