Durante este mes se proyecta en el madrileño MNCARS (Museo Nacional y Centro de Arte Reina Sofía), a la vez que termina en el barcelonés MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona), un completo ciclo dedicado a la coreógrafa y directora Yvonne Rainer, personaje fundamental de la vanguardia neoyorquina surgida en los años 70 bajo el auspicio de Andy Warhol.
En la película Kristina Talking Pictures, el tercero de sus siete largometrajes, se nos plantea una obra densa, críptica por momentos, consciente de su herencia y su ubicación en el tiempo. Siguiendo los modos y muchas de las técnicas del Godard de La chinoise, Rainer plantea con ironía un tema político fundamental para el ciudadano contemporáneo, la contradicción entre lo público y lo privado, la ideología y su (no)expresión a través de la actividad cotidiana, y la confusión que este hecho provoca en el individuo comprometido. Con ello, se manifiesta un cierto escepticismo que no impide la presencia del componente reivindicativo.
La película, más intelectual que emotiva, presenta, sin embargo, rasgos de profunda humanidad en el estudio de la naturaleza fememina mediante el estudio de sus posiciones, sus variaciones, y la manera afrontar pasado, presente y futuro. De una domadora de leones en Budapest que quiere ser coreógrafa en Nueva York hasta la relación de una pareja que debate en la cama sobre escenas que podrían haber sido rodadas por el Godard de Al final de la escapada o pensadas por el Eustache de La mamá y la puta. Tras un sugestivo comienzo en el que vemos fotografías de mujeres que forman las distintas caras de un mismo sentimiento de pérdida y desarraigo, se empieza a intuir un leve entramado narrativo que, finalmente, no resulta más que un espejismo, un vehículo para la expresión de unas determinadas ideas y la exploración de unas formas artísticas y corporales que la directora va haciendo evolucionar a lo largo del metraje. Poco a poco, a través de esa lucha entre lo privado y lo público, lo onírico va entrando en la realidad demostrando que tanto el gesto como el sueño no son más que variaciones de una determinada expresión de intimidad. En esto se ve la clara influencia de Jean Cocteau, así como el enlace que se establece con las películas más radicales de David Lynch.
A lo largo de los 90 minutos de duración se realiza un profuso trabajo de experimentación con la cámara, que tan pronto deambula sobre la moqueta de una habitación en una sustuosa danza, como permanece fija a la espera de una verdad que no se deja revelar, o juega con las texturas y los conceptos de documental, vídeo casero y ficción autobiográfica.
Yvonne Rainer, al igual que Godard, basa buena parte de la fuerza de su película a las diferentes referencias, entre lo culto y lo popular, que se deslizan por el metraje con la constancia de una ametralladora. Del mismo modo que se atreve a nombrar a Rachel Welch o a poner voz a una foto de James Cagney, durante el film se aprecian referencias que van más allá de la danza y el cine, en una audacia multidisciplinar que, hace más de treinta años, presagiaba el arte del futuro. En los títulos de crédito finales, sin ir más lejos, se enuncia una serie de músicos y escritores a los que se agradece que, con sus notas y palabras, hayan inspirado a la directora.
La película, en definitiva, resulta desconcertante, pero también tremendamende sugestiva y audazmente intelectual, en la misma línea del cine feminista que más nos gusta, el de la belga Chantal Akerman, aunque claro, Akerman son palabras mayores.
En la película Kristina Talking Pictures, el tercero de sus siete largometrajes, se nos plantea una obra densa, críptica por momentos, consciente de su herencia y su ubicación en el tiempo. Siguiendo los modos y muchas de las técnicas del Godard de La chinoise, Rainer plantea con ironía un tema político fundamental para el ciudadano contemporáneo, la contradicción entre lo público y lo privado, la ideología y su (no)expresión a través de la actividad cotidiana, y la confusión que este hecho provoca en el individuo comprometido. Con ello, se manifiesta un cierto escepticismo que no impide la presencia del componente reivindicativo.
La película, más intelectual que emotiva, presenta, sin embargo, rasgos de profunda humanidad en el estudio de la naturaleza fememina mediante el estudio de sus posiciones, sus variaciones, y la manera afrontar pasado, presente y futuro. De una domadora de leones en Budapest que quiere ser coreógrafa en Nueva York hasta la relación de una pareja que debate en la cama sobre escenas que podrían haber sido rodadas por el Godard de Al final de la escapada o pensadas por el Eustache de La mamá y la puta. Tras un sugestivo comienzo en el que vemos fotografías de mujeres que forman las distintas caras de un mismo sentimiento de pérdida y desarraigo, se empieza a intuir un leve entramado narrativo que, finalmente, no resulta más que un espejismo, un vehículo para la expresión de unas determinadas ideas y la exploración de unas formas artísticas y corporales que la directora va haciendo evolucionar a lo largo del metraje. Poco a poco, a través de esa lucha entre lo privado y lo público, lo onírico va entrando en la realidad demostrando que tanto el gesto como el sueño no son más que variaciones de una determinada expresión de intimidad. En esto se ve la clara influencia de Jean Cocteau, así como el enlace que se establece con las películas más radicales de David Lynch.
A lo largo de los 90 minutos de duración se realiza un profuso trabajo de experimentación con la cámara, que tan pronto deambula sobre la moqueta de una habitación en una sustuosa danza, como permanece fija a la espera de una verdad que no se deja revelar, o juega con las texturas y los conceptos de documental, vídeo casero y ficción autobiográfica.
Yvonne Rainer, al igual que Godard, basa buena parte de la fuerza de su película a las diferentes referencias, entre lo culto y lo popular, que se deslizan por el metraje con la constancia de una ametralladora. Del mismo modo que se atreve a nombrar a Rachel Welch o a poner voz a una foto de James Cagney, durante el film se aprecian referencias que van más allá de la danza y el cine, en una audacia multidisciplinar que, hace más de treinta años, presagiaba el arte del futuro. En los títulos de crédito finales, sin ir más lejos, se enuncia una serie de músicos y escritores a los que se agradece que, con sus notas y palabras, hayan inspirado a la directora.
La película, en definitiva, resulta desconcertante, pero también tremendamende sugestiva y audazmente intelectual, en la misma línea del cine feminista que más nos gusta, el de la belga Chantal Akerman, aunque claro, Akerman son palabras mayores.
3 comentarios:
No conocía a esta directora. Sobre "el papel" haces que suene fantástico (¡esas referencias!), pero espero que tenga un poco más de enjundia que los films de Warhol. Intentaré ver algo, saludos.
Yo tampoco la conocía, aunque a mi este tipo de cine militante me suele entusiasmar (aunque claro, no al nivel de una Nicole Brénez XD). Me la apunto.
Por cierto, hablando de este cine, pedazo de especial en los Cahiers de este mes. Y leo que en Madrid vais a tener una buena selección de títulos en el Documenta Madrid del 2 al 11 de Mayo; he visto unos cuantos, pero qué envidia :-).
Gracias Sedmikrasky y Carlos!
Aunque esté bajo la órbita de Warhol, yo situaría a Yvonne Rainer (al menos en esta película, la única que he visto por el momento) mucho más cerca de Godard que del neoyorquino. Por lo que he leído en el programa del Reina Sofía, parece que en la última parte de su carrera se ha vuelto algo más narrativa, hasta el punto de que Rosenbaum ha llegado a compararla con Woody Allen!! No sé, supongo que habrá una evolución en su cine, algo normal.
Respecto a lo de Cahiers, me llegó el viernes y tiene una pinta estupenda, sobre todo ese especial de mayo del 68, pero aún no he empezado a leer, porque estoy enganchado a Los anillos de Saturno de Sebald, así que en cuanto lo acabe me pondré. Y el Documenta de este año también se presume interesantísimo, y además se solapa con el ciclo de Edward Yang en la filmoteca!! Por fin podremos conocer al taiwanés más allá de Yi Yi...
Aunque la otra gran alegría que me ha dado el Cahiers ha sido la noticia del estreno del último Rivette. Cuando yo ya había tirado la toalla... Va a haber que descargarse la agenda para el mes de mayo.
Un saludo!!
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